Nuestro eje central son los valores cristianos que nos llaman a defender la verdad, socorrer al necesitado y acoger al indefenso, especialmente a quienes huyen de su país en busca de oportunidades y seguridad.
Don Bosco nos recuerda que “la verdadera educación consiste en formar personas capaces de vivir en libertad y de servir con generosidad a los demás”, una idea que guía cada gesto de ese día y que se manifiesta en la convivencia de la comunidad.
La misa se dio en un marco de fraternidad. Anna Katherine llegó con afecto y paciencia, y juntos admiramos la belleza de la iglesia, símbolo de nuestra historia y de la búsqueda de lo trascendente.
La liturgia se mezcló con la calidez de la casa cural, donde la hospitalidad se expresa en gestos simples que fortalecen la comunión entre creyentes y amigos.
En este contexto, recordamos que la vida cristiana se nutre de la verdad anunciada con amor y de la empatía que nos mueve a cuidar a los demás, especialmente a los vulnerables. Como enseñó San Juan Bautista de La Salle, “La educación debe formar para la vida, con amor y paciencia; cada alumno merece ser visto en su dignidad”, una guía que acompaña nuestras conversaciones sobre la dignidad de cada persona que llega a nuestra comunidad.
En la casa cural, la mesa fue un altar de convivencia. Degustamos picadillos de chicasquil y una olla de carne, símbolos de la riqueza de nuestra región y de la alegría de compartir. La conversación incorporó una mirada educativa: la sencillez y la dedicación en el servicio son virtudes que guían a quienes enseñan y atienden a otros. San Miguel Febres Cordero, caminando con los pies “torcidos” por el camino recto que eligió, nos recuerda la importancia de la diligencia y la constancia en la entrega diaria a la educación y al cuidado de los jóvenes. Sus palabras resuenan aquí como llamada a cuidar cada detalle del proceso educativo y de acompañamiento.
Entre sacerdotes, discutimos la violencia en redes y la necesidad de ser testimonio cristiano entre la niñez y la juventud.
Anna Katherine, conto su experiencia del Centro Juvenil Luis Amigó, compartió su visión de rescatar a jóvenes de la violencia y la criminalidad, destacando su labor como madre, abuela y educadora que se siente bendecida al colaborar como voluntaria en el Centro Juvenil Luis Amigó.
Añadió una reflexión: Nos dijo, como Exministra de Educación, como madre, como abuela y como docente, nos dice que se siente bendecida de colaborar en el Centro; testimoniar el evangelio entre tantos jóvenes y el personal que los atiende es para ella un llamado de Dios. Estas palabras fortalecen la idea de que la educación y la fe deben caminar juntas en la vida diaria y en la misión educativa de la parroquia.
La conversación subrayó que la verdadera educación no es solo conocimiento, sino formación de personas libres, responsables y compasivas.
El Padre Pollo, con su gentileza, nos invitó a vivir la fe con coherencia, para que cada acción refleje a Cristo en medio de la complejidad del mundo.
Don Bosco nos invita a acompañar a los jóvenes con una mirada tierna y una educación basada en la razón, la religión y el afecto: “La verdadera educación consiste en formar personas capaces de vivir en libertad y de servir con generosidad a los demás.” Esa idea guía nuestra convivencia diaria, tanto en la parroquia como en la vida familiar y educativa.
En esa misma línea, recordamos la necesidad de responsabilidad social: comunicar con claridad, sin temer a la crítica, y sostener a quienes sufren por la violencia y la exclusión.
Los textos sagrados y la tradición de la Iglesia nos recuerdan que la misericordia es el camino que transforma el dolor en oportunidad de crecimiento.
San Juan Bautista de La Salle añade su énfasis en adaptar la enseñanza a las edades y talentos de los alumnos, y en cultivar un ambiente que promueva la dignidad humana.
El Papa Francisco insiste en la educación como camino de misericordia, que abre puertas y mira con ternura a cada persona, especialmente a los pobres y marginados: “La misericordia es el corazón de la misión de la Iglesia; no podemos cansarnos de hacer el bien.”
La jornada nos dejó lecciones prácticas: la hospitalidad en la casa cural es una encarnación de la comunión cristiana; comer juntos es más que alimentarse: es compartir vida, escuchar historias y fortalecer vínculos.
La mesa se convierte en aula viva, donde las conversaciones entre sacerdotes, educadores y jóvenes muestran que el saber debe ir acompañado de presencia y servicio. La educación en valores no es carga, sino oportunidad para formar personas libres y responsables, capaces de construir una sociedad más justa y pacífica.
Pensando en el futuro, surgen ideas para ampliar estas experiencias: espacios de diálogo entre jóvenes y adultos en las parroquias, alianzas con centros educativos para diseñar programas que integren formación cívica y espiritual, campañas de servicio a migrantes y una cultura de misericordia que se extienda a las redes sociales.
Necesitamos defender la verdad con caridad, socorrer al indefenso y acoger a quienes buscan refugio y trabajo, recordando que cada rostro es imagen de Dios. Nuestro camino es construir puentes, no muros, y testimoniar el evangelio en cada gesto cotidiano.
Así, si la verdadera educación es libertad y servicio, la Iglesia local debe ser una escuela de vida donde cada persona se sienta vista, escuchada y amada.
Este día, que comenzó con claridad de fe y terminó en la calidez de la casa cural, nos deja la certeza de que la vida cristiana es un camino de misericordia, educación y servicio, en el que cada persona es llamada a ser testigo del evangelio en medio de un mundo que necesita escuchar, comprender y acompañar