También, como lo atestigua la historia, San Juan Pablo II llegó a la región como emisario de encuentro y reconciliación, sentando las bases de lo que posteriormente sería el proceso de paz en Centroamérica.
Años más tarde, el hecho de que el milagro que posibilitara su canonización se diera en Costa Rica, terminó de unir los lazos del santo polaco con nuestro país, razón suficiente para que hoy se uno de los santos más cercanos y a los que más nos encomendamos los ticos.
Recientemente, como reflejo de ello, la Asamblea Legislativa lo declaró ciudadano de honor de nuestro país, ratificando una relación que lejos de disminuir, aumenta con el tiempo.
Uno de esos momentos inolvidables de su paso entre nosotros en 1983 fue el que el hoy santo presidió en el Estadio Nacional junto a miles de jóvenes, quienes llegaron de todas partes del país para escuchar su invitación a mirar a Cristo el eternamente joven, y a comprometerse con las causas más nobles y con los sueños más grandes que como seres humanos podamos tener.
En particular, el Papa insistió en el deber de asumir el bien común como bandera de lucha contra el egoísmo y el pecado en todas sus formas. Para ello, aseguró, era necesario construir una sociedad en la que se cultiven los valores morales que Dios desea ver en el corazón y en la vida del hombre.
“Cristo os invita a ser hijos fieles de Dios, operadores de bien, de justicia, de hermandad, de amor, de honestidad y concordia. Cristo os alienta a llevar siempre en vuestro espíritu y en vuestras acciones la esencia del Evangelio: el amor a Dios y el amor al hombre”, dijo Su Santidad aquella tarde del jueves 3 de marzo, hace 3 años.
Su llamado es imperecedero, profundamente actual y debería de cuestionarnos incluso cuánto caló realmente a la vista de la situación actual que vivimos hoy como sociedad, siendo, por decir solo un dato, de los países más desiguales del mundo.
Aquella palabra del Papa debe de resonar en la mente y el corazón de las nuevas generaciones, que no están libradas de la urgente responsabilidad de combatir las nuevas formas de odio y violencia que se multiplican a través de campos, antes impensados, mediados por la tecnología de la información y la comunicación.
“El joven que se deja dominar por el egoísmo, empobrece sus horizontes, rebaja sus energías morales, arruina su juventud e impide el adecuado crecimiento de su personalidad. En cambio, la persona auténtica, lejos de encerrarse en sí misma, está abierta a los demás; crece, madura y se desarrolla en la medida en que sirve y se entrega generosamente”, aconsejó aquel día el Papa Wojtyla.
Que su llamado no sea estéril, que la semilla de su palabra no caiga entre espinos, y que seamos capaces de construir una nueva Costa Rica, una en la que la dignidad humana, la justicia y el bien común sean el verdadero norte de nuestra vida en sociedad.