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El crucificado en el búnker

By Redacción Abril 20, 2022

La imagen nos conmovió: el histórico Cristo de la Catedral Armenia de Kiev fue desmontado y trasladado a un búnker para prevenir su destrucción ante el avance de las tropas rusas sobre la capital ucraniana. Amarrado con mecates fue bajado de la cruz a la que estaba sujeto y cinco hombres se encargaron de ponerlo a resguardo, en el mismo sitio en el que miles de ciudadanos se protegen de las bombas.

No podría ser más elocuente el mensaje: Cristo está con los que sufren, es más, Cristo sufre con ellos, en cada uno de ellos.

Ante la tragedia que viven millones de refugiados ucranianos en este momento, que también es sufrida por cientos de miles de personas más de otras latitudes y por otros motivos, la fuerza de la fe nos anima a tocar en su carne la carne del Salvador, en cada uno de sus dolores y sufrimientos el dolor y el sufrimiento de Cristo crucificado.

Y no es una visión romántica de algo tan grave como la guerra. Condenamos la locura homicida que se ha apoderado de las altas esferas políticas rusas, comenzando por su presidente Vladimir Putin, por quienes, paradójicamente también los creyentes estamos en la obligación de orar para que permitan que Dios, el único capaz de tocar y transformar su corazón, les lleve a ordenar un cese inmediato de los ataques y de la invasión. Como bien dijo un analista político estos días, si Putin quiere la victoria, debe hacer la paz.

Alguien podría pensar que es poco lo que los costarricenses podemos hacer por los ucranianos en este momento, dada la distancia, sin embargo si lo vemos con los ojos de la fe, podemos unir nuestra oración a Dios por ellos y ellas, y esperar que el amor con el que están siendo acogidos disminuya un poco su desarraigo y su incertidumbre.

Lo que a los ojos del mundo puede ser inútil es en realidad un arma poderosa. La oración incesante a Dios por la paz tendrá efectos inmediatos y a largo plazo que solo Él conocerá. Es la lógica del Evangelio, que nos invita a orar sin desmayar, también por los enemigos, por los que nos hacen daño, por los que amenazan al mundo entero con la lógica diabólica de las armas.

La oración nos abre los ojos y el corazón a todos los Cristos sufrientes que tenemos a nuestro alrededor y que muchas veces ni nos damos cuenta. El Señor toca nuestra puerta porque tiene hambre, “estorba” tirado en las aceras, molesta porque pide una moneda, se desangra en la violencia doméstica y en la desatada por el narcotráfico, está en una cama de hospital, en la cárcel, en la montaña, el precario, o en el asilo de ancianos solo, abandonado, esperando una visita, una palabra o un gesto de cariño.

Desde luego que también tenemos muchísimos refugiados en nuestro país, que, como los hermanos ucranianos, han sufrido la separación de sus familias, la tragedia de dejarlo todo atrás, el dolor de tener que salir de su tierra sin seguridad de nada, con la mente puesta únicamente en sobrevivir. Los conocemos, unos son nicaragüenses, otros venezolanos, pero también conviven entre nosotros cubanos, haitianos y hasta africanos.

¿Qué hacemos por ellos?, ¿Vemos en sus rostros al Señor que clama por ayuda? ¿Es auténtica nuestra preocupación por lo que pasa en Ucrania si no movemos un dedo por situaciones con las que convivimos a diario que afectan y laceran la dignidad de seres humanos a nuestro alrededor?

Clamamos por la paz, pero, ¿la construimos en nuestros hogares por medio del respeto, el cariño y el amor?, ¿Cómo educamos a nuestros hijos en la caridad y en la solidaridad, a propósito de la Cuaresma que estamos viviendo?

Como nos recuerda el Papa Francisco en la encíclica Fratelli tutti (Hermanos todos): tenemos que enfrentar la realidad de las heridas del desencuentro y establecer y recorrer, en su lugar, caminos de reencuentro. (Cap. 7). “Hay que curar las heridas y restablecer la paz; necesitamos audacia y partir desde la verdad, partir desde el reconocimiento de la verdad histórica, compañera inseparable de la justicia y la misericordia, que es indispensable para encaminarse al perdón y la paz”.

La paz no es pues, un anhelo político o una aspiración religiosa, es una forma de vida y de relacionarnos, brota del corazón de quienes se sienten, no dueños, sino administradores de los bienes y hermanos de todos en la construcción de una sociedad que prefigura aquí y ahora el Reino de Dios.

Cristo está en el búnker de los que sufren la guerra, en el búnker de la exclusión, del abandono, de la soledad y de la indiferencia, y está en todos los que en el mundo son asediados, pasan hambre, frío y miedo. ¿Qué nos dice esta imagen?, ¿A qué nos mueve?

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