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Constructores de la Cultura de la Vida

By Mons. José Rafael Quirós. / Arzobispo de San José Abril 19, 2022

En diversos ambientes de orden económico, político y social, la Iglesia ha levantado la voz y enarbolado la bandera de la Cultura de la Vida como un modo de alentar a los católicos, y a todas las personas de buena voluntad, a ofrecer a este mundo signos de esperanza, trabajando por la instauración de los derechos humanos, la justicia y la solidaridad en aras de una autentica civilización de la verdad y del amor.

La Cultura de la vida  es  expresión de nuestro compromiso con la dignidad y la vida de cada ser humano, en virtud del misterio del Verbo de Dios hecho carne (cf. Jn 1, 14). Por ello, afirmamos: “Todo lo que se opone a la vida, como los homicidios de cualquier género, los genocidios, el aborto, la eutanasia y el mismo suicidio voluntario; todo lo que viola la integridad de la persona humana, como las mutilaciones, las torturas corporales y mentales, incluso los intentos de coacción psicológica; todo lo que ofende a la dignidad humana, como las condiciones infrahumanas de vida, los encarcelamientos arbitrarios, las deportaciones, la esclavitud, la prostitución, la trata de blancas y de jóvenes; también las condiciones ignominiosas de trabajo en las que los obreros son tratados como meros instrumentos de lucro, no como personas libres y responsables; todas estas cosas y otras son oprobios que, al corromper la civilización humana, deshonran más a quienes los practican que a quienes padecen la injusticia y son totalmente contrarios al honor debido al Creador”. [1]

Esta posición, que responde a nuestros valores éticos, encuentra  antagonismo en la “cultura de la muerte” que se identifica en la base de muchos y graves aspectos de la problemática social y que sostiene el clima de confusión moral; no sólo de una ideología sino de una estructura de pecado, caracterizada por la difusión de una mentalidad egoísta e indiferente, presentada, irónicamente, como signo de progreso y conquista de libertad en la sociedad.

No es un problema menor, pues los postulados de esta cultura de la muerte, jamás llamada así por quienes la defienden, van en dirección contraria del respeto a la vida, y representan una amenaza a los derechos humanos, al punto de poner en peligro la convivencia democrática, pues promueve una sociedad de excluidos, marginados, rechazados y eliminados.

Tanto en los centros de enseñanza y los medios de comunicación, hasta la producción de contenidos para diversas plataformas, estos atentados tienden a encubrir, en la conciencia colectiva, el carácter de “delito” y a asumir el de “derecho”. Una verdadera manipulación.

Costa Rica no es la excepción y, ya no son ajenas las crecientes campañas a favor del “derecho al aborto”, bajo el eufemismo de “interrupción voluntaria del embarazo” y el “derecho a una muerte digna”. Es triste constatar el privilegiado lobby político que realizan y el preferencial reconocimiento legal de estos supuestos “derechos” por el Estado. El derecho a la vida no es negociable en ningún ámbito, porque es el generador del resto de los derechos.

Como nos enseña el Papa Juan Pablo II: “Reivindicar el derecho al aborto, al infanticidio, a la eutanasia, y reconocerlo legalmente, significa atribuir a la libertad humana un significado perverso e inicuo: el de un poder absoluto sobre los demás y contra los demás. Pero ésta es la muerte de la verdadera libertad” [2]. Lo que hoy se promueve como “progresista” en este tema responde a las prácticas de barbarie, presuntamente superadas por la humanidad.

Estamos llamados a promover la Cultura de la Vida, ante todo, aquellos que han sido elegidos por el pueblo para legislar y respetar los principios de nuestra Constitución Política, la vida humana es inviolable desde la concepción hasta la muerte natural. Hay que saber leer el espíritu de la norma. Promover la cultura de la vida es fortalecer la sociedad. Sin una cultura que respete el derecho a la vida y promueva los valores fundamentales de cada persona, no puede existir una sociedad sana. El respeto, la promoción y la defensa de la vida son el centro y eje del verdadero progreso social, cultural y económico, pues el desarrollo integral y el bien común pasan por el cuidado de la vida de toda persona.

Glorioso Patriarca San José, custodio de toda vida humana, ruega por nosotros.

 

[1] Gaudium et Spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 27.

[2] Juan Pablo II, Evangelium Vitae, n.20

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