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Editorial: ¿Qué significa caminar juntos?

By Redacción Julio 28, 2023

Vivimos este tiempo en clave sinodal. Es el deseo del Papa Francisco que reflexionemos sobre la naturaleza originaria de la Iglesia y de la misión de quienes, en ella, por la gracia del bautismo, hemos sido constituidos Pueblo Santo de Dios.

Esta reflexión, que debe de ser animada por una profunda vida de oración y con el corazón humilde y dispuesto al encuentro y la participación, debe considerar con realismo aquellos errores institucionales y defectos humanos que a lo largo del tiempo terminaron por deformar la manera en la cual el Señor se relacionaba con quienes se encontró en su vida terrena.

Una de esas situaciones es el clericalismo, actitud que ha creado y separado a una élite de sacerdotes, consagrados y de obispos del resto del Pueblo de Dios.

Especialmente en nuestra América Latina, el clericalismo -del que no pocos laicos también han sido y siguen siendo parte- ha causado la disminución y la desvalorización de la gracia bautismal que el Espíritu Santo ha puesto en el corazón de los fieles desde el día del bautismo.

El resultado ha sido una funcionalización del laicado; tratándolo únicamente como “mandaderos” de los sacerdotes y ministros ordenados, coartando las distintas iniciativas y esfuerzos para poder llevar la Buena Nueva del Evangelio a todos los ámbitos del quehacer social, económico, cultural y especialmente político de nuestras sociedades.

El clericalismo, como señala el Papa Francisco en una comunicación del 2016 a la Pontificia Comisión para América Latina, la CAL, “lejos de impulsar los distintos aportes, propuestas, poco a poco va apagando el fuego profético que la Iglesia toda está llamada a testimoniar en el corazón de sus pueblos”.

El clericalismo -denuncia el Papa- se olvida que la visibilidad y la sacramentalidad de la Iglesia pertenece a todo el Pueblo de Dios (cfr. LG 9-14) “y no solo a unos pocos elegidos e iluminados”.

Pues bien, la creciente conciencia del mal que acarrea el clericalismo negativo, que no es otra cosa que un influjo del Espíritu Santo que debe de ser escuchado y atendido, revive la actualidad del protagonismo laical en la evangelización, que, en primer lugar, no es irse al otro extremo, igual de dañino, de pensar que ahora en la Iglesia podemos dispensar de los ministros ordenados o que avanzamos hacia una “democratización” o a hacer de ella una especie de parlamento, tal y como mal caminan experiencias que sufren iglesias actualmente, como es el caso de Alemania.

Lejos de eso, creemos y estamos convencidos de que esta es la hora de los discípulos misioneros de Jesucristo, de todos los bautizados, reconociendo, comprendiendo y valorando la función de cada uno de los miembros de la Iglesia, de acuerdo con la vocación a la que ha sido llamado y el servicio que el Señor le ha pedido, sea desde las realidades laicales, seculares o desde la vida religiosa o alguno de los santos ministerios ordenados.

Estamos en un momento trascendental en la historia de la Iglesia, uno en el que la madurez del corazón debe de imponerse frente a las propias aspiraciones humanas, muchas veces animadas por intereses egoístas y falsas comodidades que impiden asumir un verdadero espíritu de comunión y de misión.

Somos todos, como bien lo señala el Concilio Vaticano II, el Pueblo de Dios, cuya identidad es la dignidad y la libertad de los hijos de Dios, en cuyos corazones habita el Espíritu Santo como en un templo (LG 9).

Esta conciencia de adultez en la fe, traducida en oración y acción en los distintos campos de la vida laical, dígase la familia, el trabajo, el entretenimiento, el mundo de los negocios, la actividad política y cultural permitirá a la Iglesia contar con “brazos largos” en la urgente tarea de la evangelización, que no es más que ayudar a las personas a encontrarse con el único capaz de dar sentido y de llenar de alegría su existencia humana: Nuestro Señor Jesucristo.

Se trata de algo fundamental, porque hoy en día, muchas de nuestras ciudades se han convertido en verdaderos lugares de supervivencia. Lugares donde la cultura del descarte parece haberse instalado y deja poco espacio para una aparente esperanza.

Ahí es donde muchos hermanos, inmersos en esas luchas, con sus familias, intentan no solo sobrevivir, sino que en medio de las contradicciones e injusticias, buscan al Señor y quieren testimoniarlo.

Una Iglesia sinodal, que realmente camine junta, debe encontrar la forma de alentar, acompañar y estimular todos los intentos y esfuerzos que ya hoy se hacen por mantener viva la esperanza y la fe en un mundo lleno de contradicciones, especialmente para los más pobres.

Significa, como concluye el propio Papa Francisco, contar con pastores comprometidos en medio del pueblo para, con el pueblo, sostener la fe y su esperanza. Abriendo puertas, trabajando con ellos, soñando con ellos, reflexionando y especialmente rezando con ellos”.

Es la Iglesia que quiere el Papa y la que deseamos construir con la gracia de Dios también en Costa Rica, paso a paso, corazón a corazón, y a la que, con mucho amor, dedicamos esta edición especial.

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