El Señor nos llama, nosotros escuchamos y por lo tanto debemos salir con alegría a su encuentro en pos de nuestra salvación. En el Evangelio observamos que el ciego Bartimeo apenas escuchó el llamado de Jesús; “tiro su manto; de un salto se puso en pie y se acercó a Jesús”. La actitud de un cristiano frente a la salvación que nos ofrece Jesús debe ser pronta, inmediata, cumplida, puntual y alegre. Con una actitud de fe alegre podremos transformar nuestro mundo, vencer los miedos, salir del destierro, retornar a la Iglesia, a la casa del Padre, regresar al camino.
Lo esencial para que el milagro suceda en medio de la oscuridad que acecha, es tener fe, pero una fe que sea entusiasta. El ciego salió corriendo en medio de la oscuridad, conducido únicamente por la fe en Jesús: “Al oír que el que pasaba era Jesús Nazareno, comenzó a gritar”. Bartimeo primero escuchó y luego gritó y proclamó; “Jesús Hijo de David ten compasión de mí”. Debemos escuchar primero para proclamar con júbilo las grandezas del Señor.
Este hombre proclamó su fe en Jesús y en ese preciso momento comenzó el milagro en su vida: pudo correr hacia él estando ciego. Vivir lejos del amor de Dios nos destierra de su Iglesia que es Madre y Maestra y nos arrastra a llenar vacíos con apegos efímeros y mundanos. Pero por la fe, como lo enseña el Catecismo: “El hombre se entrega entera y libremente a Dios” Bartimeo era un hombre de fe, había escuchado hablar de Jesús, pero cuando lo sintió cerca, corrió tras él a pesar de su ceguera, restándole importancia a los imposibles.
La Palabra de Dios se hace vida, cuando provoca movimientos y transforma. Escuchar la voz de Dios en su Palabra nos libera de nuestros mantos que nos dan seguridades que no nos salvan. No esperemos que el milagro suceda, creamos desde ya en Jesús de Nazareth que siempre camina a nuestro lado, que nos hace volver a la luz, levantándonos de la orilla para volver al camino viviendo la alegría de sentirnos amados por Él.