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“Dios lo pensó para bien”

By P. Charbel El Alam Octubre 14, 2022

El acompañamiento espiritual me ha brindado incontable cantidad de oportunidades para escuchar el sentir y las aflicciones de cientos de personas de diversas procedencias, y llama poderosamente mi atención saber la enorme dificultad que poseen tantos para dormir en paz, como el salmista recita: “Me acuesto en paz y en seguida me duermo, pues tú solo, Señor, me haces vivir tranquilo”.  (Salmo 4, 9) Al caer la noche, nace un momento propicio para dar paso al encuentro personal e íntimo con el Señor en Su Palabra. ¿No podría un libro del Antiguo o del Nuevo Testamento precisamente conectarte y llenar esos ratos de reposo antes de ir a descansar? ¡Definitivamente! Un libro de la Biblia es un amigo que puede darle a tus espacios nocturnos un valor nuevo y traer paz a tu espíritu, pues es fértil semilla de sanos, agradables y fortalecedores pensamientos.

Como bien lo saben, mis consejos provienen de mi propia experiencia personal; y recientemente opté por leer de nuevo y pausadamente, los 50 capítulos que abarca el Génesis. Estando al filo de concluir mi tarea, quedé impactado por el versículo narrado por un excepcional joven llamado José: “Aunque vosotros pensasteis hacerme daño, Dios lo pensó para bien, para hacer sobrevivir, como hoy ocurre, a un pueblo numeroso” (Génesis 50, 20) Este extracto de santas palabras tocó mi corazón y abrió un horizonte más amplio ante una de las interrogantes más complejas de la vida cristiana: ¿Por qué Dios “permite” que el mal suceda?

Una de las artes de la Providencia Divina en relación con nosotros es, precisamente la de llevarnos a encontrar tesoros de salvación en la misma experiencia de ciertas tribulaciones que nos hacen sufrir en la vida. Aquí recordamos las palabras inmensamente consoladoras e innovadoras del mismo Cristo: “Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados” (Mt 5, 5).

La historia de José, es la manifestación viviente de las palabras del apóstol Pablo: “por lo demás, sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman; de aquellos que han sido llamados según su designio”. (Rom 8, 28). En él vislumbramos a un jovencito bueno, amoroso, que hacía lo que era correcto; y aún así, recibió de sus propios hermanos desprecio, envidia y traición al haberlo vendido como esclavo en Egipto. Sin embargo, Dios permitió tanta desventura y sufrimiento, para que muchos años después, el mismo José fuera instrumento de salvación para todo el pueblo de Israel en medio de la sequía y la hambruna. 

Este es un patrón que se repite en la Sagrada Escritura, inclusive hasta en el mismo Hijo de Dios, quien conoció, padeció y ejecutó a perfección el plan de redención que le había sido encomendado en la Cruz. Nosotros como miembros del cuerpo místico de Cristo, nos hallaremos también en la misma senda, una u otra vez; empero, si Dios ejerce el dominio en el asunto, todo se transformará en un bien mayor, y a su vez, en un bien eterno. Para Santo Tomás de Aquino, Dios no es la causa del mal, sino que sólo “permite” el mal en vistas a obtener bienes superiores, o para impedir males mayores, que se seguirían de su no permisión. Este sabio afirma que “(...) pertenece a la infinita bondad de Dios el permitir que existan males y el sacar bienes a partir de ellos”. (Summa Theologiae, I, q. 2, a. 3, ad 1.) Esto no significa en ningún modo alienación o pérdida de la personalidad: Dios no anula nunca lo humano, sino que lo transforma con su Espíritu y lo orienta al servicio de su designio de salvación.

Muchas son las ocasiones en que grandes desafíos se presentan ante nosotros y que nos colocan en circunstancias poco favorecedoras según nuestros criterios; sin embargo al igual que lo hizo en tiempos antiguos, hoy Dios nos invita a conocerlo, a adentrarnos en Su Esencia de Amor y a vivir expectantes de aquello que vaya tejiendo en nuestro día a día: “Porque no son Mis pensamientos vuestros pensamientos, ni vuestros caminos son Mis caminos. Porque cuanto aventajan los cielos a la tierra, así aventajan Mis caminos a los vuestros y Mis pensamientos a los vuestros” (Isaías 55, 8-9) Grandes personajes bíblicos fueron dóciles en abrazar los designios de Dios en abandono y seguridad,  y a cambio,  experimentaron maravillas asombrosas: Moisés pasando de opresor a libertador, Daniel rescatado del foso de los leones, Job retribuido en la sobreabundancia, David expiado y elegido rey… no cabe duda que aún el peor de los escenarios se transforma en algo bueno cuando Dios es protagonista en la ecuación. El milagro no se produce de la nada, requiere de nuestra modesta aportación. Jesús no nos pide lo que no tenemos, sino que nos hace ver que si cada uno ofrece lo poco que tiene, pueden realizarse siempre nuevos prodigios y hacernos partícipes de su don. Nosotros únicamente tenemos que orar:  -“Jesús me abandono en Ti”, “Jesús asume el control”.

Los católicos decimos -“Yo confío en Dios”, y si es así, debemos demostrarlo venciendo el miedo, dejando atrás las angustias, las preocupaciones, cada afán.  Yo mismo, vivo como ustedes la experiencia humana con mis propias adversidades, y además comparto sus inquietudes y zozobras; la gran diferencia es que no me preocupo nada. Una virtud grande es la oración y la gemela de esta virtud es la confianza; ella requiere ser solicitada y puede ser multiplicada a través del rezo Santo Rosario. Con una oración suplicante y humilde podemos mover montañas, y no me refiero a las montañas de Escazú, ¡No!, me refiero a la montaña personal de cada uno.

“Los que conocen Tu Nombre confían en ti, porque tú, oh Señor, no abandonas a los que te buscan” (Sal 9, 10). Todo lo que Dios permitirá en tu vida será aquello que servirá para llevarte más cerca de Su Propósito Divino. Hoy haz el propósito de confiar y esperar con alegría en Él.

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