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Jueves, 09 Octubre 2025
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Crónica de un milagro por intercesión del Padre Pío

By Charbel El Alam, Monje de la Orden Libanesa Maronita Septiembre 22, 2025

Francesco Forgione, el Padre Pío, nació el 25 de mayo de 1887 en Pietrelcina, un pequeño pueblo del sur de Italia, y murió el 23 de setiembre de 1968 en San Giovanni Rotondo, donde pasó gran parte de su vida religiosa como fraile capuchino.

En el año 2011 tuve la gracia de visitar por primera vez su tumba, en la magnífica cripta de su santuario en San Giovanni Rotondo. El lugar sagrado, decorado con miles de mosaicos dorados y escenas del Evangelio, evoca el cielo.

Allí recé el Santo Rosario frente a sus venerables restos, custodiados con devoción por los frailes franciscanos. Fue una experiencia profundamente espiritual: orar ante aquel cuerpo intacto que había llevado las llagas de Cristo durante décadas. También pude conocer el monasterio donde vivió, incluso la celda en la que murió, y tuve la dicha de celebrar la Santa Misa en su altar, en la iglesia de Santa Maria delle Grazie.

La Providencia quiso que volviera a este santo lugar en 2015. Antes de aquel viaje, yo mismo le había dicho en la oración: “Padre Pío, si realmente quieres que vaya a visitarte, facilítame el camino”. La respuesta no tardó en llegar de una manera inesperada. Un amigo venezolano me llamó desde Roma y me propuso: “¿Por qué no vamos a visitar al Padre Pío?”. Yo dudaba, pero él ya había alquilado un auto. Así, junto a un tercer amigo, emprendimos la peregrinación. Visitamos nuevamente la tumba del santo y, en esa ocasión, recibí una reliquia de primer grado, que conservo como signo de mi cercanía espiritual con él.

Para mí, aquel segundo viaje fue un signo claro de la intercesión del Padre Pío: había abierto el camino y respondido a mi oración sencilla y confiada.

Un testimonio de su intercesión

Años después, durante un almuerzo en el que compartíamos experiencias espirituales y hablábamos precisamente de San Pío de Pietrelcina, tuve la oportunidad de escuchar una historia que me conmovió. Ceci y Fede, una joven pareja con quien me une una amistad sincera, contó con emoción cómo habían experimentado la intercesión del santo en su matrimonio y en la vida de su pequeña hija Martina.

Esa narración -que recibí como un regalo de confianza y de fe viva- me impresionó tanto que sentí el deber de transmitirla a los lectores de nuestro semanario Eco Católico. Lo hago con la esperanza de que sirva para fortalecer la fe de muchos y renovar la confianza en la intercesión de los santos.

Ceci y Fede se conocieron en setiembre del 2010, ella apoyada en la fe y muy devota al Padre Pío, mientras él, un buen católico que buscaba estar cada vez más cerca de Dios. Ambos, de la misma edad, se tomaron las cosas en serio y comenzaron a planificar su futuro.

Fue entonces cuando ella le contó lo difícil y complejo que podría ser quedar embarazada por una serie de complicaciones que pasaron anteriormente en su vida. Él, viniendo de una familia numerosa y con ganas de seguir adelante, le dijo que aquello no era un impedimento, que la amaba y que se ponían a disposición del Padre Pío para que intercediera.

Al poco tiempo pusieron fecha de casamiento y viajaron en varias oportunidades, sin suerte porque siempre estaba cerrada, a una pequeña capilla en Los Cerros, en la localidad de Raco, a unos 50 km de la capital Tucumana, donde se encuentra una reliquia de primer grado del Santo Padre Pío, para agradecer y pedir por ellos.

Se casaron en marzo del 2013, unos días antes de que asumiera el Papa Francisco, al que tuvieron la posibilidad de ver en su primer rezo del ángelus. Al regresar a Argentina se dio la coincidencia de ser acompañados por los padres de ambos a la capilla de Raco para agradecer al Padre Pío y pedir por su matrimonio.

Ese día se encontraron, por casualidad, con Marcela González, coordinadora nacional de los Grupos de Oración del Padre Pío, a quien le guardan un profundo cariño. Se reconocieron por ser hijos espirituales del santo. Charlaron y contaron anécdotas sobre él, hasta que ella les preguntó: -¿Qué hacen aquí?

Fue entonces cuando el joven matrimonio respondió que venían para agradecer, pedir por ellos y por la posibilidad de agrandar la familia. La coordinadora, en un impulso que solo pudo venir de Dios, sacó de su carpeta un portarretrato que tenía el guante (mitón) del Santo Padre Pío. Le dio vuelta, movió las clavijas que trababan el marco y lo sacó para entregárselo a ella, quien lo tomó en sus manos con cariño, rezó con fuerza y lágrimas de admiración profunda, dejando todo a la voluntad de Dios.

Ceci pidió desde lo más profundo de su corazón, apoyando el guante sobre su vientre, la posibilidad de quedar embarazada. Un calor llenó su cuerpo y todos lloraron por el momento tan emotivo que estaban viviendo. No podían creer estar tocando la reliquia de un santo.

Pasó un corto tiempo y, sin haberse percatado aún de aquel hecho, estando ella descompuesta, fue a cita con una gastroenteróloga, quien la revisó y le dijo que no veía nada malo, que más bien su malestar tenía síntomas de embarazo. Entonces Ceci compró un test, se encerró en su cuarto sin decir nada a su marido y salió llorando de alegría, contándole que estaba embarazada. Fue uno de los momentos más lindos de la vida que una pareja puede atravesar, y más aun sabiendo lo difícil que podía ser lograrlo. El milagro por intercesión del Padre Pío se hacía presente y poco a poco se fueron dando cuenta de ello.

Pasaron los nueve meses y la pequeña Martina fue creciendo sana y fuerte. Nació en los primeros días de diciembre del año 2014 con un peso de cuatro kilogramos. La hija espiritual del Padre Pío comenzó a vivir en aquel hogar y a formar una hermosa familia. Fue bautizada en enero en la misma capilla de Raco donde comenzó este amor incondicional.

A los meses, recibieron la visita del Fray Carlo Maria Laborde, custodio del sepulcro del Padre Pío en aquel momento, quien tuvo a la bebé en brazos y comentó este milagro en canales católicos de Roma días después.

El corazón agradecido

Como padres, despertar cada día y darle un beso a esta pequeña es recordar lo que hizo el Padre Pío por su familia. “Es increíble. Nunca debemos dejar de agradecer al Santo por haber intercedido ante Dios y escucharnos”, repite hoy la pareja a todos los que comparten su testimonio.

A los 3 años, Martina fue internada y recibió varios pases de gammaglobulina (una proteína del plasma sanguíneo que contiene anticuerpos encargados de defender al cuerpo de bacterias y virus), ya que le diagnosticaron Síndrome de Kawasaki, una enfermedad que engrosa las arterias y venas del corazón, trayendo complicaciones cardíacas y controles de por vida.

Su madre no se conformó con ese diagnóstico y comenzó la búsqueda de otras opiniones en la capital, Buenos Aires. Les recomendaron dos médicos especialistas, pero no tenían contactos. Entre preocupación y lágrimas, su mamá le pidió al Padre Pío que la ayudara. Al buscar en la guía telefónica, llamó a un número de varios con el mismo apellido. Casualmente, el primero que atendió fue el doctor que estaban buscando. Es más, Ceci llamó, sin saberlo, directamente a su casa. El médico también se sorprendió y le contó, entre otras cosas, su propia devoción.

Coordinaron una consulta justo para la fecha en que, casualmente, una reliquia del Padre Pío llegaba a Buenos Aires: una partícula del miocardio del santo, el mismo órgano del que Martina había sido diagnosticada.

Visitaron al doctor, que después de revisar todos los estudios detalladamente y a Martina por más de dos horas, con mucha tranquilidad informó que el diagnóstico anterior no era Síndrome de Kawasaki, sino una infección que, si bien no sabía cuál había sido, ya había pasado y no dejó huella alguna. ¡Qué feliz noticia!

Aunque ya tenían la excelente noticia de que el corazón de su hija estaba sano, fueron a la catedral para agradecer y ver la llegada de la reliquia del Padre Pío.

Sucedió que al intentar subir a un taxi, el chofer abrió la puerta trasera de repente y golpeó a Martina en la frente, dejándole un gran hematoma a punto de explotar. El tráfico en la capital era muy intenso, por lo que no pudieron llegar en vehículo hasta la catedral, sino que los dejó a unas cuadras.

Al entrar a la iglesia, el padre y su hija se sentaron en unos escalones a esperar que pasara la reliquia, mientras su mamá compraba medallas y estampitas del santo. Fue entonces cuando Martina bajó su cabecita. Su padre se asustó, porque después de un golpe fuerte en la cabeza siempre hay que estar atentos.

Le preguntó:

-¿Estás bien, Martina?

Ella no respondió. Entonces volvió a preguntarle:

-¿Martina, estás bien?

Con tan solo 3 añitos, ella levantó su cabecita y su mano, haciéndole señas para que esperara. El padre le dio unos segundos y luego ella le dijo:

-Sí, papá, estoy bien. Estaba hablando con el Padre Pío. Ya me curó y me siento bien… Es más, por ahí viene.

Dicho esto, giró su cabecita sobre el hombro derecho y, apareciendo por un pasillo al lado de ella, entró la reliquia del Santo Padre Pío. Nadie sabía por dónde saldrían los custodios capuchinos con la reliquia y Martina feliz miraba esa pequeña caja que era llevada en alto, su frente ya no tenia ninguna marca ni hematoma y sus ojitos brillaban felices

Al contarle a su esposa lo sucedido, todos lloraron de emoción y se pusieron felices. ¿Qué más podían esperar si es una hija espiritual del Padre Pío?

La fe abre caminos

En el transcurso de mis visitas a San Giovanni Rotondo y de los encuentros con quienes han experimentado la intercesión del Padre Pío, he podido comprobar cómo la fe auténtica abre caminos que parecen imposibles.

Cada historia, cada milagro, cada gracia recibida es un testimonio vivo de que Dios escucha nuestras plegarias a través de la intercesión de sus santos y santas.

En ocasiones de alta tensión, de dificultad o de incertidumbre, yo mismo he recurrido a la oración que el Padre Pío acostumbraba rezar por todos aquellos que le pedían su intercesión. Esta oración, sencilla pero profunda, nos recuerda que Dios siempre está atento a nuestras necesidades y que la confianza en Él nunca es en vano.

Comparto esta oración, para que quienes lean estas líneas puedan rezarla con fe y devoción:

 

¡Oh Jesús mío!, que dijiste:

“En verdad les digo, pidan y se les dará, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá”.

He aquí que, confiando en tus santas palabras, yo llamo, busco, y pido la gracia…

Padre Nuestro, Avemaría y Gloria.

Sagrado Corazón de Jesús, espero y confío en Ti.

¡Oh Jesús mío!, que dijiste:

“En verdad les digo, pasarán los cielos y la tierra pero mis palabras jamás pasarán”

He ahí que yo, confiando en lo infalible de tus santas palabras pido la gracia…

Padre Nuestro, Avemaría y Gloria.

Sagrado Corazón de Jesús, espero y confío Ti.

¡Oh Jesús mío!, que dijiste:

“En verdad les digo, todo lo que pidáis a mi Padre en mi Nombre, se les concederá”.

He ahí que yo, al Padre Eterno y en tu nombre pido la gracia…

Padre Nuestro, Avemaría y Gloria.

Sagrado Corazón de Jesús, espero y confío Ti.

¡Oh Sagrado Corazón de Jesús, al que le es imposible no sentir compasión por los infelices,

ten piedad de nosotros, pobres pecadores, y concédenos las gracias que pedimos en nombre del Inmaculado Corazón de María,

nuestra tierna Madre, san José, padre adoptivo del Sagrado Corazón de Jesús, ruega por nosotros.

Amén.

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