En aquel tiempo, Jesús dijo esta parábola sobre algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás: “Dos hombres subieron al templo para orar: uno era fariseo y el otro, publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior: ‘Dios mío, te doy gracias porque no soy como los demás hombres: ladrones, injustos y adúlteros; tampoco soy como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todas mis ganancias’.
El publicano, en cambio, se quedó lejos y no se atrevía a levantar los ojos al cielo. Lo único que hacía era golpearse el pecho, diciendo: ‘Dios mío, apiádate de mí, que soy un pecador’.
Pues bien, yo les aseguro que éste bajó a su casa justificado y aquél no; porque todo el que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido”.
Palabra del Señor.
Meditación personal:
La verosímil descripción del publicano muestra que Dios quiere simplemente que aceptemos la verdad de nuestra situación, sin disimulos. En cambio, la actitud del fariseo (ciertamente caricaturizado) es lo opuesto a la plegaria, es la auto-contemplación satisfecha de quien no cree necesitar nada. Si el fariseo no recibe justificación no es porque Dios le castigue, es porque no está dispuesto a recibir bendición alguna.
- ¿Me considero una persona humilde?
- ¿Alguna vez he alardeado de algo por lo que me sentía orgulloso?
Oración personal:
Dame la gracia para ser tu discípulo, Señor; que escuche tus palabras, que las predique y dé ejemplo de que tú siempre estás presente en medio de la Iglesia.