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Sagradas Escrituras: Santiago, el hermano del Señor

By Pbro. Mario Montes M. Junio 30, 2022

Continuando con los protagonistas del libro de los Hechos de los Apóstoles, en el llamado Concilio de Jerusalén (Hech 15,1-31), aparece un tal Santiago que desempeñó un papel relevante en el mismo, en cuanto a la obligación de los paganos de cumplir los preceptos y prácticas judías, para poder hacerse cristianos, en contraposición con San Pablo que lo veía innecesario. Santiago abogaba por el cumplimiento de algunos cuantos preceptos, pues era de tendencia judaizante (Hech 15,13-21). Pero ¿quién fue este Santiago?

 

Cinco varones llamados Santiago

 

Para empezar, no debemos confundirlo con Santiago el Mayor hermano de Juan, ambos hijos de Zebedeo (Mc 1,19-20; 3, 17; 5,37;  9,2;  10,37; 13,3; 14, 33; Lc 9,51-56;  Hech 21,2), ni con Santiago, hijo de Alfeo (Mc 3,18;  Hech 1,13), ni  con el padre de Judas  (Lc 6,16), ni con el Menor o “pequeño” (Mc 15,40; 16,1). Como pueden ver, mencionamos a cuatro varones que llevan este nombre: Santiago. Nos queda, pues, averiguar ¿quién es el llamado Santiago, el hermano del Señor (quinto)?

Lo primero que tenemos que decir es que no formaba parte del grupo de los discípulos de Jesús, ni de los Doce Apóstoles, en los comienzos del ministerio de Jesús. Aparece como hermano de Jesús, es decir, pariente o primo. Es más, tanto él como los demás hermanos desconfiaban de Jesús (Jn 7,1-5) y no lo aceptaban, a tal punto que pensaban que él estaba loco (Mc 3,21.31). Incluso Jesús lo sabía y se quejaba de que ningún profeta era tenido como tal en su tierra, entre sus parientes y en su casa (Mc 6,1-4)

Llegó a la fe en Jesucristo, después de la resurrección de su “hermano”, como podemos deducir de la visión que tuvo del Señor resucitado (1 Cor 15,7), que lo transformó y cambió de forma impactante, convirtiéndose en uno de los más grandes servidores de Jesús. Por eso, lo vemos en oración junto con María y el resto de sus hermanos en el cenáculo (Hech 1,14), previo a Pentecostés y probablemente por su arduo trabajo misionero,  recibió el título de “apóstol” (ver Gál 1,19). Cuando en el año 42, el rey Herodes Agripa 1 hizo matar por la espada al apóstol Santiago el Mayor y apresar a Pedro, como vimos en Hech 12,1-3, fue él quien quedó a cargo de la Iglesia o comunidad cristiana de Jerusalén (Hech 12,17). Por eso, cuando San Pablo llegó de visita a Jerusalén, fue con Santiago con el que se reunió (Gál 1,19) y programó su futura labor pastoral (Gál 2,19).

Fue tal la importancia que tuvo como líder en Jerusalén, que San Pablo lo llamó “dirigente notable” (Gál 2,6) y columna de la Iglesia (Gál 2,9). Y como hemos comentado al principio de nuestra presentación, fue él quien permitió el ingreso de los paganos a la Iglesia de Jerusalén, en la Asamblea (Hech 15), no sin antes pedir el cumplimiento de algunas normas de conducta para los paganos convertidos a la fe cristiana, con el fin de asegurar la convivencia con los judeocristianos en la comunidades mixtas (Hech 15,20) Finalmente, recibió el dinero de la colecta que San Pablo hizo durante sus viajes misioneros (Hech 21,18-25).

Aparte de estos datos, ya nada más sabemos de él por el Nuevo Testamento. Pero tenemos otros escritos antiguos que ofrecen información sobre él. Por ejemplo, San Jerónimo cuanta que “después de la pasión del Señor, Santiago fue ordenado obispo de Jerusalén por los apóstoles y que gobernó la Iglesia jerosolimitana durante 30 años”. Otros autores afirman que fue Jesús en persona quien lo ordenó obispo después de resucitar. Y el historiador Eusebio de Cesarea lo alaba diciendo: “fue un santo desde el vientre de su madre; nunca tomó vino, ni jugo ni dátiles, nunca comió carne, ni se cortó el pelo y ¡nunca se bañó!...”, como el no hacerlo fuera una virtud.

Pero el relato más conocido sobre Santiago es el de su muerte terrible, contada por el historiador Flavio Josefo, que ocurrió durante la Pascua del año 62. Ese año, el sumo sacerdote de Jerusalén, Anás (hijo), hijo del sacerdote Anás que había juzgado a Jesús el jueves santo, aprovechando que el gobernador romano había muerto y que el nuevo gobernador todavía no había llegado a Israel,  acusó a Santiago  de violar la ley de Moisés y, junto con otros judíos, lo llevaron al pináculo o parte más alta dl templo de Jerusalén  y lo arrojaron desde allí al vacío. Como no se murió al instante y quedó malherido, le tiraron enormes piedras, mientras que Santiago oraba a Dios y los perdonaba, muriendo finalmente…

Su fama d santidad fue tan grande, que más tarde le dieron el título de Santiago el Justo. Y Flavio Josefo, que no era cristiano sino judío, pero que lo admiraba enormemente,  llegó a decir que la destrucción de la ciudad santa de Jerusalén, ocurrida en el año 70 d. C, fue un castigo de Dios a los judíos, por haber matado a Santiago.

 

El autor de la Carta

 

Finalmente, nos falta averiguar ¿quién es el Santiago que aparece como autor de la carta que lleva su nombre? Hemos de decir que no fue ninguno de los anteriores que hemos mencionado.  Siempre se ha pensado que fue Santiago el hermano del Señor, el que la escribió. Más bien, hoy se piensa y con más probabilidades de acertar, en una especie de tradición de la enseñanza de Santiago, utilizada y puesta por escrito, años más tarde por alguien que quiso colocar su obra a la sombra de un personaje célebre y plenamente autorizado, como lo fue este pariente del Señor y que escribió a los judíos que vivían fuera de Palestina, hacia finales del siglo I.  Estamos, por lo tanto, ante un escrito seudónimo.

Creo que estamos en deuda con él. Es poco lo que se le conoce, casi nadie habla de él hoy día o, al menos, “de pasada” como decimos. No existen ni parroquias ni comunidades que lo tengan como patrono o santo titular. También porque erróneamente se le identificado con Santiago el de Alfeo, a quien se celebra con San Felipe, el 3 de mayo en la Iglesia Católica. Hace falta rescatar su legado y sus enseñanzas, a quien tuvo la dicha de ser hermano del Señor, de ser destinatario de una de sus primeras apariciones y de apacentar la Iglesia madre de Jerusalén en sus comienzos.

 

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