Qué tal si también nos proponemos dejar de murmurar y de ver la paja en el ojo ajeno. Es increíble el daño que puede hacer nuestra lengua en contra de alguien más. Y lo peor es que muchas veces murmuramos en contra de alguien, según nosotros, en aras de la justicia divina: porque éste peca mucho, porque ésta gasta mucho dinero, porque este otro es muy sucio y descuidado, porque esta otra es una chismosa, porque este va a misa pero se pelea con todos al salir y entrar en su automóvil, porque esta otra también va a misa pero se queda dormida. La lista es inacabable.
¿Qué tal como propósito de este año dejar de murmurar y mejor mirar a nuestro interior cada vez que algo nos parece mal? Porque es un hecho irrefutable que casi siempre que nos disgusta algo que vemos que otro hace, ¡es porque en el fondo nos disguta que nosotros hacemos lo mismo! Por eso advertía Jesús que es fácil ver paja en el ojo ajeno y no la viga que se lleva en el propio.
Hagámonos el propósito de que al sentir la tentación de murmurar, cerrar la boca, ver a nuestro interior y en justicia decidir qué actitud debemos nosotros mismos cambiar, qué debemos dejar de hacer o que debemos comenzar a hacer.
También tratemos de vivir en paz y dejemos de enojarnos por todo. La mansedumbre es una virtud que nos ayuda a dejar de lado la violencia. Cuántas personas se ofenden por la forma en que los saluda el empleado de una tienda. Cuántos más se indignan porque el mesero no los vio al pasar frente a ellos. Cuántos estallan porque el conductor de adelante no va más de prisa. Cuántos se encolerizan porque su hija no guardó el cepillo y el espejo. Y en consecuencia agreden, gritan, insultan, ofenden, se vengan, toman represalias y lo peor, ¡se amargan la vida y se la amargan a los demás! “¡¿Y cómo no me voy a enojar?!” es su típica justificación. Pero esa actitud no es digna de un hijo de Dios. Este año hagámonos el propósito de evitar pleitos y riñas.
Disfrutar el hoy es un proposito invaluable. Dejemos de quejarnos por todo. Encontremos las cosas positivas de la vida, seamos agradecidos con todo cuanto tenemos, por el amanecer, la salud, el agua, los alimentos, los amigos y la familia, porque cuantos hay que no tienen nada de eso y por qué no, disfrutemos de la enfermedad, pues nos permite una pausa y acercarnos más a Dios.