La formación inicial para el sacerdocio no es la excepción y la pandemia colocó a todos los seminaristas en la realidad más cruda de nuestras familias, comunidades de origen y de nuestras diócesis al compartir en las parroquias donde fuimos designados por el obispo los últimos cuatro meses del año en medio de limitaciones económicas y pastorales. A partir de este contexto e iniciando un nuevo año formativo, reflexiono los siguientes desafíos para la formación sacerdotal post Covid:
Anuncio de Jesucristo: la tímida respuesta de un gran número de bautizados a la reapertura de los templos, los procesos de catequesis para niños y adolescentes, así como al sacramento de la reconciliación o matrimonio, nos revela aún más que nunca que es necesaria una nueva evangelización pero para los bautizados, esa será una meta prioritaria de una Iglesia en actitud de salida. De allí la necesidad de acentuar el anuncio kerigmático en la acción pastoral de los seminaristas pero también el atento cuidado de su propio proceso de conversión en orden continuo al encuentro con Jesucristo. En este punto es donde considero esencial la gradualidad de los valores del discipulado misionero que el Seminario Nacional Nuestra Señora de los Ángeles, a través de su itinerario formativo promueve en los seminaristas como la institución que tiene esa misión en la Iglesia. Es necesario generar raíces para luego dar fruto, no apresurar o improvisar procesos.
La Esperanza: la Iglesia, fiel a la esencia del Evangelio, ha sido un referente y una voz de esperanza en medio de esta pandemia: ¡cuánta emoción con la bendición del Papa Francisco el 27 de marzo en la Plaza de San Pedro! Esto interpela a los seminaristas para dejar atrás la mundanidad espiritual y asumir con compromiso un mayor discernimiento de su propia vida vocacional y su compromiso pastoral para el futuro a través de los signos de los tiempos: “el gradual crecimiento interior en el proceso formativo debe tender a hacer del futuro presbítero “hombre de discernimiento”, capaz de interpretar la realidad humana a la luz del Espíritu” (Ratio Fundamentalis Institutionis Sacerdotalis 43). Esta actitud interior se forja con el contacto asiduo y gradual con la Palabra de Dios, la Eucaristía y los Sacramentos, la Oración personal, la Dirección Espiritual y el estudio constante asumidos gradualmente pero con empeño y acompañamiento.
Reconciliación: en el retiro final del proceso formativo del año 2020 me impactó una frase de san Pablo que considero muy actual para el candidato al sacerdocio: “ Y todo es obra de Dios, que nos reconcilió con él por medio de Cristo y nos encomendó el ministerio de la reconciliación.” ( 2 Cor 5, 18). En una sociedad desolada por las consecuencias de la pandemia, la violencia contra la mujer expresada en tanto femicidio, con autoridades públicas que incluso aprobaron el aborto en este contexto de muerte y dolor, la única esperanza y nuestra mayor alegría es Jesucristo. De esta forma, los jóvenes que nos formamos para ser Pastores al estilo de Jesús, debemos asumir con radicalidad la identidad de ser embajadores de Cristo y ministros de la renociliación en una sociedad necesitada de consuelo, esperanza y perdón.
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