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Sagradas Escrituras: Pablo y los nazireos

By Pbro. Mario Montes M. Octubre 28, 2022

Por fin san Pablo llega a Jerusalén, a la ciudad que había decidido visitar (Hech 19,21; 21,15-23,10), con el fin de entregar la colecta realizada entre los cristianos procedentes del paganismo para ayudar a los cristianos pobres de Jerusalén (ver Rom 15,25-27.30-31; Gál 2,10), y a la vez defenderse de las falsas acusaciones de los judíos (Hech 21,27-39). Y estando allí, en casa de Santiago, el hermano del Señor y en presencia de los presbíteros, San Lucas nos cuenta lo siguiente:

Después de saludarlos, Pablo expuso detalladamente todo lo que Dios había hecho entre los paganos a través de su ministerio. Ellos alabaron a Dios por lo que acababan de oír, pero le advirtieron: “Tú sabes, hermano, que millares de judíos han abrazado la fe, y que todos ellos son celosos cumplidores de la Ley. Ahora bien, ellos han oído decir que con tus enseñanzas apartas de Moisés a todos los judíos que viven entre los paganos, diciéndoles que no circunciden a sus hijos y no sigan más sus costumbres. ¿Qué haremos entonces? Pronto seguramente se van a enterar de tu llegada. Tienes que hacer lo que te vamos a decir: Aquí tenemos a cuatro hombres que están obligados por un voto: llévalos contigo, purifícate con ellos y paga lo que corresponde para que se hagan cortar el cabello. Así todo el mundo sabrá que no es verdad lo que han oído acerca de ti, sino que tú también eres un fiel cumplidor de la Ley. En cuanto a los paganos que abrazaron la fe, les hemos enviado nuestras decisiones, a saber: que se abstengan de la carne inmolada a los ídolos, de la sangre, de la carne de animales muertos sin desangrar y de las uniones ilegales”.

Al día siguiente, Pablo tomó consigo a esos hombres, se purificó con ellos y entró en el Templo. Allí hizo saber cuándo concluiría el plazo fijado para la purificación, es decir, cuándo debía ofrecerse la ofrenda por cada uno de ellos (Hech 21,19-26).

 

¿Un voto contra las convicciones?

 

A su llegada san Pablo fue recibido por los dirigentes de Jerusalén, en un clima de cordialidad y alegría (Hech 21,17). Pero no olvidemos que, tanto Santiago como ellos, eran de tendencia conservadora y judía. De allí que se hacen eco de los rumores que circulaban en la ciudad de que el Apóstol estaba en contra de las enseñanzas de Moisés y de ciertas prácticas de la religión. Por eso le piden que vaya el templo de Jerusalén con cuatro varones a cumplir unos ciertos ritos de purificación y así lo hizo, sufragando además los gastos que esto requería.

Probablemente y aunque san Lucas no lo cuenta, lo hizo tomando parte del dinero de la colecta que llevaba y que es muy posible que los dirigentes de Jerusalén no lo aceptaran, por venir de cristianos procedentes del paganismo y que era considerado “impuro”. Pero ¿quiénes eran esos varones de Israel que fueron al templo a cumplir con estos ritos? Es evidente que se trate aquí de nazireos judíos. Y ¿en qué consistía el voto del nazireato?

 

El nazireato

 

Era una consagración especial a Dios, con el fin de que los varones y mujeres judíos que lo practicaban, buscaran una mayor perfección y santidad. De ello se trata con detalle en Núm 6,1-8 y de las obligaciones que conllevaba este voto eran principalmente tres: no tomar vino ni ninguna clase de licor, no cortarse el pelo, pues era signo de fortaleza y santidad y evitar el contacto con cadáveres, que implicaba impureza ritual. El primer nazir fue Sansón (Juec 13,6), probablemente el profeta Samuel (1 Sam 1,11) y en los comienzos del cristianismo, Juan el Bautista (Lc 1,15).

Por el libro de los Hechos  de los Apóstoles, sabemos que Pablo lo vivió en algún momento de su vida (ver Hech 18,18) y por eso lo vemos en esta historia,  acompañando a estos judíos a dar por cumplidos los días de su consagración, aunque no sabemos si él mismo lo practicaba por esos días (Hech 21,23-27). Con este rito, san Pablo demuestra el respeto que sentía por la ley de Moisés, a la que estaban más apegados los cristianos de la comunidad de Jerusalén (ver Hech 16,1-6; 22,3; 24,13-15; 25,8; 26,4-5).

Aparentemente, Pablo traicionó sus propias convicciones al realizar estos ritos con aquellos creyentes de Israel, por consejo de sus dirigentes. Recordemos  lo que él mismo enseña en sus cartas: “Con los judíos me hice judío para ganar a los judíos, me sometí a la ley con los que estaban sometidos a ella, como si yo lo estuviera, aunque no lo estoy, para ganar a los sometidos a la ley” (2 Cor 9,20-22). Cosa que no desdice su libertad ante la ley, demostrada por su vida apostólica y misionera y defendida en el Concilio de Jerusalén (Hech 15; Carta a los Gálatas). Los dirigentes de Jerusalén le recordaron al respecto, las cláusulas mínimas que los cristianos venidos del paganismo debían respetar, para no escandalizar a los judíos (ver Hech 21,25;  15,29).

Lo que Pablo enseña aquí en realidad -según los Hechos de los Apóstoles, y más en el testimonio de Pedro que en el de su persona (Hech 15,7-11)- es que los creyentes se salvan no por la Ley, sino por la gracia, y que no se debe, por lo tanto, imponer a los gentiles cristianos la circuncisión2. Pablo se somete por completo a los presbíteros de la Iglesia de Jerusalén, y con el rito en el Templo de Jerusalén, junto a aquellos nazireos, manifiesta de forma pública que él también es un cumplidor de la Ley. Pablo no está fingiendo de manera hipócrita ser un cumplidor de la Ley, sino que está haciendo algo que en realidad no contradice su identidad cristiana y menos su condición de apóstol de Jesucristo.

La libertad cristiana está al servicio de la caridad y del bien común. Así lo hizo San Pablo. El aparente relativismo del apóstol en algunos problemas, no es una política personal, sino el signo mismo de su misión al servicio del Señor, que le impone servir a cada uno de los hombres, adaptándose a todo lo que es bueno en ellos, con el fin de que todo eso se convierta en piedra de toque del Reino de Dios. Esto es lo que podemos aprender de este hombre extraordinario que, con tal de defender la unidad de la Iglesia (de origen judío y gentil), fue capaz de cumplir con este voto que, aunque podría considerarlo ya superado por su fe en Cristo, lo vivió en aras de su servicio al Evangelio.

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