Sor Denia nació en Piedades Sur de San Ramón, aunque desde muy pequeña su familia se trasladó a Curridabat. Es la antepenúltima de 17 hermanos. “Una familia grande, donde hay mucho amor, donde se comparte mucho porque como son tantos hay que compartir, estar pendiente de otros y así”, comentó.
Como ella misma dice, desde entonces Dios ya la preparaba para la misión. Creció en un hogar donde se transmitía el amor a la familia, al trabajo y a la fe. “Uno no se imagina la riqueza que es nacer en una familia católica y en un ambiente religioso en general (…) cuando uno va a otros países donde no hay presencia de la fe católica y cristiana en general, uno siente esa falta, esa necesidad de amor, de fe en Jesús”, agregó.
Cuenta que el llamado lo sintió desde que tenía tan solo 3 años. Iba por las calles de San José, cuando vio por primera vez a una religiosa vestida con el hábito, entonces le jaló el brazo a su tía Otilia, “Tía, yo quiero ser como ella”, le dijo. Luego, aquel llamado se hizo más intenso hasta que lo tuvo claro.
“Quiero misionar en África”
A su parroquia llegaban misioneras combonianas varias veces al año y la joven Denia escuchaba sus historias de misión en África, le impactaba sobre todo escuchar que había países donde las personas no habían escuchado de Jesús o de la Iglesia. “Quizá yo también pueda ir a mostrarles a esta persona tan maravillosa”, pensó.
Cuando estuvo en el Colegio le expresó a la tía Otilia su deseo de ser religiosa. Como toda una promotora vocacional, esta familiar llevó a la adolescente a distintas congregaciones para que se informara sobre el carisma de cada una.
Un día llegó a la Casa de la Virgen, en Barrio Don Bosco, allí conoció a las Hijas de María Auxiliadora. Sintió que ahí era. Habló con la directora de entonces, Sor Teresita Salas, quien le informó que las puertas estaba abiertas, pero Denia tenía una condición: “Yo acepto, pero quiero ir de misión”.
Comenzó su formación y al tiempo notó que lo de irse a África era algo más complejo de lo que imaginaba o, al menos, no exactamente como le había dicho Sor Teresita. En fin, tenía que hacer una solicitud formal a la Madre Superiora y esperar. Un día, la Madre Superiora visitó Costa Rica y entonces fue a manifestarle su deseo. Al tiempo le informaron que debía ir a una formación en Roma, con el objetivo de prepararse para la misión.
Cuando iba a recibir el envío sus compañeras le preguntaban: ¿cómo estás tan segura que te van a enviar a África? ¿estás consciente que pueden enviarte a cualquier otro lugar? Pero la joven tenía toda la certeza. Efectivamente, ella iría a Costa de Marfil, allí estuvo un año.
Llevar esperanza
Luego, sirvió durante 15 años en Gabón, en dos comunidades diferentes, donde trabajó con niños y jóvenes. Más tarde pasó 12 años en Camerún y ya lleva 5 años en República del Congo.
Sobre el choque cultural, explica que hay comportamientos, tradiciones o rituales que no comprendía, pero evitaba juzgar a las personas. “Al principio yo no entendía mucho, pero me sentí inmediatamente en casa, entendía que era yo la que debía adaptarse”.
Siempre dispuesta a aprender, tenía claro que ella “iba a recibir más que lo que iba a dar”, no obstante, se trata también de compartir lo más grande, es decir, el amor de Dios.
De su experiencia, rescata que las personas han sido muy acogedoras, con un gran espíritu de solidaridad y de fiesta, “esa capacidad de saber vivir y ser feliz con poco”, detalló.
Así, por ejemplo, en la aldea el agua es escasa y por lo tanto es muy preciada, cuando Sor Denia visita las casas las personas acostumbran recibirla con una calabaza con agua, es decir, le ofrecen lo más preciado que tienen.
La República del Congo es un país brutalmente golpeado por guerras civiles en la década de 1990. De hecho, la misión de las Hijas de María Auxiliadora en esa aldea está enfocada en la formación de niños y jóvenes, quienes sufren las consecuencias de esos conflictos, como la violencia, la pobreza y la falta de oportunidades.
De igual forma, la misión logró, con apoyo de otras organizaciones, excavar un pozo, para que los vecinos puedan tener un lugar cercano donde recoger el preciado líquido. “Cuando llegamos ni siquiera había electricidad, empezamos con paneles solares. Tampoco había agua hasta que pudimos hacer el pozo”, explicó.
“Nuestra primera misión es la evangelización, por eso se trabaja en la catequesis, pero va poco a poco, porque, repito, es una zona donde las personas han sufrido demasiado, por eso lo primero es ayudarlos a redescubrir su dignidad, hacerles sentir que hay esperanza y que pueden salir adelante”, concluyó sor Denia, quien regresa a la aldea a finales de este mes.