Face
Insta
Youtube
Whats
Sábado, 02 Noviembre 2024
Suscribase aquí

Entrevista: "La sinodalidad tiene que ser una realidad que lo permee todo"

By Octubre 19, 2024
"Somos colaboradores del Espíritu Santo de Dios, por lo que hemos de acabar con toda forma de exaltación y protagonismo personal desmedido". "Somos colaboradores del Espíritu Santo de Dios, por lo que hemos de acabar con toda forma de exaltación y protagonismo personal desmedido".

Miguel Anxo Pena González, nació en Vigo, España, en 1969. Es hermano Franciscano Capuchino y reside en el Convento de Salamanca, ciudad en la que desarrolla su tarea docente como Profesor Numerario de Historia de la Iglesia y Espiritualidad. Es Doctor en Teología Dogmática por la Universidad Pontificia de Salamanca y en Historia, con especialidad en Historia Moderna. Como estudioso que es, ha seguido de cerca el camino sinodal impulsado en la Iglesia por el Papa Francisco. Al respecto, y a propósito de la celebración en este mes de la Segunda Sesión del Sínodo de la Sinodalidad, conversamos con él y el siguiente es un extracto del diálogo.

 

Para quienes podrían no estar familiarizados con el tema, ¿qué es un sínodo y por qué es importante?

Históricamente un sínodo es una reunión de obispos que se reunían para solucionar problemas de doctrina y de disciplina. Esto podía tener lugar a distintos niveles: regional, nacional, o referido a los dos ambientes tradicionales en los que se desarrolló la Iglesia (Oriente y Occidente) o a la Iglesia Universal. Su importancia y valor radicaba en el hecho de ser una reunión colegial y, por lo mismo, en la que la Iglesia funciona como un cuerpo. Las grandes decisiones de la Iglesia, en los primeros siglos, pasaron por los sínodos y en ellos tuvieron lugar las grandes decisiones dogmáticas y disciplinares de la Iglesia.

En la evolución histórica dos términos que significaban lo mismo «sínodo» y «concilio», refiriendo a la versión griega y latina, fueron evolucionando en su praxis creando una distinción en la comprensión de ambos términos, por eso hoy en día hablamos de ambos con una comprensión diferente. Referidos a distintos niveles de ese espacio de decisión colegial, que es un elemento esencial de la organización de la Iglesia, en sus distintos niveles. Por lo mismo, hablamos de concilios y sínodos, realidades que expresan una Iglesia que se reúne para dialogar y debatir aquello que le preocupa en cada época.

El concepto se recupera en el vocabulario católico -si así podemos hablar- en el contexto del Concilio Vaticano II, cuando el papa Pablo VI, el 15 de octubre de 1965, mediante el motu proprio Apostolica Sollicitudo instituía el Sínodo de los Obispos. Montini, siguiendo algunas voces que así lo solicitaban, daba un paso relevante para que la Iglesia -y particularmente el Pontífice- tuviera a su lado un órgano de consulta permanente que hiciese pervivir el espíritu conciliar pero que, al mismo tiempo, hiciera referencia directa a la colegialidad, desde una de sus formas clásicas. Esto explica que dicha institución esté compuesta formalmente por obispos y que sean ellos los que tengan el protagonismo en el mismo, estando formado por miembros elegidos desde distintas instancias. En definitiva, se trata de que esté representada toda la Iglesia, colaborando a las decisiones que el Papa tenga que tomar.

 

Aunque parece una redundancia, vivimos el Sínodo de la Sinodalidad, ¿qué es sinodalidad y por qué se afirma que remite a los orígenes mismos de la Iglesia?

Sinodalidad significa y supone algo tradicional en la vida de la Iglesia, teniendo su expresión más viva en el Oriente cristiano. Un órgano de reflexión y decisión para que la Iglesia camine unida, sirviendo al mandato que Cristo le ha encomendado. Como decía antes, supone e implica la capacidad de buscar en común lo mejor para la Iglesia -en general- y para las comunidades que la forman -en particular o a nivel local-. Se entiende que la sinodalidad es una expresión del dinamismo de comunión que había y ha de inspirar, también hoy, todas las decisiones eclesiales. Así lo expresaba el mismo Papa Francisco cuando en octubre de 2015, conmemorando los cincuenta años de la creación por parte de Pablo VI del sínodo de los obispos, afirmaba que “el camino de la sinodalidad es el camino que Dios espera en la Iglesia del tercer milenio”. Pocas líneas después completaba dicha afirmación considerando que desde la sinodalidad se “nos ofrece el marco interpretativo más adecuado para comprender el ministerio jerárquico”.

 

Una Iglesia que camine toda junta, en la que todos tengamos un espacio, dejando atrás esquemas rígidos como repite el Papa Francisco, ¿es un ideal alcanzable desde su punto de vista?

Creo que sí, aunque no es una tarea fácil, pues supone que todos seamos capaces de tener una mirada más amplia, liberarse de muchos prejuicios y mirar hacia un lugar común, hacia Cristo como guía y seguridad de todo este proceso. El problema es que -todos- estamos acostumbrados a mirar a nuestros intereses y considerar que nuestras opiniones o visiones son las válidas o, peor aún, las únicas válidas. Cuando el Papa Montini recuperaba la institución del sínodo ponía en marcha un espacio de escucha, al tiempo que promovía una Iglesia de la escucha y del diálogo; algo que siempre ha sido necesario, pero que hoy creo que requiere mayor atención.

Se trata de lograr una Iglesia más de Cristo, más veraz, una Iglesia que esté al servicio del hombre y que, por añadidura, se haga creíble para él. Esto implica -indudablemente- un trabajo interior, además de la reunión colegial. Supone no poder todo el énfasis en unos resultados eficaces o que nuestras opiniones sean las que se reflejen en las decisiones tomadas… Es, por lo mismo, también un proceso de purificación personal y comunitaria, donde hemos de morir a nuestro yo personal, para poner a Cristo y a su Iglesia en el centro.

 

¿Cómo debería vivirse concretamente la sinodalidad en la base de la Iglesia, es decir, en las parroquias, grupos apostólicos y familias?

Creo que no hay una fórmula mágica, ni la habrá nunca, pero sí es cierto que tiene que ser una realidad que lo permee todo, que busque espacios en los que el diálogo, la acogida y la escucha nos permitan ampliar horizontes y, como decía hace un momento, que nos haga encontrar la respuesta más apropiada para las necesidades del hombre, que será para el hombre de un momento históricamente concreto. Esto no siempre es fácil de aceptar, pues como humanos estamos siempre buscando seguridades, pero esto en un mundo como el actual -tan acelerado y cambiante- cada día se vuelve más difícil. La Iglesia, en este sentido, sus parroquias, grupos apostólicos y familias se han de mover siempre en un equilibrio difícil, en el que han de ser capaces de acoger a la persona en su diversidad y ayudarla a crecer en su encuentro con Cristo, que será también un paso indispensable para construir una comunidad amplia y diversa en la que todos tengan cabida.

Esto implica que, más allá de las decisiones a las que se llegue, hay que potenciar y buscar espacios que nos hagan dialogar, intercambiar nuestras visiones y, también, orarlas personal y comunitariamente. Supone un proceso mucho más lento y, por lo mismo, puede resultar aparentemente menos eficaz, pero tiene una fuerza mayor, desde el momento en que todos se sienten implicados en el mismo.

 

¿Cuáles son los fundamentos teológicos de una Iglesia que podríamos llamar sinodal?

Hablar de los fundamentos teológicos es remitir a lo que ya hemos dicho antes, se trata de volver a lo esencial de la Iglesia que pasa por el que todos formen parte de la misma, en que las opiniones diversas no sean una muralla, sino una oportunidad para el crecimiento mutuo y el enriquecimiento de todos. Supone entrar en la lógica de Jesús en la que no solo todos tienen espacio, sino que todos son importantes para el funcionamiento y organización como «cuerpo». Creo que esta idea es fundamental, pues en la imagen paulina del cuerpo (1 Cor 12,13) ya está presente esa diversidad de los distintos miembros y, al mismo tiempo, la necesidad de que todos estén presentes. De esta manera, la Iglesia es un organismo vivo que necesita de todos y, solo así podrá mostrar un rostro más universal de ella misma, al tiempo que responde a su verdadera vocación.

Supone, igualmente, crecer y creer sinceramente en la comunión, como base de la construcción de la Iglesia. Saber que más allá de todo lo que nos separa está lo que nos une que es Cristo, como Hijo de Dios que se entregó por nosotros y, de esta manera, nos trazó ya un camino. Implica, por lo mismo, ser fuente de una Iglesia plural, con sus múltiples carismas y expresiones. Eso que el papa Francisco puso de relieve con un lenguaje muy provocador en la exhortación apostólica Evangelii Gaudium: «el tiempo es superior al espacio, la unidad prevalece sobre el conflicto, la realidad es más importante que la idea y el todo es superior a la parte» (EG 222-237).

Y, en esta disyuntiva, supone igualmente aceptar que somos colaboradores del Espíritu Santo de Dios, por lo que hemos de acabar con toda forma de exaltación y protagonismo personal desmedido; mostrando que somos colaboradores del Reino de Dios. Y, sin olvidar, que esto se puede hacer con alegría, buscando lo mejor que cada uno podemos aportar. Reconociendo que el protagonismo es de Dios y que colaboramos para que la Iglesia refleje cada día mejor su rostro. Esto supone, por lo mismo, cultivar no solo un hacer activo en la Iglesia, sino cuidar y potenciar también el mundo interior, el de la oración, siendo fermento en medio de la masa.

Laura Ávila Chacón

Periodista, especializada en fotoperiodismo y comunicación de masas, trabaja en el Eco Católico desde el año 2007.

Síganos

Face
Insta
Youtube
Whats
puntosdeventa
Insta
Whats
Youtube
Calendario 2025
Image
Planes de Suscripción Digital
Image
Image
puntos de venta
suscripciones
Catalogo editoria
publicidad
puntos de venta
suscripciones
Catalogo editoria
publicidad