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Domingo, 27 Abril 2025
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Mi nombre es Joan Manuel Vega Jiménez, de 27 años, y oriundo de la Parroquia San Isidro Labrador de Jiménez, Diócesis de Limón. El pasado 30 de noviembre concluí mi etapa de formación inicial en el Seminario Nacional Nuestra Señora de los Ángeles con un sentimiento de gratitud a Dios por su inmensa bondad y misericordia al llamarme para ser Pastor con una llamada que inquieta y arde en el corazón.

En mis tiempos de la escuela recuerdo ser un niño hiperactivo, travieso, servicial y alegre, me gustaba jugar con los compañeros canicas y fútbol. En el 2011 entré a la secundaria, donde fui un joven aplicado y disciplinado en mis estudios, me gustaba mucho jugar fútbol sala, baloncesto y mi materia favorita son las matemáticas.

Recuerdo cuando cursaba el octavo año de colegio, estando con algunos compañeros, vino una amiga contando que en la Iglesia de Jiménez iba a iniciar la catequesis de confirmación. Le pregunté: “¿Para qué es la confirmación?” Y ella me respondió: “Es un requisito para casarse”. Entonces, le dije: “Claro yo necesito confirmarme para en un futuro casarme”, y fue ahí, después de tanto tiempo, que volví asistir a misa con frecuencia, aunque me sentaba siempre en la banca de atrás y al inicio me aburría. Con el tiempo fui adquiriendo el deseo por ir a la Celebración Eucarística.

Fue durante mi preparación para la confirmación que un día la catequista me invitó a salir en un Vía Crucis en vivo representando el personaje de Jesús. Recuerdo haberle dicho que no y que buscara otro, a la semana siguiente, terminada la catequesis, se acercó a mí y a un amigo y al final nos convenció, saliendo yo de Jesús y mi amigo como soldado.

En ese momento, en medio de la catequesis, despertó un deseo de conocer a la persona de Jesús, Aquel que se entregó por amor a la humanidad para salvarnos.

Ese mismo año 2013, participé con la Pastoral Juvenil Illán de un Congreso Diocesano, donde en la misa de clausura, presidida por el Pbro. Luis Alberto Aguilar, sentí que el Señor me llamaba a seguirle, pero tenía miedo y no me sentía digno de servirle en algo tan sagrado como es ser sacerdote.

Sin embargo, me fui involucrando en la vida parroquial gracias al testimonio, acompañamiento y cercanía del párroco en aquel entonces el Pbro. Luis Enrique Madrigal García sirviendo como lector y participando en la pastoral juvenil.

Recuerdo que en algún momento el párroco y miembros de la comunidad me preguntaban si quería ser sacerdote y mi respuesta fue un silencio y en algunos momentos dije: “Yo sé lo que quiero, pero Dios sabe lo que es mejor para mí”.

Además, tuve novia en el colegio, en undécimo año, y fue una experiencia que marcó mi vida y hasta creí que mi vocación era el matrimonio. Y, aun teniendo novia, me preguntaban que si quería ser sacerdote, probablemente porque algo veían en mí que yo no veía, pero yo ante la pregunta respondía siempre que no y sentía que era el matrimonio; pero pasó el tiempo y la relación de noviazgo terminó.

Al graduarme de la secundaria, donde ni pensaba en ser sacerdote y lo único que quería era ser profesor de matemáticas, me fui a estudiar al Instituto Tecnológico de Costa Rica, en la sede de Cartago, donde adquirí nuevos conocimientos y una experiencia de vida.

Iniciando el primer semestre asistí a misa a la Basílica de los Ángeles donde recuerdo haber llegado temprano para rezar en la capilla, y durante el momento de la consagración sentí nuevamente esa inquietud al sacerdocio. Busqué la ayuda de un sacerdote en el confesionario. Fue el Pbro. Walter Morales, vicario de la Basílica, quien me acompañó espiritualmente durante ese año y empecé asistir a misa todos los días.

Tomé la decisión de realizar los procesos vocacionales en Cartago porque me quedaba difícil viajar hasta Limón. Además, el rector de la Basílica, el Pbro. Francisco Arias, me permitió servir como lector en el sector de San Antonio y me acompañó en mi proceso vocacional en Cartago.

Al finalizar el primer año de carrera en el 2016, tomé la decisión de interrumpir la universidad para responder a la llamada de Dios con generosidad. Ingresé al Seminario Introductorio el 12 de febrero del 2017, iniciando esta hermosa aventura de discernir mi posible vocación en medio de miedos y alegrías.  

Floribeth Mora padecía un aneurisma cerebral y los médicos le diagnosticaron pocos meses de vida. Desde el punto de vista científico ya no había nada que hacer. En su cama, miraba en vivo la beatificación de Juan Pablo II, entonces los medicamentos la adormecieron, pero despertó en la madrugada, era el momento propio de la ceremonia, oró y se quedó dormida.

Por la mañana despertó y escuchó una voz que le dijo con autoridad: “Levántate”. Miró una imagen de Juan Pablo II que tenía en su habitación y de nuevo escuchó: “Levántate, no tengas miedo”. Ella, que apenas podía moverse, se levantó y fue donde su esposo… Había ocurrido un milagro, el milagro por el que Juan Pablo II sería canonizado.

Esto ocurrió en Costa Rica, en Dulce Nombre de La Unión, donde reside Floribeth y su familia. Ella sabía que no podía callar lo que había vivido. Por eso, desde la canonización, se ha dedicado a visitar comunidades y otros países para compartir su historia.

Ahora, además, presenta su libro titulado “Levántate, no tengas miedo”, presentado el 27 de abril en la Parroquia San Antonio de Padua, en Cot de Oreamuno, Cartago.

 

Que el mundo lo sepa

 

Luis Córdoba Barrantes es el nuevo diácono de la Diócesis de Limón. Fue ordenado por Monseñor Javier Román en la Parroquia de Guápiles este sábado 1 de junio. Es hijo de Juan Rafael Córdoba Marín y Marielos Barrantes Durán.

Ha elegido el lema “Pues irás donde yo te envíe y dirás lo que te mande” (Jer 1, 6-7). Junto a su formación sacerdotal, Luis es Técnico en Alimentos y Bebidas. Consultado por el Eco Católico sobre su proceso vocacional, nos contó que siempre ha visto en su vida la mano de Dios. “Siempre he tenido presente que la oración es lo que me mantuvo en el Seminario”, afirma.

Manuel Eduardo Zamora Salazar se convierte a partir de este sábado 30 de diciembre en nuevo presbítero de la Diócesis de Limón. Este día, en el que su Iglesia particular celebra 29 años de erigida, recibe la ordenación presbiteral en una solemne eucaristía presidida por Monseñor Javier Román Arias, obispo diocesano.

Manuel ha tomado como lema de ordenación el versículo 16 de 1 Jn, 4: “He conocido al Amor y he creído en Él”. Su primera misa será el lunes 8 de enero, fiesta del Bautismo del Señor, en su parroquia de origen, Sagrado Corazón de Jesús, en Guápiles.

En el marco de la Asamblea del Secretariado Episcopal de América Central, SEDAC, que tiene lugar en Guatemala, la Misa de hoy martes 28 de noviembre le correspondió presidirla a Monseñor Javier Román Arias, obispo de Limón y Presidente de la Conferencia Episcopal de Costa Rica. Compartimos íntegramente su homilía.

Estimados hermanos

Es un verdadero gusto poder compartir con ustedes algunos pensamientos que me brotan a la luz de los textos proclamados y que podrían iluminar nuestros caminar como pastores y discípulos misioneros del Señor. 

Acabamos de celebrar la Solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo, y en ella hemos contemplado como el rostro del Resucitado toma carne en el rostro de nuestros hermanos que sufren a causa del hambre, el abandono, la migración, la pobreza, la exclusión social y tantas otras formas de “descarte”. Rostros que, como pastores vemos a diario en nuestra región, y que nos piden consuelo, ánimo, pero también el auxilio para hacer sentir su voz, la cual muchas veces se ve silenciaba por intereses de algunos, que, en vez de buscar una respuesta social integral, miran únicamente hacia sus propios intereses y voltean la cabeza, ignorando su drama y vida.  

Hoy de nuevo, como desde hace mucho, estos rostros nos piden ser su voz, “la voz de los que no tienen voz”.  Ya el Papa Francisco nos lo ha recordado en varios momentos: es necesario que toquemos la carne de Cristo en el hermano que sufre. “De nuestra fe en Cristo hecho pobre, y siempre cercano a los pobres y excluidos, brota la preocupación por el desarrollo integral de los más abandonados de la sociedad” (EG 186).

A los 10 años de la Evangelii Gaudium no podemos olvidar que el kerygma tiene un contenido ineludiblemente social: en el corazón mismo del Evangelio está la vida comunitaria y el compromiso con los otros (EG 177), y además tanto el anuncio como la experiencia cristiana tienden a provocar consecuencias sociales (EG 180).

La lectura del libro de Daniel que acabamos de escuchar puede iluminar nuestro camino pastoral.  Todo reinado que se despreocupa de los débiles está condenado a fracasar.  La solidez se consigue fortaleciendo lo débil.  Esta idea debería llevarnos a reconsiderar nuestras propuestas pastorales desde una refrescada opción preferencial por los pobres, vista ahora a la luz del magisterio pontificio, como una verdadera categoría teológica, y por ende, como una ineludible línea pastoral.

Esto nos plantea el reto de enmarcar nuestra autoridad en el marco de la sinodalidad guiada por la caridad, lo cual fue un tema ampliamente abordado en la pasada Asamblea Sinodal.

Ya en el 2019, el Papa también recordaba a los obispos que: “La palabra autoridad significa aumentar, promover, hacer progresar. La autoridad en el pastor radica especialmente en ayudar a crecer”.  Ese ayudar a crecer, implica también el fortalecer.  Es difícil proponer y desarrollar planes pastorales cuando los “pies que nos sostienen” están debilitados.

Hoy, el templo de Cristo necesita ser reforzado.  No me refiero solo al aspecto social, que es apremiante, y consume a tantos hermanos en la desesperación; sino también a la fe, debilitada por muchos factores, y que afecta a nuestras iglesias centroamericanas con el abandono que muchos hacen de la Madre Iglesia, optando por vías alternativas, que más que respuestas y alivio, los sumen en mayor confusión y desesperanza.

Como saben, recién he publicado mi primera Carta Pastoral. Lo hice ocho años después de haber asumido porque quise tomarme el tiempo para conocer a fondo mi diócesis de Limón, en el Caribe costarricense, de modo que, en la medida de lo posible, mi palabra respondiera verdaderamente a la realidad del pueblo que pastoreo. 

De esta experiencia de encuentro, celebración, confirmación y camino, una de las cosas que concluyo es que una Iglesia fortalecida en la fe, discípula de Jesucristo Nuestro Señor, misionera, solidaria, de puertas abiertas, dispuesta al encuentro, consciente e implicada en la realidad de las familias y las comunidades, en actitud profética y samaritana, es para todos signo y herramienta de la paz verdadera que el Señor desea para sus discípulos, una paz que, lamentablemente, hemos perdido en nuestra región.

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