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"Busca primero el Reino de Dios y su justicia y lo demás vendrá por añadidura". Esta cita bíblica, de Mateo 6,33, inspira la vocación del joven Albán Ulate Benavides, quien será ordenado diácono para la Diócesis de San Isidro este sábado 22 de marzo, en la Parroquia Santuario Diocesano de Nuestra Señora de la Cueva Santa, en Santa María de Dota.

Albán es hijo de Roxana Benavides Lizano y José Ángel Ulate Montero. A lo largo de su formación, asegura que ha sentido en todo momento la mano de Dios que lo sostiene y fortalece. Por su testimonio de entrega, piedad y fidelidad, admira a sacerdotes como el Padre Johnny Monge y Francisco Morales, así como a su obispo Monseñor Juan Miguel Castro.

Aunque Albán comenzó formándose como parte de la Diócesis de Ciudad Quesada, hizo opción por la Iglesia generaleña. Por eso, algunas de las comunidades en las que ha servido como acólito son del norte del país, tales como San José de Aguas Claras, Santo Domingo de Guzmán, en Monterrey, la parroquia Catedral de Ciudad Quesada y la de San Roque.

Actualmente sirve en la Parroquia Nuestra Señora de la Cueva Santa, recientemente nombrada Santuario Diocesano en San Isidro. En ella recibirá el ministerio del diaconado este sábado, por imposición de manos y oración consecratoria del propio Monseñor Juan Miguel Castro. Lo acompañará su familia, amigos y formadores, quienes desde ahora elevan oraciones a Dios por su servicio.

 

La situación sociopolítica y religiosa de su país de origen, Nicaragua, lo llevó a buscar otros caminos donde poder seguir discerniendo el llamado del Señor.

Tuvo muchas opciones, entre ellas España y México, pero quiso Dios que fuera Costa Rica el país en el que Donaldo siguiera adelante su formación a la vida sacerdotal, que este sábado 8 de febrero da un paso fundamental, con su ordenación diaconal, en una misa presidida por Mons. José Manuel Garita a las 10 de la mañana en la Catedral Diocesana.

Donaldo Alfonso López Novoa es el nombre completo de este joven, oriundo de la Parroquia San Martín de Porres, en Nueva Guinea, Nicaragua, lugar donde conoció la Infancia Misionera, inspirada en el testimonio de Santa Teresita del Niño Jesús y San Francisco Javier.

Esa semilla de fe, plantada primero por sus padres, Siriaco López y Brenda del Socorro Novoa, fue germinando hasta que llegó la oportunidad de participar en los encuentros vocacionales que realizaban las Hermanas del Inmaculado Corazón de María. Poco a poco, el Señor moldeaba su corazón.

Pero el primer gran cambio sobrevino en su vida: junto a su familia se trasladó a vivir a Río San Juan, lo cual implicaba que, a nivel de Iglesia era otra diócesis y nuevas estructuras en la forma de trabajar pastoralmente.

En respuesta al llamado de Dios que nunca se apagó en su corazón, Donaldo, nuevamente se incorporó al servicio de la Iglesia, esta vez en la comunidad de San Vicente de Paúl, donde vivió experiencias muy profundas de fe y crecimiento humano.

“Estaba sirviendo en la Pastoral Carcelaria y era encargado de hacer horarios por comunidad para llevarle comida a los presos que estaban en unas pequeñas celdas, sobre todo los domingos que no tenían quien les cocinara, tenía 21 años cuando tuve la propuesta de mi párroco de entrar al Seminario”, cuenta Donaldo.

Aquello lo desconcertó, porque, como él mismo afirma, vivir realmente el verbo “dejar” no es fácil. Para entonces había gestionado una beca para ir a estudiar medicina a Cuba, que por alguna razón no se dio, pensaba en su familia y quería casarse como todos sus amigos.

“Pero Dios tenía algo preparado para mí, muy grande, porque la angustia interna que mantenía por mi futuro era muy intensa, a veces en las noches oraba y lloraba pidiéndole discernimiento”, cuenta el joven.

Sin embargo, en medio de todas esas dudas e incertidumbre, Donaldo se arriesgó. Entró al Seminario Menor San Juan evangelista (Diócesis de Juigalpa) el 6 de febrero de 2016, Año del Jubileo de la Misericordia y, estuvo hasta el 2021 cuando que terminó la primera etapa que es la Filosofía.

 

La llegada a Costa Rica

 

“La idea de venirme a terminar la Teología al Seminario Nuestra Señora de los Ángeles acá en Costa Rica no fue fácil, como bien saben, la situación sociopolítica y religiosa en Nicaragua es muy compleja. Lo vi como una oportunidad para seguir discerniendo mi vocación en el extranjero, como dice el apóstol hablando de fe sometida al crisol (1 Pedro 1, 7), yo lo refiero a mi vocación porque en medio de tantas dudas necesitaba un espacio claro para meditar y discernir”, sintetiza Donaldo.

La decisión de venir a Costa Rica estuvo relacionada también con su familia, decisiva en su proceso vocacional, y de la cual no deseaba estar muy lejos.

Finalmente, Donaldo llegó a la Diócesis de Ciudad Quesada en el 2022 después de haber dialogado personalmente con Monseñor José Manuel Garita y cumplido con los requisitos formales de traslado para continuar sus estudios teológicos, terminados en el 2024.

Este tiempo, Donaldo ha servido en comunidades de la diócesis como San José de Aguas Zarcas, San Roque, San Antonio Pital y Catedral San Carlos Borromeo.

“En todas ha sido una experiencia enorme en las cuales me han enseñado a crecer en la fe y en mi relación humana. Actualmente mi síntesis vocacional o cuarta etapa como Ministro acólito la estoy desarrollando en la Parroquia San Rafael Arcángel de Guatuso e igualmente acá mismo serviré como Diácono todo esto a bien de mi obispo”, dijo.

 

Testimonio sacerdotal 

Mi nombre es Joan Manuel Vega Jiménez, de 27 años, y oriundo de la Parroquia San Isidro Labrador de Jiménez, Diócesis de Limón. El pasado 30 de noviembre concluí mi etapa de formación inicial en el Seminario Nacional Nuestra Señora de los Ángeles con un sentimiento de gratitud a Dios por su inmensa bondad y misericordia al llamarme para ser Pastor con una llamada que inquieta y arde en el corazón.

En mis tiempos de la escuela recuerdo ser un niño hiperactivo, travieso, servicial y alegre, me gustaba jugar con los compañeros canicas y fútbol. En el 2011 entré a la secundaria, donde fui un joven aplicado y disciplinado en mis estudios, me gustaba mucho jugar fútbol sala, baloncesto y mi materia favorita son las matemáticas.

Recuerdo cuando cursaba el octavo año de colegio, estando con algunos compañeros, vino una amiga contando que en la Iglesia de Jiménez iba a iniciar la catequesis de confirmación. Le pregunté: “¿Para qué es la confirmación?” Y ella me respondió: “Es un requisito para casarse”. Entonces, le dije: “Claro yo necesito confirmarme para en un futuro casarme”, y fue ahí, después de tanto tiempo, que volví asistir a misa con frecuencia, aunque me sentaba siempre en la banca de atrás y al inicio me aburría. Con el tiempo fui adquiriendo el deseo por ir a la Celebración Eucarística.

Fue durante mi preparación para la confirmación que un día la catequista me invitó a salir en un Vía Crucis en vivo representando el personaje de Jesús. Recuerdo haberle dicho que no y que buscara otro, a la semana siguiente, terminada la catequesis, se acercó a mí y a un amigo y al final nos convenció, saliendo yo de Jesús y mi amigo como soldado.

En ese momento, en medio de la catequesis, despertó un deseo de conocer a la persona de Jesús, Aquel que se entregó por amor a la humanidad para salvarnos.

Ese mismo año 2013, participé con la Pastoral Juvenil Illán de un Congreso Diocesano, donde en la misa de clausura, presidida por el Pbro. Luis Alberto Aguilar, sentí que el Señor me llamaba a seguirle, pero tenía miedo y no me sentía digno de servirle en algo tan sagrado como es ser sacerdote.

Sin embargo, me fui involucrando en la vida parroquial gracias al testimonio, acompañamiento y cercanía del párroco en aquel entonces el Pbro. Luis Enrique Madrigal García sirviendo como lector y participando en la pastoral juvenil.

Recuerdo que en algún momento el párroco y miembros de la comunidad me preguntaban si quería ser sacerdote y mi respuesta fue un silencio y en algunos momentos dije: “Yo sé lo que quiero, pero Dios sabe lo que es mejor para mí”.

Además, tuve novia en el colegio, en undécimo año, y fue una experiencia que marcó mi vida y hasta creí que mi vocación era el matrimonio. Y, aun teniendo novia, me preguntaban que si quería ser sacerdote, probablemente porque algo veían en mí que yo no veía, pero yo ante la pregunta respondía siempre que no y sentía que era el matrimonio; pero pasó el tiempo y la relación de noviazgo terminó.

Al graduarme de la secundaria, donde ni pensaba en ser sacerdote y lo único que quería era ser profesor de matemáticas, me fui a estudiar al Instituto Tecnológico de Costa Rica, en la sede de Cartago, donde adquirí nuevos conocimientos y una experiencia de vida.

Iniciando el primer semestre asistí a misa a la Basílica de los Ángeles donde recuerdo haber llegado temprano para rezar en la capilla, y durante el momento de la consagración sentí nuevamente esa inquietud al sacerdocio. Busqué la ayuda de un sacerdote en el confesionario. Fue el Pbro. Walter Morales, vicario de la Basílica, quien me acompañó espiritualmente durante ese año y empecé asistir a misa todos los días.

Tomé la decisión de realizar los procesos vocacionales en Cartago porque me quedaba difícil viajar hasta Limón. Además, el rector de la Basílica, el Pbro. Francisco Arias, me permitió servir como lector en el sector de San Antonio y me acompañó en mi proceso vocacional en Cartago.

Al finalizar el primer año de carrera en el 2016, tomé la decisión de interrumpir la universidad para responder a la llamada de Dios con generosidad. Ingresé al Seminario Introductorio el 12 de febrero del 2017, iniciando esta hermosa aventura de discernir mi posible vocación en medio de miedos y alegrías.  

Dios mediante, el joven Anthony Cordero Rivera será ordenado diácono el próximo 6 de julio en la Catedral de San Isidro, por imposición de manos de Monseñor Juan Miguel Castro, obispo diocesano.

Es hijo de Greivin Cordero Valverde y Floribeth Rivera Sánchez. Para la ocasión eligió como lema: “Arda mi corazón con tu voz”, versículo de Lucas 24, 32.

Según afirma, el proceso formativo del Seminario significó para él un crecimiento integral: “Me ayudó a percibir lo importante de la dimensión humana, que, si no es equilibrada, tampoco lo serán la espiritualidad, el estudio y el servicio pastoral en las comunidades.

“Velar por lo humano quiere decir también reconocer los propios errores, la propia debilidad, todo ello conduce a la misericordia de Dios y a su llamada, porque todo comprueba que esto es por su causa, como respuesta de su amor, y no por meras capacidades humanas”, agrega.

En su camino al sacerdocio, Dios le regaló muchos testimonios de sacerdotes que lo alentaron a continuar, así como comunidades que le ofrecieron el corazón, pero fue la parroquia de Boruca la que marcó un antes y un después, ya que su servicio se dio en el contexto de la pandemia y sus restricciones.También fue significativa esa experiencia porque venía de una fuerte crisis personal, “en la que me enfrenté con muchas dudas vocacionales, y llegar a una parroquia que pese a las limitaciones del momento me acogió y compartir con el párroco el día a día me fue dando una luz nuevamente sobre el significado del ministerio sacerdotal, me hizo enamorarme de la parroquia, es decir, no solo de esa en particular, sino del servicio en el sentido amplio del término”.

Su familia también ha sido fundamental. “En ocasiones, el factor económico fue uno de los cuestionamientos que más me afectaba y no pocas veces pensé intentar solucionarlo si suspendía mi proceso, pero Dios es grande y nunca desampara a nadie, por lo menos lo básico nunca les faltó y de su parte, no cabía que yo me saliera del Seminario, siempre tuvieron en gran valor mi vocación y puedo decir que cada uno de ellos ha sido un custodio de mi vocación”.

Luis Córdoba Barrantes es el nuevo diácono de la Diócesis de Limón. Fue ordenado por Monseñor Javier Román en la Parroquia de Guápiles este sábado 1 de junio. Es hijo de Juan Rafael Córdoba Marín y Marielos Barrantes Durán.

Ha elegido el lema “Pues irás donde yo te envíe y dirás lo que te mande” (Jer 1, 6-7). Junto a su formación sacerdotal, Luis es Técnico en Alimentos y Bebidas. Consultado por el Eco Católico sobre su proceso vocacional, nos contó que siempre ha visto en su vida la mano de Dios. “Siempre he tenido presente que la oración es lo que me mantuvo en el Seminario”, afirma.

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