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Miércoles, 08 Octubre 2025
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Un homenaje al mentor que me abrió puertas

By Willy Chaves Cortés, OFS Orientador Familiar, UJPll / Doctor en Humanidades, UPF Septiembre 26, 2025

El mes de septiembre nos regaló lluvias y recuerdos, y en medio de aquel aguacero apareció una reunión que dejó huella en mi alma. En casa, rodeados de amigos cercanos, nos reunimos para celebrar la vida, la amistad y el aprendizaje que he recibido a lo largo de mi trayectoria.

Entre risas, anécdotas y la calidez que solo una mesa llena de afecto puede ofrecer, se dibujó un relato que vale la pena compartir: el reconocimiento a Pepe, mi consejero y guía espiritual e intelectual.

Desde temprano llegaron Edelito Pérez, Irene López, Ricardo Oreamuno, Pepe y Doña Anna Katherine, sin faltar doña. Daisy Corrales, amiga y mentora. Ella formó parte de la mesa con Paul, quien nos sorprendió con una variedad de tacos mexicanos, un pozole y otras delicias que evocan sabores de tierras lejanas. Paul, con su carácter afable y su saber culinario, condujo la conversación hacia recuerdos compartidos y lecciones que aprendí a lo largo de los años.

En el murmullo de la lluvia y el crujir de la tortilla, Paul narró cómo se hizo amigo de figuras legendarias de la historia del cine mexicano: María Félix, Pedro Infante, Jorge Negrete y Lucha Villa.

Sus palabras no solo describían encuentros, sino que también revelaban la forma en que el respeto y la admiración pueden abrir puertas insospechadas. Dijo, con la modestia que le caracteriza, que fue Eunice Odio y Yolanda Oreamuno, costarricenses afincadas en México, quienes lo introdujeron al mundo del espectáculo y la farándula de esa gloriosa era del cine de oro mexicano. Fue un recordatorio de que las redes de amistad y la curiosidad cultural pueden trascender fronteras y épocas.

Entre las historias, Paul evocó un momento singular: una tarde en la casa de Diego Rivera y Frida Kahlo, donde tomó tequilas con Chavela Vargas, una figura que para muchos simboliza la profundidad y la pasión de la música y la vida en esa década. También mencionó su amistad en la casa de Diego Rivera con Libertad Lamarque, la Duquesa de Alba y Grace Kelly; nombres que, aunque separados por geografías y tiempos, forman un mapa humano de influencia, imaginación y artes.

Estas anécdotas, lejos de ser solo curiosidades, revelaban la magnitud de un mundo que Paul había conocido y, en consecuencia, la amplitud de miras que siempre ha traído a nuestro encuentro.

En medio de estas memorias, Paul compartió un logro que refleja la dedicación y el esfuerzo sostenido en su oficio: cinco tijeras de oro como estilista, acompañadas del título de Comendador Francés por sus contribuciones a las artes.

Un reconocimiento que, más allá del ornato, simboliza años de trabajo cuidadoso, creatividad y compromiso con la excelencia. No era David ante Goliath, sino un artesano que cultivó una disciplina que transformó su oficio en una vocación de servicio y mentoría para quienes lo rodeamos.

Con la voz serena y la mirada serena que le conocemos, le pedí que, en público, respondiera a una pregunta que me acompaña desde hace años: ¿por qué me quieres como amigo si soy un “guila” que creció a pata pelada y luchó por todo?

Le dije que no me fue fácil la vida y que no se me olvida que has sido mi padrino en el oficio de escritor, que gracias a él logré forjarme en esa senda y que, al igual que Daisy Corrales, ha sido un mecenas que abrió puertas y brindó oportunidades. Paúl, en su pausa, dejó que la sala respirara la emoción de la pregunta y respondió con la calidez de un padre, con la paciencia de un maestro que sabe que las palabras pesan cuando nacen desde la verdad y la experiencia.

Lo que emergió en ese instante fue más que una respuesta: fue un reconocimiento público de una trayectoria compartida. Todos los presentes, desde Edelito y Irene hasta Ricardo, Doña Anna Katherine y Daisy Corrales, con Paul en su papel de puente entre culturas y saberes, reconocieron el trabajo de Pepe como consejero.

No fue un acto grandilocuente, sino una declaración sencilla y contundente de gratitud y respeto por un mentor que ha influido en mi madurez espiritual e intelectual.

En ese microcosmos de la casa, el agradecimiento se convirtió en una corriente que recorrió a cada uno de los presentes, reafirmando la importancia de la guía y el acompañamiento en el camino del desarrollo personal y profesional.

La cena se convirtió en una conversación entre voces que, aunque distintas, compartían un eje común: el reconocimiento a la persona que me ha ayudado a convertir la inquietud en palabra y la incertidumbre en propósito.

Pepe, con su serenidad y su mirada clara, no solo brindó consejos; dio lecciones vivas sobre la paciencia, la ética y la responsabilidad.

En cada anécdota, en cada pausa, se tejía una pedagogía de vida que me ha permitido avanzar con más confianza y menos miedo. Fue un recordatorio de que el aprendizaje no ocurre en un vacío; se nutre de relaciones, de ejemplos y de una voluntad generosa de enseñar que caracteriza al gran maestro.

Todos los presentes coincidimos en una idea central: la madurez no es un destino, sino un camino que se recorre con la guía de quienes han caminado antes que uno. Pepe, convertido en un faro para mi crecimiento, no solo ha sido un consejero en momentos de duda, sino un motor que ha impulsado mi capacidad para mirar más allá de lo inmediato, para soñar con metas que parezcan inalcanzables y, sobre todo, para entender que la escritura y el pensamiento requieren disciplina, ética y un compromiso constante con la verdad.

En ese sentido, el reconocimiento público que se hizo no fue un acto aislado, sino la cristalización de años de presencia, de escucha atenta y de una voluntad generosa de enseñar que caracteriza al gran maestro.

La reunión dejó, además, una serie de lecciones que quiero conservar como tesoros personales. Primero, la importancia de agradecer en voz alta a quienes nos inspiran y nos apoyan. En segundo lugar, el valor del acompañamiento en procesos de crecimiento: la presencia de Pepe y de otros amigos y mentores no es un simple ornato social, sino una inversión en el desarrollo de nuestro potencial.

Y tercero, la certeza de que la cultura, en todas sus expresiones, tiene el poder de unir a las personas y de enriquecer nuestro sentir humano.

El mundo de Paula Alfaro, de la farándula de la época dorada mexicana, de las artes y del cine, no sería lo mismo sin las personas que, desde distintos rincones, tejen redes de aprendizaje y colaboración.

Esa tarde nos recordó que la grandeza de una comunidad reside en su capacidad para reconocer, agradecer y acompañar a aquellos que encaran la vida con dignidad y sobra de talento.

Al mirar a los presentes, vi en sus rostros la verdad de lo que habíamos vivido: una experiencia de gratitud compartida, donde cada uno aportó su voz para celebrar el camino recorrido y el trabajo silencioso de Pepe como consejero.

No se trató de una fiesta de logros personales aislados, sino de un homenaje a la ética del acompañamiento: a la idea de que nadie llega solo, y que las artes, la escritura y la vida encuentran su pulso cuando existen guías que te suelen encender la curiosidad, te fortalecen ante la adversidad y te alientan a seguir adelante con humildad.

Quien lea estas líneas podría preguntarse cuál es el hilo común que sostiene este relato. La respuesta está en la emoción que nos embargó al descubrir que el aprendizaje tiene rostro humano y que las experiencias compartidas con Pepe y el grupo de amigos que nos rodea constituyen un legado que trasciende el tiempo.

En la intimidad de las charlas, en la amplitud de las historias y en la sencillez de una mesa de tacos y pozole, se gestó una narrativa de gratitud que, espero, inspire a otros a reconocer a sus mentores y a agradecer públicamente esas influencias que moldean nuestra vida.

Para mí, este encuentro no solo fue un evento social, sino un momento de afirmación: la afirmación de que el camino de un escritor y de un ciudadano que busca la verdad no se recorre en soledad.

Es, en cambio, una marcha compartida con quienes nos sostienen, nos empujan a superar nuestras limitaciones y nos invitan a mirar hacia adelante con confianza. Pepe, tú has sido un puente entre mis dudas y mis certezas, entre mis miedos y mis sueños. Tu guía ha sido, y sigue siendo, un aliento constante que me recuerda que la disciplina, la ética y la curiosidad son las herramientas más poderosas para construir un legado que merezca ser contado.

Con este artículo deseo plasmar, de manera sintética y sentida, el agradecimiento público que todos los presentes expresaron. Aprecio que se haya reconocido tu labor como consejero y mentor, no como un título en una vitrina, sino como una vocación que se demuestra día a día en la forma en que enseñas, escuchas y acompañas.

Que este testimonio sirva para recordar que la grandeza de una vida no se mide solo por logros visibles, sino por la capacidad de inspirar a otros a dar lo mejor de sí mismos y a convertir la adversidad en aprendizaje.

Finalmente, agradezco a cada persona que formó parte de aquel domingo lluvioso y a cada uno que, desde su lugar, contribuyó a hacer de ese encuentro una experiencia de crecimiento y fraternidad.

Que la memoria de Pepe como consejero se mantenga viva entre nosotros, y que su ejemplo de entrega, paciencia y sabiduría siga guiando a quienes lo rodean.

En esa casa, rodeados de amigos, comida que sabe a hogar e historias que alimentan el espíritu, entendimos que el verdadero tesoro es la gente que nos acompaña en el camino.

Agradezco públicamente a Pepe por su sabiduría y por abrir puertas en mi vida profesional y personal. Su influencia ha sido vital para mi madurez y mi desarrollo como escritor y ser humano. A los presentes, mi gratitud eterna por su apoyo, su humanidad y su capacidad de convertir una reunión en una lección de vida.

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