Francisco explica que, encontrando el amor de Cristo, “nos hacemos capaces de tejer lazos fraternos, de reconocer la dignidad de todo ser humano y de cuidar juntos nuestra casa común”, en referencia clara a sus dos anteriores encíclicas, Laudato si’ y Fratelli tutti.
Y ante el Corazón de Cristo, pide al Señor “que vuelva a tener compasión de esta tierra herida” y derrame sobre ella “los tesoros de su luz y de su amor”, para que el mundo, “sobreviviendo entre guerras, desequilibrios socioeconómicos, consumismo y uso antihumano de la tecnología, recupere lo más importante y necesario: el corazón”.
De este modo, la encíclica se apoya en dos cimientos fundamentales: la meditación sobre los aspectos del amor del Señor que pueden iluminar el camino de la renovación eclesial; y la iluminación necesaria para un mundo que parece haber perdido el corazón.
Lo cual, no es una tragedia menor. Junto a las guerras, como en Ucrania, la Franja de Gaza y el Líbano, donde se mata sin pudor, incluso a niños y personas inocentes, la cotidianidad de nuestras relaciones denota un profundo deterioro del respeto y del amor.
Costa Rica no es la excepción. El egoísmo nos carcome y nos hace insensibles e indiferentes. El consumismo lo permea todo, empujando incluso al delito y al crimen. Como sociedad alimentamos a diario una interminable lista de asesinatos, femicidios, agresiones y violencias de todo tipo. A la luz de esta nueva encíclica del Papa, deberíamos preguntarnos si también los ticos habremos perdido el corazón.
Abierta por una breve introducción y dividida en cinco capítulos, esta nueva pieza del magisterio recoge “las preciosas reflexiones de anteriores textos magisteriales y de una larga historia que se remonta a las Sagradas Escrituras, para volver a proponer hoy, a toda la Iglesia, este culto cargado de belleza espiritual”.
El primer capítulo, “La importancia del corazón”, explica por qué es necesario “volver al corazón” en un mundo en el que estamos tentados de “convertirnos en consumistas insaciables y esclavos de los engranajes de un mercado”.
El Papa denuncia que la actual devaluación del corazón proviene del “racionalismo griego y precristiano, del idealismo postcristiano y del materialismo”, de modo que en el gran pensamiento filosófico se han preferido conceptos como “razón, voluntad o libertad”. Y al no encontrar lugar para el corazón, “ni siquiera se ha desarrollado ampliamente la idea de un centro personal” que pueda unificarlo todo, a saber, el amor.
En cambio, para Francisco, hay que reconocer que “yo soy mi corazón, porque es lo que me distingue, me configura en mi identidad espiritual y me pone en comunión con los demás”.
El segundo capítulo está dedicado a los gestos y palabras de amor de Cristo. Los gestos con los que nos trata como amigos y muestra que Dios “es cercanía, compasión y ternura” se ven en sus encuentros con la samaritana, con Nicodemo, con la prostituta, con la adúltera y con el ciego del camino.
En el tercer capítulo, “Este es el Corazón que tanto amó”, el Pontífice recuerda cómo la Iglesia reflexiona y ha reflexionado en el pasado sobre el santo misterio del Corazón del Señor, desde las enseñanzas de Pío XIII hasta Benedicto XVI. A continuación, invita a renovar la devoción al Corazón de Cristo también para contrarrestar “las nuevas manifestaciones de una “espiritualidad sin carne” que se multiplican en la sociedad”
En los dos últimos capítulos, el Papa Francisco destaca los dos aspectos que “la devoción al Sagrado Corazón debe mantener unidos para seguir alimentándonos y acercándonos al Evangelio: la experiencia espiritual personal y el compromiso comunitario y misionero”.
Al adentrarnos en la riqueza espiritual de este nuevo documento, nos unimos en oración con el Santo Padre, pidiendo al Señor “que de su santo Corazón broten para todos nosotros ríos de agua viva para curar las heridas que nos infligimos, para fortalecer nuestra capacidad de amar y de servir, para impulsarnos a aprender a caminar juntos hacia un mundo justo, solidario y fraterno” (DN, 220).