Como hemos podido ver, Pedro sana con el poder de Cristo Resucitado y como hizo Jesús, que evangelizaba y sanaba, levanta de su cama a este hombre, con solo su palabra y su fuerza. El paralítico se encontraba postrado, símbolo elocuente de los pobres, los enfermos y los marginados, lejos de las instituciones judías, que no socorrían a sus necesidades (ahora es la comunidad cristiana, la que lo hace con ellos). Y muestra la cercanía y compasión de su Maestro Jesús, al sanar a este enfermo.
En la pandemia
Si aplicamos este bello pasaje a la situación con la pandemia que nos paraliza y afecta, el texto es una llamada a la solidaridad y a la atención de quienes sufren los estragos de esta enfermedad. Pues bien sabemos que, gracias a Dios, las noticias que llegan diariamente de los cinco continentes, hablan de una Iglesia que se moviliza en cada vez más frentes. Muchos católicos, entre tantos otros, se han “puesto las pilas” como decimos los ticos y no dudan en darlo todo. Muchísimas iniciativas de caridad dan testimonio del amor de Dios que actúa de manera oculta, como la levadura que fermenta toda la masa (Mt 13, 33). Pensemos en las muchas personas que siguen suministrando alimentos, servicios esenciales y seguridad pública.
Pensemos en los muchos médicos y enfermeros, sacerdotes y religiosos que, arriesgando sus vidas, permanecen en primera línea y se mantienen cerca de los enfermos. Dándose a sí mismos "hasta el final" (Jn 13,1), ofrecen un brillante testimonio de las enseñanzas y el ejemplo de Jesús, recordando a todos que el cuidado de los que sufren tiene prioridad. En estos momentos es toda la persona la que sufre y necesita ser curada; y los casos son numerosos. Es por ello que la oración, que todos pueden intentar hacer y ofrecer, también es indispensable.
Un primer camino consiste en permanecer inmóviles, casi como aquel paralítico, esperando que la epidemia siga su curso (pensando que tal vez "tarde o temprano esto pasará") e intentando mantenernos a flote en el “pantano” de los problemas diarios. Esta resignación se alimenta de la necesidad de seguridad; esta regla de "lógica sustitutiva” nos lleva a pensar solo en cómo adaptarnos a las incomodidades actuales, quizás solo para seguir haciendo lo mismo que antes, sin contravenir las restricciones de las autoridades.
El otro camino, en cambio, nos lleva a acoger estos tiempos y a cultivar activamente una relación vital con Cristo, y a salir en la búsqueda de aquellos que necesitan nuestra ayuda, como Jesús y Pedro lo hicieron en su momento. Abrazar la "lógica salvadora" del Evangelio es llegar a través de la incertidumbre y captar una identidad y una misión renovadas, como cristianos bautizados y discípulos misioneros. Podemos ayudar a mostrar (¡y a ser!) el bello rostro de una Iglesia al servicio de nuestros hermanos, solidaria con su sufrimiento y abierta a sus necesidades. Una Iglesia consciente de ser "Pueblo de Dios" en camino (Lumen Gentium, 9), que afronta con valentía los desafíos del presente, poniendo su esperanza en Cristo ahora y en miras hacia el futuro.