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Sagradas Escrituras: Ángeles y pequeños

By Pbro. Mario Montes M. Junio 14, 2023

Durante su ministerio público, Jesús se mantiene en continua y estrecha relación con los ángeles de Dios, que suben y bajan sobre él (Jn 1,51), le atienden en la soledad del desierto como ya hemos visto el domingo anterior (Mc 1,13; Mt 4,11), lo confortan en la agonía de Getsemaní (Lc 22,43), están siempre a su disposición (Mt 26 53) y proclaman su resurrección (Mc 16,5-7; Mt 28,2-3; Lc 24,4; Jn 20,12). Jesús, a su vez, habla de ellos como de seres vivos y reales, inmunes de las exigencias de la naturaleza humana (Mt 22,30; Mc 12,25; Lc 20,36) y que velan por el destino de los hombres (Mt 18,10); como de seres que participan de la gloria de Dios y se alegran de su gozo (Lc 15,10).

En efecto, en el Evangelio de San Mateo, en el capítulo 18 viene un discurso de Jesús, llamado Discurso eclesial, que trata especialmente de las normas y comportamientos que deben regir la comunidad cristiana, especialmente de cómo los cristianos deben aprender a convivir como hermanos. Este discurso tiene como palabra clave los “pequeños”. Los pequeños no son solamente los niños, sino también las personas pobres, humildes y sin importancia en la sociedad o en la comunidad, inclusive los niños. Jesús pide que estos pequeños estén en el centro de las preocupaciones de la comunidad y de sus pastores, pues el “Padre que está en el cielo no quiere que se pierda ni uno solo de estos pequeños” (Mt 18,14).

Y Jesús enseña en este discurso, entre otras cosas, lo siguiente: “Cuídense de despreciar a cualquiera de estos pequeños, porque les aseguro que sus ángeles en el cielo están constantemente n presencia de mi Padre Celestial” (Mt 18,10-11). Los ángeles de los pequeños están en presencia del Padre. Jesús aquí recuerda al Salmo 91. Los pequeños hacen de Yahvé su refugio y toman al Altísimo como defensor (Sal 91,9) y, por esto: “No te alcanzará ningún mal, ninguna plaga se acercará a tu carpa, porque hiciste del Señor tu refugio y pusiste como defensa al Altísimo Ellos te llevarán en sus manos para que no tropieces contra ninguna piedra” (Sal 91,10-12).

Los ángeles contemplan temblando el rostro del Padre. No es el rostro de un ser inquietante y lejano, sino el rostro del que sabe cuándo cae un gorrión del techo y tiene contados los cabellos de nuestra cabeza (Mt 10,29-31). Los mensajeros representan a los pequeños ante el rostro del Padre. En los mensajeros están siempre presentes los pequeños. La fe de los pequeños ahora ya participa en la visión beatífica, mediante el servicio de los ángeles. La vida terrena y la consumación celestial ya están de acuerdo, aunque los portadores todavía estén separados. Con la mirada de gloria y de amor con la que el Padre contempla al mensajero, también ve al que está representado por el ángel. Tal es el valor de los pequeños a los ojos de Dios, tan grande es la estima que Dios tiene de ellos. ¿Cómo pueden los hermanos atreverse a despreciarlos o escandalizarlos?

También en este Evangelio (Mt 26,53), Jesús se niega a recurrir al Padre en demanda de doces legiones de ángeles, como lo hizo en la tentación del desierto y hará en la cruz (27,39-44). Acepta la condición humana mortal. Los ángeles representan el papel militar sacro en favor de Israel contra todos sus enemigos, como en tantos pasajes del Antiguo Testamento (ver Jue 5,2; 2 Rey 6,17; Sal 103,20), en las guerras macabeas y en la guerra escatológica de la comunidad de los esenios de Qumrán. Las legiones de ángeles recuerdan las legiones romanas que ocupaban Palestina.

En su encarnación el Hijo de Dios se hizo inferior a los ángeles (Heb 2,9), pero en su resurrección fue colocado por encima de todos los seres celestiales (Ef 1,21), que de hecho lo adoran (Heb 1,6-7) y lo reconocen como Señor (Ap 5,1 l s; 7,1 l s), ya que han sido creados en él y para él (Col 1,16). También ellos ignoran, como el Hijo del hombre, el día de su vuelta para el juicio final (Mt 24,26), pero serán sus ejecutores (Mt 13,39.49; 24,31), lo precederán y lo acompañarán (Mt 25,31; 2 Tes 1,7; Ap 14,14-16), reunirán a los elegidos de los cuatro puntos cardinales de la tierra (Mt 24,31; Mc 13,27) y arrojarán lejos, al "horno ardiente", a todos los malvados (Mt 13,41-42). También en Ap 1,4 y 8,2 encontramos a "los siete espíritus que están delante de su trono" y a "los siete ángeles que están en pie delante de Dios", además del ángel intérprete de las visiones. Los apócrifos del Antiguo Testamento indican los nombres principales: Uriel, Rafael, Ragüel, Miguel, Sarcoel y Gabriel (ver Libro de Enoc 20, 1-8), pero de ellos tan sólo se menciona a Gabriel en el Nuevo Testamento, como ya hemos visto (Lc 1,19).

 

Los ángeles en la vida de la iglesia

 

La Iglesia hereda de Israel la fe en la existencia de los ángeles y la mantiene con sencillez, mostrando hacia ellos la misma estima y la misma veneración, pero sin caer en especulaciones fantásticas, típicas de gran parte de la literatura del judaísmo tardío. El Nuevo Testamento, como acabamos de ver, insiste en subrayar su relación de inferioridad y de sumisión a Cristo y hasta a la Iglesia misma, que es su cuerpo (Ef 3,10; 5,23). Contra los que identificaban en los ángeles a los rectores supremos del mundo a través del gobierno de sus elementos, el texto de Col 2,18 condena vigorosamente el culto excesivo que se les tributaba (ver también Ap 22,8-9).

Sin embargo, se reconoce ampliamente la función de los ángeles, sobre todo en relación con la difusión de la palabra de Dios. El libro de los Hechos de los Apóstoles nos ofrece un válido testimonio de esta creencia. Dos ángeles con vestidura humana revelan a los once que “este Jesús que de entre ustedes ha sido llevado al cielo, vendrá de la misma manera que lo han visto irse" (Hech 1,10). Un ángel del Señor libera a los apóstoles de la cárcel (Hech 5,19; 12,7-10), invita al diácono Felipe a seguir el camino de Gaza para unirse al funcionario de la reina Candaces (Hech 8,26), se le aparece al centurión Cornelio y le indica el camino de la salvación (Hech 10,3; 11,13), se le aparece también a Pablo en su viaje de cautiverio hacia Roma y le asegura que se librará del naufragio, junto con todos sus compañeros de viaje (Hech 27,23).  Según el Apocalipsis, los ángeles presentan a Dios las oraciones de los santos (Ap 5,8; 8,3), protegen a la Iglesia y, junto con su jefe el arcángel san Miguel, combaten por su salvación (Ap 12,1-9). Finalmente, vale  la pena señalar que los ángeles están también junto a los justos para introducirlos en el paraíso (Lc 16,22), pero ya en la tierra asisten a sus asambleas litúrgicas (1 Cor 11,10) y desde el cielo contemplan las luchas sostenidas por los predicadores del Evangelio (1 Cor 4,9).

 

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