Con el dolor de la partida, pero con la certeza de que nuestra vida está unida a la de Jesús en su pasión, muerte y su resurrección, hemos elevado al Señor nuestra oración confiada por el descanso eterno del Presbítero Jorge Pacheco Romero, del clero arquidiocesano.

Nuestra fe en Jesucristo Resucitado nos lleva a concebir la vida como un peregrinaje de plenitud donde se relativiza lo meramente transitorio para alcanzar lo eterno y definitivo. Qué triste sería pensar que todo tiene su término en el mundo presente, lo que llevaría a muchos a sentirse realmente frustrados, al no poder dar respuesta a realidades que se comprenden únicamente desde la fe en el Señor, que es origen y plenitud de toda vida humana.

La pandemia del Covid-19 evidencia nuestra vulnerabilidad y deja al descubierto las falsas y superfluas seguridades humanas, pero, en estas circunstancias, también, “el Señor nos interpela desde su Cruz a reencontrar la vida que nos espera”^[1], y es ese el mensaje de esperanza que, a pesar del dolor y la incertidumbre, anima y consuela al pueblo de Dios.

Así como ningún padre de familia estará preparado para la muerte de un hijo, en la realidad de la familia presbiteral de la que el Obispo es el Padre y el Pastor, me siento profundamente conmovido por un suceso que nos arrebata a este querido hijo que ejerció de modo alegre y fructuoso su sacerdocio.

El Padre Jorge sintió desde joven la llamada del Señor y desde el ministerio sacerdotal hizo efectiva esa respuesta generosa a Dios. Su vida y ministerio alcanzó a tanta gente y, por ello, son muchos los que lloran la, hasta hace poco, inesperada partida de este hombre que dedicó su vida, con pasión a anunciar a Cristo en las diversas tareas que le encomendó la Iglesia.

En efecto, “el presbítero está llamado a vivir en sí mismo lo que experimentó Jesús en primera persona, esto es, entregarse plenamente a la predicación y a la sanación del hombre de todo mal de cuerpo y espíritu, y después, al final, resumir todo en el gesto supremo de «dar la vida» por los hombres, gesto que halla su expresión sacramental en la Eucaristía”.^[2]

Pero, además, con dedicación y ciencia, el Padre Pacheco consagró su vida a la inteligencia de la fe, con un estudio serio y una investigación permanente desde la Teología Moral, para promover las certezas del creyente que afianza, de modo auténtico, su existencia en Dios. De su conocimiento nos nutrimos los obispos, sacerdotes, seminaristas, catequistas y diversos agentes de evangelización.