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Tus dudas: ¿Qué es la Sangre de la Nueva Alianza?

By Mons. Vittorino Girardi S. Febrero 24, 2023

“Monseñor, hay expresiones en nuestras celebraciones, que escuchamos muchas veces y nos parece entenderlas, ya que en alguna ocasión, algún sacerdote nos las ha explicado… Y sin embargo, hay veces que esas mismas expresiones, nos llaman la atención y casi nos parecen nuevas. Es lo que me ha pasado a mí. Ahora, cuando participo en la Santa Misa y escucho al sacerdote que, durante la Consagración, dice: “Este es el cáliz de mi Sangre, Sangre de la Nueva y eterna Alianza”, me pregunto qué pueden significar esas palabras”.

 

Patricia Vargas L. - Heredia

 

Estimada Patricia, su pregunta toca lo que me atrevo a llamar, el corazón o la esencia de la revelación de Dios a la humanidad y, entonces, también de nuestra religión. Me refiero a lo que podemos llamar -como por cierto lo acentuaba el Papa Benedicto XVI en su Magisterio- la historia de amor que Dios, desde siempre, ha querido llevar adelante con nosotros… y esta historia tiene su expresión precisamente en la realidad de la Alianza, Berit, en hebrero. Este término y su realidad atraviesan todo el Antiguo y el Nuevo Testamento.

Recordemos aquí, entre los demás, tres casos: la alianza de Dios con Noé, significada con el arco iris (cfr. Gen 9, 17); la alianza con Abraham expresada particularmente con el rito de la circuncisión y, la más enfatizada, que es la de Moisés, establecida en el Sinaí y concretizada con la entrega de las tablas de la Ley.

En las distintas alianzas quedan evidenciados siempre los dos componentes, propios de todo pacto, a saber, el compromiso de Dios, por una parte, que promete bendición y protección para con su pueblo y, de la otra, el compromiso de fidelidad de parte del pueblo, a los mandatos o ley de Dios. Y todo ha quedado manifiesto en la conocida afirmación de Dios: “¡ustedes serán mi pueblo y yo seré su Dios!

Se trata de un pacto o alianza que integran el elemento de un compromiso recíproco, pero que de parte de Dios, quiere ser, sobre todo, una continua manifestación de su amor para sus criaturas.

Apreciamos todo esto, con toda claridad en el relato de la alianza en el Sinaí.

Moisés, con la sangre del sacrificio, rocía, ante todo, el altar, que es símbolo y que representa al Dios escondido. Luego rocía o asperje al pueblo diciendo: “Esta es la sangre de la alianza, que el Señor ha hecho con ustedes” (Ex. 24, 8).

Con ese pacto de la sangre, Dios establece un misterioso parentesco, de modo que Él ahora pertenece a su pueblo y su pueblo a Él. Y a lo expresamos con la conocida afirmación: “Yo soy su Dios y ustedes son mi pueblo”.

Pasando ahora a recordar las palabras que Jesús usó elevando el cáliz y ofreciéndoselo a sus apóstoles, fácilmente constatamos la referencia a la alianza del Sinaí. En efecto, Jesús dice: “Esta es mi Sangre de la alianza” y, de esa manera, el sentido de lo que aconteció en el Sinaí, es llevado a un supremo realismo, totalmente inesperado. La Sangre en que, con la comunión, participamos, no es la de animales, sino, es la de Cristo, Hombre-Dios, estableciendo así un misterioso y real “parentesco de la sangre” con Dios mismo.

Es del todo evidente, entonces, la razón por la cual san Lucas, narrándonos la institución de la Eucaristía, nos informe que Jesús hizo una clara referencia a la alianza del Sinaí con la conocida expresión, nueva y eterna alianza; es “nueva”, porque ahora el “parentesco de la sangre, propio de las alianzas del Antiguo Testamento, ahora, con la comunión con la Sangre de Jesús y, entonces, Sangre de Dios, el hombre es sacado de su propio mundo material y corruptible y es elevado al mismo ser de Dios. Con otras palabras, el Dios que ha descendido hasta nosotros, tomando nuestra naturaleza, siendo el Enmanuel, el Dios-con-nosotros, eleva ahora al hombre a su mismo nivel, lo diviniza. El parentesco con Dios en Cristo, significa para el hombre un nivel de existencia nueva y profundamente diversa. Se nos comunica lo que es propio de Jesús, su sangre que “es derramada por muchos” (cfr Is 53, 12). La sangre que el Verbo, Segunda Persona de la Santísima Trinidad, ha cogido de nosotros, gracias al misterio de la Encarnación, vuelve a nosotros como “sangre de la alianza”.

Resulta pues, del todo claro por qué se hable de una alianza o pacto del todo “nuevo”. En efecto, con él, se llega a lo inesperado, a saber, al amor de Dios llevado al extremo; se trata de una novedad absoluta (cfr. Jn 13, 1). Entonces, además de constatar una alianza nueva, igualmente debemos reconocerla como eterna, ya que el amor de Dios manifestado en ella, no podría ir más allá. No cabe, pues, otra, ella es la definitiva, pues, entonces, eterna.

Estimada Patricia, mucho más podríamos decir acerca del amor de Dios hacia nosotros, manifestado en la cumbre de su entrega en el misterio eucarístico, en que anunciamos su muerte y proclamamos su resurrección, con que Él ha decidido pasar del dar (y nos lo ha dado todo) al darse para comunicarnos su divinidad.

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