El grupo este año está formado por unas 60 personas, (en el camino se les juntan otras personas) que avanzan cada quien a su ritmo. “Hay quienes llegan a las 4, 5 o 6 de la tarde. Algunos incluso han llegado a la 1 de la mañana, pero nadie se queda atrás. Siempre hay compañeros que esperan a los rezagados y los acompañan”, explica Rocío González Quirós, la primera mujer que se integró al grupo hace más de 20 años. “La primera vez que fui éramos treinta y tres hombres y yo. Me invitaron y me lancé. Desde entonces, no he dejado de caminar”, recuerda con una sonrisa.
Rocío no camina sola. Este año, la acompañan su hijo de 31 años, quien vive con discapacidad, su hija, y su nieta, quien necesita realizarse exámenes médicos por un problema en la cadera. “Vamos con una petición muy especial. Le pedimos a la Virgencita que interceda por ella. Pero también caminamos por agradecimiento, por los muchos favores recibidos. Es una experiencia hermosa. El ambiente es de familia, de amistad. Nadie queda botado. Si alguien se atrasa, hay compañeros que se quedan con él hasta el final, aunque tengan que salir a la una o dos de la mañana”, asegura.
La jornada del primer día dura cerca de doce horas, dependiendo del clima y la condición del camino. Al día siguiente, luego de desayunar y encomendarse a Dios, el grupo retoma la caminata a las 7 de la mañana, pasando por San Pablo, Santa Rosa de Oreamuno, Cot y Churuca, hasta llegar a la Basílica de Los Ángeles entre las 3 y 6 de la tarde. En total, recorren aproximadamente 72 kilómetros desde Guápiles hasta Cartago.
El trayecto ha cambiado con el tiempo. Desde hace tres años, por razones de seguridad, ya no se cruza el sector del bosque quemado por la actividad volcánica, sino que se toma la ruta conocida como Calle Gobierno. Se parte desde una altitud de 262 metros sobre el nivel del mar y se asciende hasta 2510 metros. Desde hace una década, también se incluye un carro de asistencia que lleva ropa seca para el segundo día y regresa con la usada del primero, facilitando así el descanso y comodidad de los peregrinos.
Más allá del esfuerzo físico, esta romería está cargada de historias personales que dan sentido a cada paso. Marvin José Sánchez guarda en su corazón uno de los testimonios más conmovedores: “En marzo del 2022 subí con el grupo con una petición muy fuerte. Me iban a operar por un cáncer de próstata y fui a pedirle a la Virgencita que todo saliera bien. Gracias a Dios, la operación fue un éxito. No necesité ni quimio ni radio. El cáncer estaba contenido. Yo sé que fue su intercesión la que me salvó”.
La caminata también es acompañada por momentos de oración. Al llegar a la lechería, el grupo reza el rosario, agradece por los favores recibidos y encomienda sus peticiones. Durante el año, mantienen viva la devoción mediante rezos mensuales en las casas de los integrantes, en lo que ellos llaman “la pasada de la Virgen”. Comienzan en la casa de doña Mayela y don Fernando y terminan ahí mismo, renovando en cada encuentro los lazos de fe y comunidad.
En los últimos años, al pasar por San Gerardo, el grupo ha sido recibido con muestras de cariño inolvidables. “Los niños de la escuela nos esperan en la calle, nos dan fruta, nos sonríen, los sacerdotes nos bendicen. Es algo precioso. Eso le toca a uno el alma y le da fuerzas para volver a adentrarse en esa montaña, que es dura, sí, pero también llena de bendiciones”, afirma Rocío.
La romería de Guápiles por el volcán Turrialba no es simplemente una caminata. Es una peregrinación tejida con fe, sostenida por la oración, reforzada por la amistad y marcada por historias que conmueven. Cada año, sus pasos dejan huella en la montaña, pero también en el corazón de quienes los reciben y, sobre todo, a los pies de la Negrita, donde todo tiene sentido.