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Miércoles, 08 Octubre 2025
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La tierra donde naciste no la puedes olvidar jamás

By Willy Chaves Cortés, OFS Orientador Familiar, UJPll / Doctor en Humanidades, UPF Octubre 03, 2025

En la casa de los Bambús, en Aserrí, vivimos una familia que sabe que la vida se celebra cuando se reúne para agradecer. “La vida se mide por los momentos que nos hacen sentir vivos”, y por eso Tío Edelio cumple años y nos reúne para homenajearlo y celebrar la vida que nos acompaña: la verdadera riqueza de la vida es la gente con la que la compartimos.

La familia no es solo de sangre; es y serán esas personas que nos quieren y a las que queremos. Así es Tío Edelio: un hombre que inspira y une, recordándonos que la amistad es la memoria del alma dando las gracias por el regalo de estar juntos.

Judith y Fabricio, viajados desde Italia, llegaron para celebrar en grande. No podía faltar la cubanía en la celebración: la música, el ritual, el sabor que transforma una reunión en memoria viva; “la música es el lenguaje que no necesita traducción para unir corazones”. Tía Xiomara, a quien extrañamos porque está en Cuba cuidando a la bisabuela.

Mi hijo, junto con Judith, Susana y Sol, se encargó de la decoración, logrando que la casa respirara la calidez de una bodeguita del Medio: “donde hay amor, hay familia”. La casa se convirtió en un crisol de voces y colores, donde cada detalle parecía contar una historia de Cuba y Costa Rica entrelazadas por la gratitud y la celebración.

Gracias a los cubanos que trabajan en el Outlet, conseguimos una orquesta cubana que hizo vibrar el ambiente. Mi hijo, sin dudarlo, se convirtió en bongosero del grupo musical, marcando el pulso de una noche de ritmo y gratitud; “la verdadera riqueza de la vida es la gente con la que la compartimos”. Edelio y la memoria de Cuba quedaron musicalizados en la noche.

El piano, las congas y las trompetas se mezclaban con risas, brindis y el murmullo de historias que se cruzan entre generaciones, como si la música pudiera salvar momentos y convertirlos en eternidad.

Entre los invitados estuvo la doctora Daisy Corrales, que preparó el mejor pastel de yuca del mundo, una forma sabrosa de decir que la dulzura también se encuentra en la tradición; “la vida se mide por los momentos que nos hacen sentir vivos”. Doña Daisy, con su toque maternal, repartía porciones como quien reparte consuelo y memoria, recordándonos que todo sabor tiene una historia y que las historias compartidas fortalecen el tejido de una familia extendida.

Irene López nos sorprendió con su escabeché, un manjar que recuerda cocinas que acunan memorias de infancia; “la autenticidad es la memoria del corazón que habla con sabor”. Nacho trajo ron cubano para brindar con la alegría que da la vida, y Kathia preparó un arroz con leche que hizo sonreír a todos, recordándonos que la amistad se nutre de sabores compartidos y de momentos simples bien vividos: “la amistad es la memoria del alma dando las gracias por el regalo de estar juntos”.

Paul Alfaro aportó unas delicias mexicanas para los entremeses, recordándonos que la diversidad en la mesa fortalece lazos; “la diversidad es la belleza de la humanidad cuando se comparte con generosidad”.

Ricardo Oreamuno se ocupó de las bebidas, mientras Pepe trajo un queque a base de frutos secos, una dulzura que se fundía con la brisa de la noche, porque “la vida se mide por los gestos pequeños que dan sentido a lo grande”. Cada bocado era una memoria que viajaba desde la cocina hacia la conversación, una ruta que conectaba continentes y generaciones con la misma intención: agradecer y celebrar la vida.

El Padre Pollo trajo un aperitivo único, dejando claro que la creatividad también sabe a reunión; “la creatividad es la inteligencia viendo la posibilidad en cada instante”. Miguel, mi amigo cubano, es como un lazarillo para mis necesidades: preparó el cerdo al estilo cubano con yuca, un plato que hizo sonar la memoria de las cocinas cubanas y costarricenses en una sola melodía de aromas; “la memoria es la forma más hermosa de mantener vivas las raíces cuando el tiempo cambia”.

Aquel cerdo dorado y humeante parecía reunir a los presentes alrededor de una mesa que hacía de base de un mapa emocional, donde cada persona deja una señal indeleble.

Todos teníamos la convicción de que estábamos reunidos para celebrar y agradecer; Doña Anna Katharinne Muller tomó la palabra y afirmó que, ante todo, lo más bello y lo más hermoso es la autenticidad de nuestra amistad: “la autenticidad es la luz que mantiene encendida la chispa de la convivencia”. Tío Edelio tomó la palabra y agradeció el acontecimiento: colocó a Dios como centro del momento vivido y nos pidió estar siempre atentos a la voz de lo divino, honrando el significado honesto de la amistad; sus palabras nos recordaron que “la fe no es creer que todo sale perfecto, sino confiar en que todo tiene un propósito mayor”. En aquella velada, la fe se convirtió en brújula, y la gratitud en puente que unía a todos los presentes.

Recuerdos de Cuba, grabados en el alma, y gratitud hacia Costa Rica

Nuestras memorias de Cuba vuelan como mariposas entre canciones y risas; “la vida es un baile que se disfruta en compañía” y, en cada recuerdo, se enciende una chispa de aquellas plazas de La Habana donde la gente se reunía para conversar y cantar. Recordamos las plazas de La Habana, donde la gente se detiene a conversar, a bailar y a compartir un bocado de casa, y en cada esquina el rumor del son, el tumbado de una guitarra y la voz que canta historias de libertad y de esperanza: “la música es el lenguaje que no necesita traducción para unir corazones”. Esas imágenes se quedan grabadas, no como curiosidades, sino como guías para vivir con más empatía, para entender que las raíces pueden ser un puerto seguro cuando se sabe navegar con respeto y alegría.

Costa Rica nos recibió con la calidez de su gente, con la serenidad de un país que abraza a los que llegan; “donde hay amor, hay familia”. Aquí aprendimos que la casa puede ser un refugio, que la música puede cruzar fronteras y que la amistad es un idioma universal. En este encuentro, la gratitud se hizo palabra y la palabra se convirtió en acción: celebramos la vida, agradecemos la amistad y bendecimos el futuro que compartimos; “la verdadera riqueza de la vida es la gente con la que la compartimos”. Cada gesto de hospitalidad se convirtió en una promesa de continuidad: seguiremos cuidando estos lazos, alimentándolos con encuentros, conversaciones y actos de servicio.

La vida se mide por los momentos que nos hacen sentir vivos; la verdadera riqueza de la vida es la gente con la que la compartimos; la amistad es la memoria del alma dando las gracias por el regalo de estar juntos; donde hay amor, hay familia; la fe no es creer que todo sale perfecto, sino confiar en que todo tiene un propósito mayor; la música es el lenguaje que no necesita traducción para unir corazones. Cada pensamiento se entrelaza en el tejido de la noche, hilos invisibles que sostienen la memoria de lo vivido y guían hacia lo que aún está por venir.

Homenaje a la autenticidad de la amistad

La celebración de Tío Edelio fue, ante todo, un homenaje a la autenticidad de nuestras relaciones; Doña Anna Katharinne Muller recordó que la amistad verdadera no tiene precio, no se compra ni se vende: se cultiva con gestos simples y constantes, con la capacidad de escuchar, de acompañar y de agradecer.

Tío Edelio, con su sencillez y su gratitud, encarna ese compromiso; “la autenticidad es la luz que mantiene encendida la chispa de la convivencia”. Cada vez que lo vemos sonreír, comprobamos que la autenticidad no es un adorno, sino una forma de vivir que inspira a los demás a mostrarse como son. En cada risa, en cada brindis, sentimos que la vida se hace más grande cuando se comparte.

 

Las historias de Cuba y las nuevas vivencias en Costa Rica se entrelazaron como hilos de un mismo tejido; “la diversidad es la belleza de la humanidad cuando se comparte con generosidad”. La cubanía que se dejó escuchar en la música, las risas de los niños, el aroma de yuca y escabeche, y el sabor del ron compartido, se convirtieron en una celebración de la identidad que nos fortalece; “la memoria es la forma más hermosa de mantener vivas las raíces cuando el tiempo cambia”.

La presencia de Dios en el centro de la celebración no fue una simple formalidad: fue una guía para recordar que todo lo que hacemos tiene un propósito y una bendición; “la fe no es creer que todo sale perfecto, sino confiar en que todo tiene un propósito mayor”.

Pedimos por aquellos que ya no están con nosotros, por la salud de quienes amamos y por la paz en nuestras vidas. Que la voz de lo divino nos invite a ser mejores, a honrar la verdad que sostiene nuestras relaciones y a cultivar la bondad diaria; “la vida se mide por los momentos que nos hacen sentir vivos”.

Al final de la noche, hubiéramos querido que el momento durara para siempre. Aun así, llevamos en el corazón la certeza de que seguiremos celebrando la vida de Tío Edelio y la amistad que nos une. La casa de los Bambús, en Aserrí, fue un faro de amor, de sabor y de esperanza; una memoria compartida que nos recuerda que la familia no es solo un linaje, sino una comunidad de personas que eligen caminar juntas. Y recordamos que, como decía otro gran pensamiento, “la vida es un regalo cuando se comparte con quienes amamos”.

Gracias a todos los que hicieron posible este homenaje: a Judith, a Fabricio, a mi hijo Benjamín y a Susana y Sol por la decoración; a los cubanos del Outlet por la música; a Daisy Corrales, Irene López, Nacho, Kathia, Paul Alfaro, Ricardo Oreamuno, Edelio, mi hermano Pepe, al Padre Pollo, Miguel, Doña Anna Katherine Muller y a todos quienes formaron parte de aquella noche. Gracias por sostener la memoria, gracias por hacerla presente, gracias por vivirla y compartirla.

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