Lo primero que esta carmelita descalza nos enseña es la inhabitación trinitaria, algo que muchos católicos no tienen presente, ni meditan en ello. Isabel es la gran maestra de la vida interior, quien nos enseña a descubrir que somos morada de la Trinidad, que tenemos tres huéspedes divinos y que poseemos el cielo en nuestra alma porque Dios habita en nosotros. Si las personas meditaran en este misterio ya esto sería un gran punto de inflexión en la carrera de la vida, un empuje a la conversión.
Algo muy hermoso en muchos de los santos del carmelo, es poder alcanzar la santidad en la vida ordinaria, pues esto toca la vida de la mayoría de las personas que no tienen gracias sobrenaturales. Lo anterior hace que Isabel (como Santa Teresita, sus papás, su hermana Leonia y tantos otros santos similares) se vea cercana y su modelo de santidad alcanzable pues esta santidad se basa sobre todo en una apertura a la gracia de Dios y en una disposición interior.
Así, Isabel se muestra como nosotros, simplemente se sintió amada por Dios. Ella solo se sentía casa de Dios y contó su experiencia de amor con la Trinidad a todos cuantos le rodearon para que pudieran tener una ayuda espiritual. Su madre y su hermana Margarita fueron las grandes herederas de su testamento espiritual, pero gracias a sus escritos y al Carmelo tenemos acceso a esta riqueza espiritual que fue su relación con sus tres huéspedes divinos.
Isabel es la maestra del uso del silencio, porque el silencio mal usado puede herir a otros, pero ella lo utilizó para entrar en comunicación con su Amor. Es también una mujer coraje que dejó su familia para seguir la llamada de Dios al Carmelo. Su prueba mayor no fue la muerte de su padre cuando estaba pequeña, sino que su madre se opusiera a su vocación hasta que cumpliera 21 años, tiempo en el que ella esperó con paz, aceptando la voluntad de Dios. Fue una virgen laica por algún tiempo que también nos enseñó que se puede estar en el mundo sin ser del mundo.