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Tus dudas: "Costa Rica no es la misma… ¿qué podemos hacer?"

By Mons. Vittorino Girardi S. Julio 28, 2023

“Monseñor, no me conoce, pero a usted le he visto y le he escuchado. Quisiera encontrarlo y recibir unas palabras de ánimo. No creo haber caído en la que parece una enfermedad de “moda”, la depresión, pero a la vez siento que no puedo y no podemos seguir indiferentes frente a la avalancha de malas noticias en el mundo en general y en nuestra misma Costa Rica. No nos engañamos cuando afirmamos que la actual, ya no es la Costa Rica de la que nos hablaban en los años de primaria. Hace poco me han asegurado que cada doce minutos, se comete un asesinato en nuestro país. No quiero abusar de su confianza, Monseñor, pero, le pregunto ¿cómo reacciona usted frente a esta nuestra realidad? Con mi renovada gratitud me despido”.

Carlos Vega H. – Alajuela 

Estimado don Carlos, no me ha sorprendido su correo… Estamos los dos y todos, en el mismo barco, constatando la misma realidad que, justamente, nos duele y nos preocupa. Y la pregunta: ¿cómo reaccionar frente a ella?, ¿cómo actuar? Es tan espontáneo preguntárnoslo.

De mi parte, he encontrado una fuente de luz y de consuelo en el mensaje de nuestro Santo Padre Francisco, para la celebración de la 56 Jornada Mundial de la Paz, del 1° de enero de este año.

El Papa abre su Mensaje, citando la primera carta de San Pablo a los Tesalonicenses: “Hermanos, en cuanto al tiempo y al momento, no es necesario que les escriba. Ustedes saben perfectamente que el día del Señor vendrá como un ladrón en plena noche” (5, 1-2).

Con estas palabras, el apóstol Pablo, invitaba a la comunidad de Tesalónica, que esperaba el encuentro con el Señor, a permanecer firme, con los pies y el corazón bien plantados en la tierra, capaz de una mirada atenta a la realidad y a los acontecimientos de la historia, de la nuestra, obviamente.

“Por eso, -continúa escribiendo el Papa Francisco- aunque los acontecimientos de nuestra existencia parezcan trágicos y nos sintamos empujados al túnel oscuro y difícil de la injusticia y el sufrimiento, estamos llamados a mantener el corazón abierto a la esperanza, confiando en Dios que se hace presente, nos acompaña con ternura, nos sostiene en la fatiga y, sobre todo, guía nuestro camino.

Con este ánimo, san Pablo exhorta a estar vigilante, buscando el bien, la justicia y la verdad: “no nos durmamos, entonces, como hacen los otros; permanezcamos despiertos y seamos sobrios (5, 6).

Es una invitación a mantenerse alerta, a no encerrarnos en el miedo, el dolor o la resignación, a no ceder a la distracción, a no desanimarnos, sino, a ser como centinelas capaces de valor y, distinguir así, las primeras luces del alba, especialmente en las horas más obscuras” (Mensaje, 1).

Me gustaría, don Carlos, detenerme en las afirmaciones centrales del párrafo que acabo de transcribir.

Ante todo, necesitamos volver a lo esencial, al fundamento de todo, a saber, a la certeza de nuestra fe. Por ella sabemos que nuestro Dios es el Señor de la vida y de la historia, que Él nos conoce, nos ama, pues es nuestro Padre y nos espera. Hay que rechazar como pésima tentación el pensar que esta situación en que nos toca vivir es un castigo de Dios por nuestros pecados y por los pecados de nuestros antepasados… Dios es amor y nos ama hoy, como ayer y como siempre.

Sin embargo, a la vez, hay que tener presente que el ser humano se distingue de todas las otras criaturas por el sublime don de la libertad, que le deriva de su ser racional. Bien sabemos que la libertad implica responsabilidad. Estamos llamados a responder de nuestros actos y, entonces, de sus consecuencias. Lo afirma con meridiana claridad el libro del Eclesiástico. En su capítulo 15 leemos: “al principio Dios creó al hombre y lo dejó en manos de su libertad… Si quieres guardarás los mandamientos, y permanecerás fiel a su voluntad. Él te ha puesto delante fuego y agua, extiendes tu mano a lo que quieras. Ante los hombres está la vida y la muerte, a cada uno se le dará lo que prefiera […]. A nadie Dios obligó a ser impío, a nadie dio permiso para pecar” (14-20).

Por otra parte, debemos recordar, estimado don Carlos, que nuestra libertad ha quedado como “herida” por el pecado original. Todos experimentamos la fuerza de nuestras malas inclinaciones, sin embargo, a la vez sabemos que Dios no nos pide lo imposible, lo que supera las fuerzas y la ayuda de la Gracia que de Él hemos recibido. Lo expresa el mismo apóstol San Pablo, que de perseguidor se convirtió en el grande Evangelizador: “todo lo puedo en Aquel que me fortalece” (Fil 4, 13).

Experimentamos también, que es muy fácil dejarnos llevar por el ambiente, por lo que la supuesta “mayoría” piensa, afirma y hace. Es tan fácil dejarse llevar y “entregar” nuestra libertad y responsabilidad al “así lo hacen todos”… Bastaría ver cómo se ha ido difundiendo entre los jóvenes esa moda de “afearse” el cuerpo con tatuajes.

Y si siempre ha sido así, actualmente, el ambiente o atmósfera de la cultura dominante, ha adquirido mucho más poder sobre la masa por el avance asombroso de las técnicas de comunicación.

No cabe duda, hoy en día, atreverse a ir contra corriente, exige el nivel de un auténtico heroísmo… sin embargo, es del todo urgente que, con la ayuda de Dios, nos atrevamos a ser cada cual “uno mismo”, bien atento y dócil a la voz de la propia conciencia. Es de verdadero consuelo lo que nos repite el Concilio Vaticano II: “En lo más profundo de su conciencia, descubre el hombre la existencia de una ley que él no se dicta a sí mismo, pero a la cual debe obedecer y cuya voz resuena, cuando es necesario, en los oídos de su corazón, advirtiéndole que debe practicar el bien y evitar el mal” (GS 16)… Y si estamos constatando, como afirmaba hace unos años Romano Guardini, que vendría un tiempo en que los malos serían peores, también debemos admitir -como afirmaba el mismo autor- que los buenos serían mejores, transformándose en auténtico fermento de bien y de sereno optimismo cristiano. Y siempre nos consuela la palabra profética de Jesús: “Las fuerzas del mal no prevalecerán” (Mt 16, 18).

Adelante, pues, estimado don Carlos, fija la mirada y fijo el corazón en Jesús, nuestro Buen Pastor, que sigue cuidando de sus ovejas aunque se encuentren en valle oscuro (Sal 22).

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