Los patrones misóginos de otras épocas -que desgraciadamente persisten entre ciertos grupos y ambientes- han terminado mal porque casualmente propician divisiones y separaciones injustas y alejadas de la realidad de la Iglesia, relegando a las mujeres y casi negando su condición de hijas de Dios.
Muy por el contrario, la Iglesia está llena de mujeres dispuestas a ir adelante en la misión evangelizadora. Sinceramente, ¿qué sería de la Iglesia sin las mujeres?, ¿sin madres que transmitan la fe, sin catequistas, sin misioneras, sin educadoras cristianas, sin religiosas y consagradas?
Y todas esas mujeres, cuyos nombres quedarán para siempre en el anonimato, aunque no para Dios, que han entregado su vida al servicio de obispos y sacerdotes, en casas religiosas, seminarios, diócesis y parroquias.
Por eso la decisión del Papa es de justicia, y quiera Dios pueda ser replicada en todos los ámbitos, que se enriquecerán del talante, la sabiduría, la visión, el conocimiento y la inquebrantable voluntad femenina hacia el bien y la verdad.
Formalmente, dichos nombramientos forman parte de la pronta aplicación de la nueva Constitución Apostólica Praedicate Evangelium, que condensa la reforma de la Curia Romana encargada al Papa Francisco por los cardenales electores en el 2013.
Hay mucho que estudiar y mucho más que aplicar de este documento que, inspirado sin duda por el Espíritu Santo, viene a refrescar de evangelio las estructuras y formas de proceder de la Iglesia, adecuándola para responder a los desafíos de los tiempos presentes.
Como explicaba Sor Yvonne Reungoat, F.M.A., al enterarse de su nombramiento, se trata del signo de una nueva mentalidad, de un cambio profundo, de un espíritu que guía al Papa tras las huellas del Concilio Vaticano II y que poco a poco se va realizando.
En efecto, es un signo de gran esperanza y también de responsabilidad, porque llama a todos a la corresponsabilidad en las distintas vocaciones de la Iglesia.
¿Poder?, seguramente que sí, pero no en las claves que el mundo lo entiende, de luchas por privilegios, porque el único poder verdadero en la Iglesia es el servicio en la sencillez de los valores evangélicos.
El próximo gran paso tiene que ser con los laicos, que permita, no sólo de palabra, sino también en hechos, incorporarlos al corazón de la Iglesia para que desde ahí proyecten toda su fuerza, su identidad y sus capacidades.
De hecho, en su numeral 10, Praedicate Evangelium recuerda que el Papa, los obispos y otros ministros ordenados no son los únicos evangelizadores de la Iglesia. “Todo cristiano, en virtud del Bautismo, es discípulo-misionero en la medida en que se ha encontrado con el amor de Dios en Cristo Jesús”.
Esto -se afirma- no puede ser ignorado en la actualización de la Curia, cuya reforma, por tanto, debe prever la participación de los laicos, incluso en funciones de gobierno y responsabilidad.
Y concluye: “Su presencia y participación es también esencial, porque cooperan por el bien de toda la Iglesia y, por su vida familiar, por su conocimiento de las realidades sociales y por su fe, que les lleva a descubrir los caminos de Dios en el mundo, pueden hacer contribuciones válidas, especialmente cuando se trata de promover la familia y el respeto de los valores de la vida y de la creación, del Evangelio como fermento de las realidades temporales y del discernimiento de los signos de los tiempos”.