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Lunes, 27 Octubre 2025
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El P. Édgar de la Trinidad Rivera Garita nació un 24 de octubre de 1925, hoy hace exactamente 100 años, poco después de las 0 horas, en San Rafael de Oreamuno, su querida “Churuca”, justamente amaneciendo el día en que su pueblo se disponía a celebrar con gran alegría a su santo patrono, San Rafael Arcángel.

Cuando nació el P. Rivera Garita en octubre de 1925 el Papa era Su Santidad Pío XI (1922-1939), el Arzobispo Metropolitano de San José era Mons. Rafael Otón Castro Jiménez, I° Arzobispo (1921-1939) y el Presidente de Costa Rica era, por segunda ocasión, el también cartaginés Ricardo Jiménez Oreamuno (1910-1914, 1924-1928, 1932-1936). Se acababan de vivir los estragos de la Primera Guerra Mundial (1914-1918), el comunismo comenzaba a expandirse por el mundo, se acababa de enfrentar la pandemia de la llamada gripe española (1918-1920), estaba por venir la crisis económica de 1929. En Costa Rica se gestaban los primeros grupos obreros organizados, se vivía en una relativa tranquilidad y paz política y social. Era aún la Costa Rica campesina de los años 20 del siglo pasado.

El papá del P. Rivera es don José Martín Rivera Quirós, nacido el 24 de enero de 1894 y fallecido el 8 de agosto de 1980, hijo de don Silvestre Rivera y de doña Isabel Quirós, los abuelos paternos del padre. Y su mamá es doña María Adoración Josefina Garita Mora, nacida el 13 de marzo de 1901 y fallecida el 16 de noviembre de 1973, hija de Juan Garita y de Micaela Mora, los abuelos maternos del padre. El P. Rivera Garita tuvo 8 hermanos, de los que le sobrevive Elisa, conocida como Elsie, vecina de San Rafael de Heredia, quien inicialmente le acompañó en su ministerio, hasta que contrajo matrimonio en 1968. De sus hermanos tiene gran cantidad de sobrinos.

 

Estudió en la Escuela de los Ángeles y en el Colegio San Luis Gonzaga, ambos en Cartago. Antes de su ingreso al Seminario trabajó en el Banco Crédito Agrícola de Cartago como mensajero, para entregar cheques, donde regresó algún tiempo durante sus estudios superiores.

Su motivación al sacerdocio la encontró en su servicio como monaguillo en Cartago con el Pbro. Enrique Bolaños Quesada, posteriormente Obispo Auxiliar de la Diócesis de Alajuela (1963-1967), Administrador Apostólico de la misma Diócesis (1967-1970) y luego su IV° Obispo (1970-1980), además de ser Administrador Apostólico de la Arquidiócesis de San José (1978-1979).

El joven Rivera Garita ingresó al entonces Seminario Central en 1950, en las nuevas instalaciones del Seminario en Paso Ancho, inauguradas apenas un año antes en 1949. Fue formado por los padres alemanes paulinos, vicentinos, lazaristas o de la Misión, que para entonces regentaban el Seminario. Ingresó al Seminario con 24 años recién cumplidos, lo que para entonces era considerada una vocación adulta o tardía.  

Concluyó sus estudios en 1955 y fue ordenado sacerdote, a los 30 años de edad, el 17 de diciembre de 1955 –el mismo año de nacimiento del actual señor Arzobispo Metropolitano Mons. José Rafael Quirós Quirós–, por lo que el P. Rivera está por cumplir próximamente los 70 años de su ordenación presbiteral. Su lema sacerdotal fue: “Oh María, Madre Inmaculada, asistidme en el servicio de tu Divino Hijo”, reflejando su gran amor y devoción a la Virgen María, que sin duda ha escuchado el ruego del P. Rivera ya casi por 70 años de servicio fiel y generoso a su Divino Hijo.

Cuaresma, camino de reconciliación y de esperanza

Cuando iniciamos el tiempo de Cuaresma, particularmente en este año Jubilar, invitamos a todos los fieles a dejarse alcanzar por la misericordia de Dios que quiere reconciliarnos para sanar nuestra vida, nuestras relaciones, para que podamos caminar juntos en esperanza.

En la Sagrada Escritura, caminar en la esperanza es propio de aquellos a quienes Dios llama. Le dijo a Abraham: “Sal de tu tierra y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré” (Gn 12,1). Posteriormente, cuando el pueblo estaba cautivo en Egipto, Dios lo llamó por medio de Moisés a salir de aquella tierra hacia la libertad prometida, les mandó decir: “He decidido sacarlos de la opresión egipcia y hacerlos subir… a una tierra que mana leche y miel” (Ex 3,17).

Después de que Juan (el bautista) fue entregado, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios; decía: «Se ha cumplido el tiempo y está cerca el reino de Dios. Conviértanse y crean en el Evangelio» (Mc 1, 14-15; Mt 4, 17) Signos de la misericordia acompañaron su predicación, pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el mal (Pref. Común VIII). De esta manera, inaugura Jesús su predicación, en la que anuncia la iniciativa divina de acercarse a la humanidad de una forma nueva, su mensaje manifiesta la grandeza de Dios como Padre compasivo y salvador, destellando así un rayo de esperanza. Convertirse significa tomar otra dirección, cambiar de rumbo, es romper la cerrazón del corazón, abandonar la autosuficiencia. Es posible por la fe, la confianza de abandonarse al poder salvador de Dios. 

A nosotros nos impulsa también el Espíritu al desierto cuaresmal para caminar, como lo hizo Abraham e Israel, hacia el monte santo de la Pascua, la verdadera patria del Cielo que Jesucristo mismo nos muestra. Y este camino lo hacemos juntos, como Iglesia. 

  1. Juntos abiertos a la misericordia de Dios que nos reconcilia

Al emprender el camino, sabemos muy bien que encontraremos obstáculos, dificultades, dudas e incluso el deseo de regresar. El mayor de los obstáculos es el mismo pecado. Los israelitas cruzando el desierto, empezaron a dudar de si Dios estaba realmente con ellos (Cf. Ex 17,7) y perdieron de vista el horizonte y la esperanza de la tierra prometida. Por ello, solo llegaron a la tierra de Canaán aquellos que se volvieron a Dios e imploraron su misericordia. También nosotros, estamos llamados a poner nuestra mirada en Dios y decir, como el salmista, “nuestros ojos están fijos en el Señor, esperando su misericordia” (Sal 123).

El informe Percepción de la Población Costarricense sobre Valores y Prácticas Religiosas 2024, publicado por la Universidad Nacional, no es una sorpresa. Más bien, es un espejo en el que la Iglesia Católica en Costa Rica se niega a mirarse.

Hoy, apenas el 49,8% de los costarricenses se identifican como católicos, mientras que el 30,8% pertenecen a iglesias evangélicas. Más preocupante aún: solo el 35% de los jóvenes entre 18 y 24 años siguen en la Iglesia. Los demás se han ido, y la pregunta es inevitable: ¿qué hicimos para espantarlos?

Y no, no es culpa del “sesgo” del informe. Ese es el refugio cómodo de quienes prefieren negar la realidad en lugar de afrontarla. Mientras nos entretenemos en disputas institucionales, la Iglesia sigue perdiendo fieles.

La Iglesia Católica en Costa Rica parece estar desconectada. Como si estuviera en “modo avión”: con la apariencia de estar activa, pero sin recibir ni enviar señales. Lo que por definición es un cuerpo vivo, vibrante y misionero, hoy parece un sistema burocrático agotado, más preocupado por su propia estructura que por el anuncio del Evangelio.

Los programas pastorales son más de lo mismo: reciclaje de esquemas que dejaron de funcionar hace décadas. No hay creatividad, no hay audacia, no hay ganas de incomodar. Y lo peor: no hay escucha.

El viernes 2 de agosto del año 1946 celebró la provincia de Cartago la clausura de su Congreso Eucarístico Provincial por el Centenario de la fundación de la Diócesis de Costa Rica.

“No vamos a hacer una crónica de la espléndida manifestación de fe en Cartago. La prensa lo ha hecho magníficamente, quien calcula la concurrencia en cien mil personas y califica esta jornada como la más brillante ceremonia litúrgica de la historia religiosa del país”.

La Comisión Nacional de Protección a Menores y Adultos en Vulnerabilidad (CONAPROME) de la Conferencia Episcopal de Costa Rica comunica que el día de hoy se realiza en el país la III Jornada Nacional de Oración por las víctimas de abuso espiritual, de poder y sexual.

La Jornada Nacional de Oración es una actividad espiritual en la cual todas las diócesis del país se unen en oración por este flagelo que afecta la sociedad en general pero que también está en la Iglesia Católica. Hoy, en todas las diócesis del país se ofrecen Eucaristías, Horas Santas, vigilias y otras oraciones por las víctimas de abuso y por todas las víctimas secundarias que se han visto afectadas.

Estas actividades particulares de sensibilización y oración por el tema son organizadas por la Red Nacional de Prevención del Abuso que está compuesta por las diferentes comisiones diocesanas de protección al menor y adultos en vulnerabilidad. El lema de este año está inspirado en el mensaje del video del Papa Francisco correspondiente a marzo 2023 “No basta pedir perdón, es necesaria la reparación y la prevención”. En este mensaje el Papa además dijo que pedir perdón es importante pero las víctimas tienen que estar al centro de todo, su dolor y sus daños psicológicos pueden sanar si encuentran respuestas, acciones concretas para reparar los horrores que han sufrido y prevenir que no se repitan. La Iglesia no puede tratar de esconder la tragedia de los abusos sean del tipo que sean, ni en la familia, club u otra institución. La Iglesia tiene que ser un ejemplo para ayudar a resolverlos en todo ámbito. La Iglesia tiene que ofrecer espacio seguro para escuchar a las víctimas, acompañarlas psicológicamente y protegerlas”.

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