Tras escuchar los testimonios de un sobreviviente de abusos sexuales, de una voluntaria comprometida en la acogida de migrantes y de una religiosa originaria de Siria, narrando el drama de la guerra, Francisco aseguró: “La Iglesia es siempre la Iglesia de los pobres de espíritu y de los pecadores que buscan el perdón, y no sólo de los justos y de los santos, es más, de los justos y de los santos que se reconocen pobres y pecadores”.
También comentó que quiso escribir las peticiones de perdón, leídas por algunos cardenales, pues era necesario llamar por su nombre y apellido a nuestros principales pecados. “Y los escondemos o los decimos con palabras demasiado educadas”, acotó. En efecto, siete purpurados pidieron perdón por los pecados contra la paz, la creación, los pueblos indígenas, los migrantes; el pecado de los abusos; el pecado contra la mujer, la familia, los jóvenes; el pecado de la doctrina utilizada como piedra para ser arrojada; el pecado contra la pobreza; el pecado contra la sinodalidad, entendido como la falta de escucha, comunión y participación de todos
El Pontífice manifestó que el pecado “es siempre una herida en las relaciones: la relación con Dios y la relación con los hermanos”. Una vez más, repitió que “nadie se salva solo, pero es igualmente cierto que el pecado de uno libera efectos sobre muchos: así como todo está conectado en el bien, también lo está en el mal”.
El Obispo de Roma afirmó que la Iglesia es, en su esencia de fe y de anuncio, siempre relacional, y sólo sanando las relaciones enfermas podremos llegar a ser una Iglesia sinodal. “¿Cómo podríamos ser creíbles en la misión si no reconocemos nuestros errores y nos rebajamos a curar las heridas que hemos causado con nuestros pecados?”, interpeló.
Romper con la hipocresía y el orgullo
Francisco reconoció que la curación de la herida comienza por la confesión del pecado que hemos cometido y reflexionó sobre el Evangelio según San Lucas que narra la parábola del fariseo y el publicano:
¿Qué espera de Dios? Espera una recompensa por sus méritos, y así se priva de la sorpresa de la gratuidad de la salvación, fabricando un dios que no podría hacer otra cosa que firmar un certificado de presunta perfección. Un hombre cerrado a la sorpresa, cerrado a todas las sorpresas. Está encerrado en sí mismo, cerrado a la gran sorpresa de la misericordia. Su ego no da cabida a nada ni a nadie, ni siquiera a Dios.
Luego, el Sucesor de Pedro se dirigió a todo el Pueblo de Dios con algunas preguntas para la meditación: “¿Cuántas veces en la Iglesia nos comportamos así? ¿Cuántas veces hemos ocupado todo el espacio nosotros mismos, con nuestras palabras, nuestros juicios, nuestros títulos, nuestra convicción de que sólo nosotros tenemos mérito? Y así perpetuamos lo que sucedió cuando José y María, y el Hijo de Dios en su seno, llamaron a las puertas buscando hospitalidad. Jesús nació en un pesebre porque, como nos dice el Evangelio, “no había lugar para ellos en el albergue” (Lc 2,7).”
El Papa sostuvo que “hoy todos somos como el publicano, con los ojos bajos y avergonzados de nuestros pecados. Como él, nos quedamos atrás, despejando el espacio ocupado por la vanidad, la hipocresía y el orgullo, y también, digámoslo, a nosotros, obispos, sacerdotes, consagrados y consagradas, despejando el espacio ocupado por la presunción, la hipocresía y el orgullo”. Por tanto, observó que “no podríamos invocar el nombre de Dios sin pedir perdón a nuestros hermanos y hermanas, a la Tierra y a todas las criaturas”.
Restablecer la confianza
A pocas horas de iniciar la segunda sesión del sínodo sobre la sinodalidad, el Pontífice interrogó: “¿Cómo podríamos pretender caminar juntos sin recibir y dar el perdón que restablece la comunión en Cristo?".
Si bien ante el mal y el sufrimiento inocente preguntamos “¿Dónde estás, Señor?”, el Papa precisó que la consulta debe dirigirse a nosotros, y debemos cuestionarnos por nuestra responsabilidad cuando no conseguimos detener el mal con el bien.
El Santo Padre presentó a la confesión como “la oportunidad para restablecer la confianza en la Iglesia y en ella, confianza rota por nuestros errores y pecados, y para empezar a curar las heridas que no dejan de sangrar, rompiendo las cadenas injustas”, expresó, citando al libro de Isaías. También recordó un extracto de la oración de Adsumus, con la que este 2 de octubre comienza la celebración del Sínodo: "Estamos aquí agobiados por la humanidad de nuestro pecado".
En este sentido, el Papa manifestó: “No quisiéramos que este peso frenara el camino del Reino de Dios en la historia”, admitió que "hemos hecho nuestra parte, incluso de errores".
“Continuamos en la misión hasta donde podemos, pero ahora nos dirigimos a ustedes, jóvenes, que esperan de nosotros el paso del testimonio, pidiendo perdón también a ustedes nos esperan para dar testimonio, pidiéndoles perdón también a ustedes si no hemos sido testigos creíbles”.