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La belleza escondida en el Tepeyac

By Lic. Lisandra Chaves. Enero 14, 2021

Acabamos de celebrar la fiesta de nuestra Emperatriz de América, la Virgen María de Guadalupe, la famosa Virgen Morena que decidió quedarse a vivir en México y desde allí atender a todos. Es innegable que la imagen de la Virgen de Guadalupe tiene un misterio divino, que sobrepasa los límites de las explicaciones científicas, pero allí está frente a nuestros ojos y es muestra de que es real lo sucedido en el Tepeyac en 1531. El que no cree en Dios luego de estudiar la historia, el milagro y el Códice Guadalupano sencillamente es por una obstinación personal.

Gracias a Dios que me dio la oportunidad de viajar a México cuando ya tenía fe y desde entonces, siempre he puesto en mis viajes a México, una parada obligatoria en la Virgen de Guadalupe. En cada visita la Virgen me sorprende y siempre he salido cargada de fe, consolada, llena de esperanza. El año pasado pude estar dos días sola en la Basílica con Ella, orando, conversando con la Madre, poniendo todo en sus manos y dejándole a Ella el timón de mi vida. Había poca gente, por lo cual estuve a mis anchas frente a la imagen mucho tiempo. La señora que me hospedaba me preguntó ¿de verdad no quieres visitar algo más en CDMX?... realmente yo solo necesitaba estar muchas horas a solas con la mamá celestial y pasé a CDMX solo a verla a ella a mi regreso de Monterrey.

A inicio de año, sin sospechar que una pandemia iba a golpear al mundo, la volví a visitar, pero esta vez me regaló un hermoso descubrimiento en el Tepeyac. Una amiga me pidió llevar una encomienda a monjas de clausura que viven en el Tepeyac. ¡Cuántas veces fui a la Basílica y al Tepeyac y nunca vi este Carmelo Descalzo ni supe que existía! Al lado del templo de las apariciones hay una pequeña puerta, casi imperceptible, con una pizarra con información del Carmelo Descalzo y el escudo del Carmelo y yo jamás lo vi hasta ese día en que toqué el timbre y me abrieron la puerta.

Subí una escalera de caracol y encontré el locutorio. La hermana que me atendió muy sonriente tomó la encomienda que le llevaba y me tenía refresco con galletas. Sinceramente sentí como si la Virgen de Guadalupe me estuviese invitando a tomar refresco con Ella en el lugar de las apariciones de 1531. La monjita me entregó bolsas de escapularios que ellas confeccionan y el detalle que me derritió de amor fue la bolsa de pétalos de rosa que ellas recogen del jardín donde la Virgen de Guadalupe hizo florecer las rosas que entregó a San Juan Diego y que se transformaron luego en la imagen hermosa que brilla al centro de la Basílica nueva.

Yo que siempre estoy atenta a los signos de Dios, entendí que me dieron los escapularios por algo, porque es un signo de la protección mariana y que estas rosas que yo traía desde el Tepeyac debían recordarnos que Ella está siempre intercediendo por nosotros pues su aparición en México hace tantos años sucedió por voluntad de Dios para que su Madre pudiera estar con nosotros en todo momento, sí, también en la pandemia que ha azotado este 2021. A los lectores del Eco les pido que oremos por las vocaciones, para que Dios mande a este Carmelo nuevas vocaciones que sigan allí custodiando el Tepeyac y orando por la humanidad.

Quiero terminar con lo que dice la placa ubicada en la parte superior de la puerta de entrada a este Carmelo Descalzo del Tepeyac: “En las inmediaciones de este lugar, al amanecer del sábado 9 de diciembre de 1531, la Madre de Dios habló por primera vez con Juan Diego. Por la tarde, ese mismo día, y al atardecer del domingo 10 de diciembre, nuevamente habló con él, el día 12 de diciembre por la mañana, Juan Diego recogió de este sitio las rosas del milagro”.

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