La pandemia ha afectado con especial dureza a las familias de bajos ingresos, como ponen de manifiesto las pérdidas de empleo, las situaciones de vivienda precaria, los problemas de alimentación y la falta de acceso a medios telemáticos de educación tras el cierre de las escuelas. Esos hogares se enfrentan además a la amenaza de una posible recesión económica aún más grave, que puede exacerbar los índices de pobreza infantil y tener efectos perdurables en el bienestar físico y mental, la nutrición y el aprendizaje de los niños.
Los progenitores están sufriendo mayores niveles de desgaste en parte por factores asociados a la COVID-19 como el desempleo, la inseguridad económica y el escaso apoyo social de los miembros de la familia extensa, como los abuelos. Además, progenitores y cuidadores ya no pueden recurrir a los centros comunitarios y otras fuentes de apoyo. La degradación de la salud mental de los progenitores, la salud física y mental y el comportamiento de los niños, la calidad de las relaciones de pareja y la satisfacción con la vida familiar son fenómenos cada vez más preocupantes que están tensando las relaciones paternofiliales. Los progenitores informan de agotamiento físico y mental, peor calidad del sueño, distanciamiento de los hijos y una creciente percepción de incompetencia en sus funciones parentales, todos ellos síntomas de desgaste parental.
Estas situaciones representan un gran reto para toda la comunidad humana, y la Iglesia no está exenta de dar su aporte ante esta crisis. El Papa Francisco en su momento ha expresado su preocupación sobre este tema y ha manifestado que:
Si la peor discriminación que padecen los pobres —y los enfermos son pobres en salud— es la falta de atención espiritual, no podemos dejar de ofrecerles la cercanía de Dios, su bendición, su Palabra, la celebración de los sacramentos y la propuesta de un camino de crecimiento y maduración en la fe [6]. A este propósito, quisiera recordar que la cercanía a los enfermos y su cuidado pastoral no sólo es tarea de algunos ministros específicamente dedicados a ello; visitar a los enfermos es una invitación que Cristo hace a todos sus discípulos. ¡Cuántos enfermos y cuántas personas ancianas viven en sus casas y esperan una visita! El ministerio de la consolación es responsabilidad de todo bautizado, consciente de la palabra de Jesús: «Estuve enfermo y me visitaron» (Mt 25,36).2
Muchos de los afectados se dan en entornos familiares, debemos manifestar nuestra cercanía, es necesario orar por ellos, pero también compartir de los bienes que tengamos debido a que muchas familias de nuestras comunidades viven el día a día. Y en estos momentos donde parece que se alivianan las medidas no podemos olvidar que la enfermedad continúa y que es nuestra responsabilidad cuidarnos los unos a los otros.
Monseñor Manuel Eugenio Salazar Mora
Obispo de la Diócesis de Tilarán-Liberia
Presidente de la Comisión Nacional de Pastoral Familiar