La oración nos abre los ojos y el corazón a todos los Cristos sufrientes que tenemos a nuestro alrededor y que muchas veces ni nos damos cuenta. El Señor toca nuestra puerta porque tiene hambre, “estorba” tirado en las aceras, molesta porque pide una moneda, se desangra en la violencia doméstica y en la desatada por el narcotráfico, está en una cama de hospital, en la cárcel, en la montaña, el precario, o en el asilo de ancianos solo, abandonado, esperando una visita, una palabra o un gesto de cariño.
Desde luego que también tenemos muchísimos refugiados en nuestro país, que, como los hermanos ucranianos, han sufrido la separación de sus familias, la tragedia de dejarlo todo atrás, el dolor de tener que salir de su tierra sin seguridad de nada, con la mente puesta únicamente en sobrevivir. Los conocemos, unos son nicaragüenses, otros venezolanos, pero también conviven entre nosotros cubanos, haitianos y hasta africanos.
¿Qué hacemos por ellos?, ¿Vemos en sus rostros al Señor que clama por ayuda? ¿Es auténtica nuestra preocupación por lo que pasa en Ucrania si no movemos un dedo por situaciones con las que convivimos a diario que afectan y laceran la dignidad de seres humanos a nuestro alrededor?
Clamamos por la paz, pero, ¿la construimos en nuestros hogares por medio del respeto, el cariño y el amor?, ¿Cómo educamos a nuestros hijos en la caridad y en la solidaridad, a propósito de la Cuaresma que estamos viviendo?
Como nos recuerda el Papa Francisco en la encíclica Fratelli tutti (Hermanos todos): tenemos que enfrentar la realidad de las heridas del desencuentro y establecer y recorrer, en su lugar, caminos de reencuentro. (Cap. 7). “Hay que curar las heridas y restablecer la paz; necesitamos audacia y partir desde la verdad, partir desde el reconocimiento de la verdad histórica, compañera inseparable de la justicia y la misericordia, que es indispensable para encaminarse al perdón y la paz”.
La paz no es pues, un anhelo político o una aspiración religiosa, es una forma de vida y de relacionarnos, brota del corazón de quienes se sienten, no dueños, sino administradores de los bienes y hermanos de todos en la construcción de una sociedad que prefigura aquí y ahora el Reino de Dios.
Cristo está en el búnker de los que sufren la guerra, en el búnker de la exclusión, del abandono, de la soledad y de la indiferencia, y está en todos los que en el mundo son asediados, pasan hambre, frío y miedo. ¿Qué nos dice esta imagen?, ¿A qué nos mueve?