Face
Insta
Youtube
Whats
Jueves, 11 Septiembre 2025
Image

Un paseo que abraza las emociones en tiempo de crisis

By Willy Chaves Cortés, OFS Orientador Familiar, UJPll / Doctor en Humanidades, UPF Septiembre 08, 2025

Bajo los altos y frondosos bambús que adornan el patio de nuestra casa en Aserrí, las certezas se deshilachan y emergen las fuerzas invisibles que sostienen a quienes amamos.

En esas sombras verdes, cuando la pena por la salud de mi madre y mi padre parecía cargar el aire con una densidad casi física, una llamada cambió el rumbo de la tarde.

Era Carolina, la sobrina de mi gran amigo Paul Alfaro, una voz que llegó como un bálsamo, diciéndome: “recuerda, no estás solo; estamos contigo; eres nuestro amigo y estaremos contigo”. Sus palabras trenzaron en mi pecho un hilo de calma, una promesa de compañía que se fue instalando poco a poco, casa por casa, hasta formar la casa interior de la esperanza.

Carolina y Martha, su madre, son dos mujeres cálidas, humanas y sinceras.

En cada gesto, en cada mirada, se dibujan la ternura y la firmeza de quien sabe que la vida exige presencia, escucha y paciencia.

Me dijeron, sin necesidad de palabras grandilocuentes, que era válido llorar, que las emociones que hoy me ocupaban eran necesarias para avanzar. “Cuando quieras llorar, cuando te sientas solo, ven a nuestra casa; ahí tienes un lugar”, me repetían. Dos horas más tarde, en su auto, llegaron a casa acompañada de Martha y me invitaron a un viaje que no era físico únicamente, sino emocional: una salida a la zona de Los Santos, un escenario de cafetales, aguacates y frutas que parecía prometer al alma una pausa suave.

El viaje nos llevó por rutas que huelen a tierra mojada y a la promesa de una cosecha.

Los cafetales se alzaban como pantallas de un cine verde, en cuyas sombras se podía oír el murmullo de hojas que se mueven con la brisa, como si cada rama susurrara una lección de paciencia.

En el auto, el silencio quedó interrumpido por palabras que emergían con cuidado, como si cada una mereciera un lugar entre las costuras del viaje: recordar, validar, acompañar. Carolina, Martha, Paul y yo viajamos con un par de planes: conversar para validar nuestras emociones y, sobre todo, permitir que la tristeza tenga su voz sin que el miedo la opaque.

“Ponte en mi lugar,” parece decir la vida cuando nos asustamos ante la fragilidad humana.

Pero el verdadero reto no es ponerse en lugar del otro para calmar nuestras propias ansiedades, sino escuchar con la forma de la otra persona y, al escucharse, reconocer que la vida es una red de afectos que se sostiene en la presencia.

En esa conversación, las palabras se volvieron puentes: puentes que no buscan convencer, sino acompañar; puentes que no impiden el dolor, sino que ofrecen un camino para atravesarlo sin perder la dignidad.

La zona de Los Santos, con su paisaje de cafetales que se extienden como una alfombra verde, y entre hileras de plantas que se balancean suavemente, se convirtió en un escenario propicio para la reflexión.

Allí, cada sorbo de café parecía concentrar una memoria de encuentros y de pérdidas. “El café nos recuerda que el calor no es solo de la bebida, sino de la gente que comparte la mesa”, comentó alguien, y la frase resonó en mi interior.

Las frutas, con su colorido que parece una celebración de la vida, ofrecían a la vista una promesa de dulzura y de energía para el cuerpo y el espíritu.

La ruta nos llevó entre cafetales que parecían proteger secretos de la infancia y del crecimiento, como si cada planta guardara una historia que merecía ser contada con calma.

Las palabras dieron paso a silencios necesarios, esos silencios que permiten que las emociones se asienten y tomen su cauce natural.

En la conversación, la crítica más valiosa fue la de validar, no la de resolver. Validar significa aceptar la experiencia ajena sin exigir que se convierta en una solución inmediata, porque a veces la solución no es la velocidad, sino la presencia continua.

El relato de Willy, el escritor motivacional que suele hablar de la validez de las emociones, cobró sentido en cada ejemplo vivido: la emoción no es un obstáculo, sino un dato importante para entender qué necesita nuestro ser en cada etapa.

La mirada de Carolina, su voz cálida y su forma de decir las cosas con claridad y contención, me ofrecieron un espejo en el que ver la urgencia de ser humano, de ser frágil, de admitir que necesitamos apoyo.

Martha, con su experiencia de madre y su serenidad, mostró que la fortaleza no está en ocultar la tristeza, sino en sostenerla con amor, para que pueda moverse, transformarse y convertirse en una fuerza que nos permita seguir adelante.

En cada sonrisa, en cada gesto de acompañamiento, se dibujó la imagen de una comunidad que se sostiene en el cuidado mutuo.

No era una ayuda que buscaba resolver el problema inmediato, sino una presencia que decía: no estás solo, aquí hay un lugar para ti, para que puedas respirar y volver a encontrarte.

El viaje también nos recordó que las emociones no deben ser reprimidas, sino transitadas con cuidado. “La validez de las emociones” no es un lema abstracto, sino una práctica: permitir que el dolor exista sin que el miedo a ese dolor nos empuje a negarlo o a convertirlo en rabia o resentimiento.

En la práctica, validar significa preguntar: “¿Qué sientes?”, “¿Qué necesitas en este momento?”, “¿Qué te ayudaría a atravesar esta etapa?”. No se trata de dar respuestas rápidas, sino de acompañar el proceso, de estar presentes sin juzgar, de sostener con la promesa de que, aunque el mundo permanezca incierto, no estaremos solos.

El paisaje de los Santos, con sus cafetales y sus huertos de aguacates y frutas, ofreció un escenario de renovación.

Las plantas crecen a su propio ritmo, con una paciencia que contrasta con la prisa que muchas veces impone la vida cotidiana.

En esa experiencia, aprendí que el acompañamiento no tiene fecha de caducidad: el apoyo puede extenderse en el tiempo, como las ramas de un árbol que, durante las estaciones, se renuevan para brindar sombra y consuelo.

Los acompañantes no se mueven solo para asistir en un momento de crisis, sino para sostener el ser completo, con sus miedos, sus dudas y sus esperanzas.

Cerca del final del recorrido, una conversación en voz baja me recordó una verdad fundamental: la vida, en su complejidad, se sostiene con la ternura de quienes eligen estar presentes.

En palabras de Carolina, en su gesto que decía más que cualquier discurso, se percibía la convicción de que la amistad verdadera no es un refugio pasivo, sino una alianza activa.

 “Vamos a la zona de Los Santos; vamos a caminar, a conversar, a validarnos mutuamente en lo que estamos viviendo”, dijo. Martha añadió su nota de calma y certeza. En ese instante, supe que el camino no era solo un paseo por un paisaje hermoso, sino una ruta de sanación que podía recorrer cada quien a su propio ritmo.

La experiencia me dejó varias reflexiones para la vida de escritor y de ser humano. Primero, la emoción es un dato, no un problema.

La vida no nos pide ser perfectos ante la tristeza, nos invita a ser presentes ante ella. Segundo, la compañía auténtica no es una solución que nos evite el dolor, sino una presencia que nos recuerda que no hay que atravesar las tormentas solos. Tercero, la práctica de validar las emociones —preguntar, escuchar, nombrar lo que se siente— es una herramienta poderosa para construir resiliencia y empatía en nuestras relaciones.

Finalmente, la naturaleza misma, con su calma y su belleza, ofrece un marco sano para el reposo del alma: el verde de los cafetales, el aroma de la tierra, el color de las frutas, todas estas señales nos invitan a respirar y a confiar en que el tiempo, con su ritmo, cuida de nosotros. 

En el patio de nuestra casa, bajo la mirada de los bambús, entendí que las palabras de quienes nos acompañan no son simples consejos, sino la construcción de un refugio emocional.

La vida, con sus altibajos, nos pone a prueba para revelar la verdadera fortaleza de las personas que nos rodean: su capacidad de escuchar con el corazón, su paciencia para esperar, su valentía para decir la verdad con cariño. Carolina y Martha, junto con Paul, recordaron que la amistad no es apenas un lazo social, sino un pacto de presencia: estar, acompañar, validar, sostener. En ese pacto, la tristeza puede aceptarse, nombrarse y, con el tiempo, transitar hacia un lugar de mayor paz.

Si alguna lección podría quedarse en estas líneas, es que el paseo a Los Santos no fue solo una excursión física, sino una ruta hacia la dignidad de sentir y la responsabilidad de acompañar.

La vida nos invita a caminar con otros cuando el camino se vuelve pesado, y a permitir que cada emoción tenga su espacio para respirar.

A veces, las palabras más simples —“no estás solo”, “estamos contigo”— pueden ser la diferencia entre rendirse y seguir adelante. En ese sentido, la experiencia de Carolina y Martha se convirtió en una lección de humanidad que quiero recordar cada vez que el temor me visite o la tristeza me encuentre en la puerta de la casa.

Y así, con el recuerdo de los cafetales dorados, del murmullo de las hojas, de las frutas que brillan al sol y de las voces que me ofrecieron un hogar por un tiempo, cierro este paseo con gratitud.

Porque la vida, cuando se comparte con quienes aman y entienden, se transforma. Y la verdad más sencilla que se ha vuelto canción en mi alma es esta: validar las emociones es un acto de amor, y amar es, en última instancia, la forma más profunda de cuidar de uno mismo y de los demás.

Si un día regreso a la terraza y miro nuevamente a los bambús, llevaré conmigo el eco de esas palabras y el compromiso de seguir caminando, junto a quienes me han enseñado que la presencia es la medicina más poderosa que podemos ofrecer.

Síganos

Face
Insta
Youtube
Whats
anuncioventa25.png
puntosdeventa
Insta
Whats
Youtube
Image
Planes de Suscripción Digital
Image
Image
puntos de venta
suscripciones
Catalogo editoria
publicidad
puntos de venta
suscripciones
Catalogo editoria
publicidad