Animarnos y adentrarnos en el misterio de Dios requiere también aumentar nuestra capacidad para observar, que es más que ver. Cuando observamos podemos notar que es la acción de examinar atentamente una persona u objeto. Para poder observar algo debemos ver el objeto que requiere nuestra atención. La diferencia radica en que en este caso se presta atención cuidadosamente sobre el objeto o persona. La diferencia entre ver y observar está basada en la intención, uno ve por el sentido de la vista, pero observa cuando presta atención a lo que está mirando.
Ahora en este punto fundante, nace la pregunta ¿nosotros todos los días vemos simplemente u observamos?, esto nos debería llevar a hacer un alto y repensar lo que estamos haciendo día con día. Puede ser que nos estemos perdiendo la maravilla de la creación y con más atención nos estamos perdiendo al Creador.
Resalto ahora que el Papa Francisco nos invita a experimentar la alegría de trabajar con otros y por los otros para que construyamos un mundo más justo y fraterno. Significa vivir las labores de cada día en el espíritu de las Bienaventuranzas: este es el “camino de la verdadera felicidad” que Jesús indicó. Es “una novedad revolucionaria, un modelo de felicidad opuesto” al “pensamiento dominante” (Mensaje de la JMJ 2014).
Un vivo ejemplo de esto es lo que vivía san Francisco de Asís, capaz de conmoverse de gratitud ante un pedazo de pan duro, o de alabar feliz a Dios solo por la brisa que acariciaba su rostro.
Para finalizar, me viene también a la mente un canto que se llama: “¡Que detalle Señor!”. Qué detalle, Señor, has tenido conmigo, cuando me llamaste, cuando me elegiste, cuando me dijiste que tú eras mi amigo. Qué detalle, Señor, has tenido conmigo. Tú me hablaste de un Reino, de un tesoro escondido, de un mensaje fraterno que encendió mi ilusión. No olvidemos que la iniciativa la tiene Dios con nosotros, pero somos nosotros los que necesitamos aprender a observar su paso en nuestra existencia.