Bernabé era un hombre afectuoso y generoso, que no dudaba en ofrecerse a sí mismo y compartir sus bienes materiales, para el provecho de los intereses del Reino de Dios. Después de la conversión de Saulo el perseguidor y ante el miedo y desconfianza de los cristianos de Jerusalén, Bernabé se los presentó como verdadero discípulo y lo integró a la Iglesia (Hech 9, 27). Era “un varón bondadoso, lleno del Espíritu Santo y de fe” (Hech 11, 23).
Fue profeta y maestro en la Iglesia de Antioquía (Hech 13,1), pues, como sabemos, después de la persecución de los helenistas y de la muerte de Esteban, estos cristianos se habían desplazado hasta esta ciudad de Siria (Hech 11,19) y, posteriormente, él fue enviando a esta nueva comunidad cristiana (Hech 11,22). Al llegar y comprobar la fe de aquellos primeros creyentes de Antioquía, Bernabé “se alegró mucho y exhortaba a todos a permanecer fieles al Señor con un corazón firme” (Hech 11,23). Los apóstoles lo incluían entre aquellos que “habían consagrado su vida por el nombre de nuestro Señor Jesucristo” (Hech 15, 25). Aunque no era uno de los Doce, con buena razón se le llamaba “apóstol”, junto con San Pablo (Hech 14, 14), pues era uno de los “enviados por el Espíritu Santo” (Hech 13,4) a iniciar el primer viaje misionero desde la comunidad cristiana de Antioquía, la segunda en importancia después de la Iglesia madre de Jerusalén.
La relación estrecha que Bernabé y Pablo tuvieron durante muchos años empezó unos tres años después de la conversión de San Pablo, cuando éste intentaba ponerse en contacto con la Iglesia de Jerusalén, como hemos visto (Hech 9,27). No se dice cómo Bernabé llegó a conocer a Pablo, pero fue él quien tuvo el privilegio de presentarlo al apóstol Pedro y a Santiago, el hermano del Señor y responsable de la Iglesia de Jerusalén (Gál 1,18-19).
Mientras tanto, el testimonio de ciertos judíos de habla griega de Chipre y Cirene había suscitado mucho interés por el cristianismo en Antioquía de Siria. Como consecuencia, la Iglesia de Jerusalén de Jerusalén envió a Bernabé a Antioquía, para animar y edificar a estos nuevos creyentes. Por ser un chipriota de habla griega, era el hombre idóneo para esta tarea. Tan pronto como comenzó su ministerio allí, “una gran multitud se adhirió al Señor” (Hech 11,26). Posteriormente, Bernabé se fue a Tarso en busca de Saulo para que lo acompañara y ayudara en su ministerio en Antioquía. “Ambos vivieron todo un año en esa Iglesia y enseñaron a mucha gente” (Hech 11,25-26).
Y San Lucas prosigue: Por aquellos días, unos profetas llegaron de Jerusalén a Antioquía. Uno de ellos, llamado Agabo, movido por el Espíritu, se levantó y anunció que el hambre asolaría toda la tierra. Esto ocurrió bajo el reinado de Claudio. Los discípulos se decidieron a enviar una ayuda a los hermanos de Judea, cada uno según sus posibilidades. Y así lo hicieron, remitiendo las limosnas a los presbíteros por intermedio de Bernabé y de Saulo… Bernabé y Saulo, una vez cumplida su misión, volvieron de Jerusalén a Antioquía, llevando consigo a Juan, llamado Marcos (Hech 11,27-30; 12,24-25).
¿Quién era Juan Marcos? Era primo de Bernabé, discípulo de San Pablo y después de San Pedro (ver Hech 12,25; 13,5; Col 4,10; 1 Ped 5,13). Fue reconocido por la tradición como el autor del Evangelio que lleva su nombre, el Evangelio de San Marcos. Los tres iniciaron el primer viaje misionero, que llevaría el Evangelio a Chipre y Asia Menor (Hech 13-14). Poco tiempo después, al llegar a Perge de Panfilia, Juan Marcos se devolvió a Jerusalén (Hech 13,14). En una ocasión, después de haber curado a un hombre cojo en Listra, Pablo y Bernabé, con costos y a duras penas, habían conseguido que “la gente no les ofrecieran sacrificios a ellos” (pensando que Bernabé era el dios Zeus y Pablo era Hermes o Mercurio, porque él era quien hablaba), y cuando algunos judíos se ganaron a la gente, apedrearon a Pablo y pensando que estaba muerto, lo arrastraron fuera de la ciudad” (Hech 14,1-20). Después de todas estas peripecias, ambos regresaron a Antioquía (Hech 14,21-28).
Finalmente, un gran disgusto separó para siempre a estos dos grandes amigos y misioneros, al comienzo del segundo viaje misionero de San Pablo (Hech 15,36-18,23). San Lucas lo cuenta así: Algún tiempo después, Pablo dijo a Bernabé: “Volvamos a visitar a los hermanos que están en las ciudades donde ya hemos anunciado la palabra del Señor, para ver cómo se encuentran”. Bernabé quería llevar consigo también a Juan, llamado Marcos. Pero Pablo consideraba que no debía llevar a quien los había abandonado, cuando estaban en Panfilia y no había trabajado con ellos. La discusión fue tan viva que terminaron por separarse; Bernabé, llevando consigo a Marcos, se embarcó rumbo a Chipre (Hech 15,36-40)
A partir de este momento solo se menciona a Bernabé esporádicamente, en algunas de las Cartas de San Pablo (1 Cor 9, 6; Gál 2, 1. 9. 13; Col 4, 10). Una pena… Se enfrentaron dos grandes genios de la antigüedad y, por eso, de Bernabé no volvemos a saber más de él en el Nuevo Testamento. Su fiesta en la Iglesia se celebra el 11 de junio.
