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Domingo, 23 Noviembre 2025
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Una amiga leal, vale más que diez mil parientes

By Willy Chaves Cortés, OFS Orientador Familiar, UJPll / Doctor en Humanidades, UPF. Noviembre 03, 2025

Jaquelín: Te oigo, Willy. Aquí estamos, en la casa de los bambúes, donde el murmulio de las cañas parece sostener lo que a veces nos falta: palabras para decir lo que duele y, al mismo tiempo, la valentía para intentar sanar. ¿Cómo estás, amigo?

Willy: Estoy aquí, Jaquelín. Me acuerdo de cuando éramos niños y todo parecía más simple y, a la vez, más tormentoso. Tu vida fue una odisea de retos que venciste con esfuerzo y dedicación; la mía fue un camino forjado en medio de la tormenta, con cicatrices que todavía duelen. Pero también con una mano tendida hacia la esperanza. Te escucho, y siento que este lugar nos da permiso para decir lo que pocas veces hemos dicho.

Jaquelín: Gracias por decir eso, Willy. La casa de los bambúes tiene esa cualidad: escucha sin juzgar, recuerda sin presionar, y deja que el dolor tenga voz para después convertirse en enseñanza. Quisiera que este encuentro sirva para hablar de amor propio y perdón, sin fingimientos, con la crudeza necesaria para que la verdad pueda sostenernos.

Willy: Empecemos por ahí: amor propio. A veces siento que nos lo enseñan como si fuera un lujo o un exceso, cuando en realidad es la base sobre la que sostener nuestras relaciones, nuestra salud y nuestra capacidad de abrazar la vida.

En mi caso, la historia de mi niñez —un trasfondo de maltrato y abuso sexual— dejó huellas profundas. He trabajado para no dejar que esas huellas me definan, para transformar la vergüenza en una voluntad de cuidado, primero hacia mí mismo y luego hacia los demás. ¿Cómo definiste tú, Jaquelín, ese amor propio cuando la vida te empujó a mirar dentro de ti?

Jaquelín: El amor propio para mí nació como una chispa que, a veces, parecía un susurro. Después de tantos obstáculos, entendí que no era egoísmo ser amable conmigo misma, sino una forma de justicia interna: merecía ser tratada con la misma paciencia, la misma ternura que brindaba a otros.

Tu historia de infancia te da una mirada aguda: la vulnerabilidad no es debilidad, es la puerta hacia la autenticidad. Amarte implica aceptar tus heridas sin que ellas te definan, y elegir, cada día, la acción que te acerque a la verdad de quién eres en esencia.

Willy: Esa verdad puede ser dolorosa. A veces me pregunto si he perdonado lo suficiente. He perdonado a quienes me hicieron daño, pero también me pregunto si me he perdonado a mí mismo por no haber cambiado el curso de ciertas cosas. La culpa, a veces, me persigue como un eco que repite una y otra vez: “Si tan solo hubieras…”. ¿Cómo superaste tú esa tendencia a culparte?

Jaquelín: La culpa es una maestra que llega disfrazada de monstruo. Te muestra dónde estás a salvo y dónde te traicionas a ti mismo.

Yo aprendí a nombrar la culpa, a mirarla de frente sin permitir que se convierta en un rencor que me cope la vida. Luego, aprendí a convertir el daño en una brújula que me guíe hacia actos de cuidado. Perdonar no significa borrar el pasado, sino liberar el presente para que puedas vivir sin cargar con aquello que ya no te sirve. En tu caso, no se trata de olvidar, sino de integrar: reconocer lo que hubo, aprender la lección y elegir nuevas formas de ser en el ahora.

Willy: Hablando de perdón, tú fuiste la persona que me mostró que perdonarse a uno mismo es un acto de compasión profunda. Muchas veces, cuando el dolor regresa, es fácil caer en la trampa de la autocrítica. ¿Qué prácticas me recomiendas para sostener ese perdón en el día a día?

Jaquelín: Practica la pausa. Antes de reaccionar, respira. Pregúntate: “¿Qué necesito ahora para cuidarme?” Anota una pequeña acción de amor propio cada día: puede ser descansar, salir a caminar, escribir una frase de afirmación, o pedir ayuda. Habla contigo mismo como hablarías con un amigo que está pasando por lo mismo: con firmeza, sin culpabilidad excesiva, con esperanza. Y permite que el perdón se asiente poco a poco, como una semilla que necesita tiempo para germinar.

Willy: Tú también has pasado por una historia de retos personales. En tu caso, alcanzaste una vida llena de logros a pesar de haber enfrentado obstáculos que podrían haber derribado a cualquiera. ¿Qué hábitos te ayudaron a vencer y a mantenerte en el camino del amor propio y del perdón?

Jaquelín: Fue una mezcla de disciplina y compasión. Disciplina para sostener rutinas que nutrían mi cuerpo y mi mente; compasión para no castigarme cuando fallaba. Crear una visión de futuro que fuera lo suficientemente desafiante como para justificar el esfuerzo, pero también realista para no desanimarme. Aprendí a rodearme de personas que creyeren en mí, a decir “no” cuando era necesario, a celebrar cada logro, por pequeño que fuera. Y, sobre todo, entendí que el perdón no es un acto único, sino una práctica continua: perdonarte una y otra vez a medida que vas descubriendo nuevas capas de ti misma.

Willy: A veces la memoria se vuelve un terreno minado: recuerdos de abusos, de traiciones, de imposibilidades. ¿Cómo haces para que la memoria trabaje a tu favor en lugar de convertirse en una carga?

Jaquelín: La memoria puede ser una aliada si aprendemos a elegir qué guardar y qué soltar. Hago tres cosas: primero, nombro lo que fue sin adornos, sin menosprecio, con la claridad de quien sabe que no voy a volver a vivir aquello; segundo, expreso una enseñanza o una semilla de gratitud de cada experiencia; tercero, cultivo un ritual que me ancla en el presente. Puede ser una caminata, una canción, una carta que no envío, una planta que riega. De esa forma, la memoria no me atrapa; me guía.

Willy: En nuestra conversación, la casa de los bambúes parece un personaje más: escucha, acolcha, invita a la reflexión. ¿Qué secreto te gustaría dejar, Jaquelín, para quienes lean estas palabras y busquen consuelo?

Jaquelín: Que el amor propio no es un lujo; es una necesidad para vivir con dignidad. Que el perdón no borra el dolor de inmediato, pero lo transfigura. Y que, incluso cuando la amistad parece partir, el vínculo verdadero persiste en forma de cuidado, de recuerdos compartidos y de las semillas que dejamos en el mundo con nuestras acciones. Si alguien lee esto y siente que la herida es demasiado grande, que se permita buscar ayuda: terapeutas, comunidades, hermanos o amigos que escuchen sin juzgar. No están solos. 

Willy: A veces me pregunto qué significa amar cuando el miedo aún late en el pecho. Tú solías decir que el amor propio es la semilla que hace florecer el amor hacia los demás de forma auténtica. ¿Podrías decirme, con palabras simples, qué es amar sin miedo?

Jaquelín: Amar sin miedo es permitirte ser vulnerable sin autodestruirte. Es entender que tu valor no depende de la aprobación de otros, sino de la verdad con la que te miras cada día. Es elegir a pesar del miedo, y sostener a los demás sin perder de vista tu propio bienestar. Es saber que puedes darte permiso para decir “sí” a la vida, incluso cuando el temor susurra “no”.

Willy: Vamos cerrando círculos. ¿Qué mensaje dejarías para aquellos que aún cargan con culpas ajenas o propias, y desean empezar de nuevo?

Jaquelín:

Que cada día es una oportunidad para empezar de nuevo, incluso si el día anterior fue difícil. Que la culpa puede ser un motor si la conviertes en una pregunta: “¿Qué necesito aprender de esto para no repetirlo?” Que el perdón, tanto hacia los demás como hacia uno mismo, es un acto de libertad: libera tu mapa para que puedas trazar un camino diferente. Y que el amor propio te da la brújula: te recuerda quién eres cuando el mundo quiere dictarte quién debes ser.

Willy: Gracias, Jaquelín. Gracias por acompañarme en este refugio de bambúes, por sostenerme cuando el peso parece imposible y por enseñarme a cuidar de mí mismo. Siento que, al final de esta conversación, he ganado algo más que palabras: una promesa viva de continuar trabajando en mi amor propio y en mi capacidad de perdonar.

Jaquelín: Gracias a ti, Willy. Tu sinceridad y tu deseo de sanar ya son señales de que estás en ese camino. Recuerda que no tienes que hacerlo solo; la memoria de quienes hemos amado puede convertirse en una fuerza compartida que nos sostiene. Y cuando el dolor regrese como una ola, que la casa de los bambúes siga siendo un santuario donde podamos volver a respirar, a recordar y a empezar de nuevo.

Willy: Me llevaré esta experiencia como un pacto: cuidar de mi voz interior, no permitir que la culpa la ahogue, y mantener viva la práctica del perdón, tanto hacia mí como hacia los demás.

Jaquelín: Y yo me iré con la certeza de que tu camino, nuestro vínculo, y las semillas que hemos plantado en este encuentro seguirán creciendo. Que cada gesto de amabilidad hacia ti mismo y hacia los demás sea una grieta de luz que atraviese la oscuridad.

La conversación siguió, casi imperceptible, mientras las horas se deslizaban por la casa de los bambúes. Jaquelín, con su voz serena y sabia, y Willy, con la tensión de su pasado transformada en una determinación más suave, encontraron en ese encuentro una forma de mirar hacia adelante sin negar lo ocurrido. Las palabras se iban acomodando, no para borrar el dolor, sino para darle un lugar donde respirar.

Al partir, Willy dejó un suspiro que parecía llevarse una parte del peso que llevaba en el pecho. Jaquelín, en su sonrisa contenida, la acompañó con una mirada que decía: “Te cuido desde aquí, desde la distancia, desde la memoria.” Y así, la casa de los bambúes conservó la huella de dos amigos que, a través del dolor y la esperanza, aprendieron a sostenerse mutuamente: amor propio como refugio, perdón como camino, y una amistad capaz de vencer incluso la muerte para seguir iluminando la vida de quienes quedan.

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