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Dejar atrás las polémicas sobre la Liturgia

By Redacción Agosto 05, 2022

Una vehemente invitación a dejar atrás las polémicas sobre la Liturgia para redescubrir su belleza, se desprende de la nueva Carta Apostólica que recién dio a conocer el Papa Francisco con el nombre “Desiderio desideravi”.

Su texto, condensado en 65 párrafos, no es una nueva instrucción o un directorio de normas, sino una meditación que busca recordar el sentido profundo de la celebración eucarística surgido del Concilio Vaticano II e invitar a la formación litúrgica del Pueblo de Dios.

En su desarrollo se advierten algunas de las conclusiones a las que arribó la plenaria en el 2019 el Dicasterio para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, en continuidad con el motu proprio Traditionis custodes y la propia elaboración del Papa en torno a la importancia de la comunión eclesial con el rito surgido de la reforma litúrgica postconciliar.

“Mantengamos la comunión, sigamos asombrándonos por la belleza de la Liturgia”, es el pedido casi adolorido de Francisco, muy seguramente afectado por polémicas y divisiones recientes a propósito de ritos, gestos y detalles celebrativos que lejos de contribuir a la unidad, han sido escenario de conflictos y graves desobediencias.

La fe cristiana, escribe Francisco, o es un encuentro vivo con el Señor Jesús, o no es. Y “la Liturgia nos garantiza la posibilidad de tal encuentro. No nos sirve un vago recuerdo de la última Cena, necesitamos estar presentes en aquella Cena”.

Y recordando la importancia de la constitución Sacrosanctum Concilium del Vaticano II, que condujo al redescubrimiento de la comprensión teológica de la liturgia, el Papa añade: “Quisiera que la belleza de la celebración cristiana y de sus necesarias consecuencias en la vida de la Iglesia no se vieran desfiguradas por una comprensión superficial y reductiva de su valor o, peor aún, por su instrumentalización al servicio de alguna visión ideológica, sea cual sea” (16).

Tras advertir contra la “mundanidad espiritual”,  el gnosticismo y el neopelagianismo que la alimentan, Francisco explica que “participar en el sacrificio eucarístico no es una conquista nuestra, como si pudiéramos presumir de ello ante Dios y ante nuestros hermanos” y que “la Liturgia no tiene nada que ver con un moralismo ascético: es el don de la Pascua del Señor que, aceptado con docilidad, hace nueva nuestra vida”. “No se entra en el cenáculo sino por la fuerza de atracción de su deseo de comer la Pascua con nosotros”, afirma (20).

Para sanar la mundanidad espiritual, es necesario redescubrir la belleza de la liturgia, pero este redescubrimiento “no es la búsqueda de un esteticismo ritual, que se complace sólo en el cuidado de la formalidad exterior de un rito, o se satisface con una escrupulosa observancia de las rúbricas. Evidentemente, esta afirmación no pretende avalar, de ningún modo, la actitud contraria que confunde lo sencillo con una dejadez banal, lo esencial con la superficialidad ignorante, lo concreto de la acción ritual con un funcionalismo práctico exagerado” (22).

El Papa explica que “hay que cuidar todos los aspectos de la celebración (espacio, tiempo, gestos, palabras, objetos, vestiduras, cantos, música, ...) y observar todas las rúbricas: esta atención sería suficiente para no robar a la asamblea lo que le corresponde, es decir, el misterio pascual celebrado en el modo ritual que la Iglesia establece.

Pero, incluso, si la calidad y la norma de la acción celebrativa estuvieran garantizadas, esto no sería suficiente para que nuestra participación fuera plena” (23). “Si faltara el asombro por el misterio pascual que se hace presente en la concreción de los signos sacramentales, podríamos correr el riesgo de ser realmente impermeables al océano de gracia que inunda cada celebración” (24).

¿Cómo podemos entonces recuperar la capacidad de vivir plenamente la acción litúrgica? Ante el desconcierto de la posmodernidad, el individualismo, el subjetivismo y el espiritualismo abstracto, el Papa nos invita a volver a las grandes constituciones conciliares, que no pueden separarse unas de otras. Y escribe que “sería banal leer las tensiones, desgraciadamente presentes en torno a la celebración, como una simple divergencia entre diferentes sensibilidades sobre una forma ritual”.

La problemática es a su juicio, ante todo, eclesiológica. Detrás de las batallas sobre el ritual, en definitiva, se esconden diferentes concepciones de la Iglesia. “No veo cómo se puede decir, señala el Pontífice, que se reconoce la validez del Concilio y no aceptar la reforma litúrgica nacida de la Sacrosanctum Concilium (31).

La reflexión llega en el momento necesario, también para el contexto costarricense. Quiera Dios que sea, no solo leída y comentada, sino asimilada y depositada en el corazón, para que genere los procesos de reflexión, de sanación y de unidad que se propone en última instancia.

La Eucaristía es el centro de nuestra fe cristiana, de ella brota la vida de la Iglesia y la vida de cada uno de nosotros dentro de ella, porque nos abre al encuentro con el Amor de los Amores, el único capaz de dar sentido y alegría a nuestra existencia. No convirtamos algo tan santo y tan bello en motivo de pleito y división. Así sea.

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