La Iglesia, como una comunidad constituida por personas, también tiene una cultura política: el cómo se orienta a la hora de relacionarse, qué valores definen sus metas, sus proyectos y procesos de toma de decisiones. Desde la Palabra de Dios, esta cultura es la fraternidad, la sinodalidad -el caminar juntos en pos del Caminante que se hizo hombre como nosotros y nos invita a seguirlo- (cf. Mt. 16, 24).
Como creyentes y como ciudadanos responsables del destino propio y de nuestros prójimos, no hemos de temer al poder, al poder del servicio. Estos temas deben hablarse abiertamente, en prevención de la idolatría nociva para la unidad y el amor. El involucrar la vida y poner nuestros talentos para el bien común ha de ser el “pan de cada día” de los cristianos.
En este tiempo del Adviento, en que meditamos la cercanía del Reino y la imperiosa necesidad de salir al encuentro del Cristo, cargados de buenas obras, hemos de volver la mirada hacia lo interno y preguntarnos, como cristianos, como Iglesia ¿cuál es nuestra cultura política? ¿Cómo orientamos nuestra vida y nos relacionamos entre nosotros y con los que no piensan como nosotros, incluso, los que no buscan nuestro bien? ¿Somos fraternos o buscamos dominar o conquistar o someter, no digamos ya violentamente, sino también sutilmente? ¿Nos arriesgamos al respeto del parecer contrario o por miedo callamos y buscamos otras vías como los juegos de poder?
Dos situaciones deben mover a la reflexión. La primera: al interno de la Iglesia católica, en la cual quedó expuesta en la Asamblea eclesial americana, la denuncia del autoritarismo. La segunda: nos encontramos a las puertas de procesos de toma de decisión importantes a nivel político-nacional. Hemos de ser conscientes de los valores y modos de vida que nos caracterizan como creyentes: el servicio, la paz, el diálogo de altura, la comprensión, el respeto, la misericordia, el trabajo por el Reino y el anuncio del Evangelio de la vida. Pero, sobre todo, una experiencia ha de orientar nuestro trabajo en la sociedad: el encuentro con el Verbo que se hizo hombre, el Cristo que murió, resucitó y vendrá de nuevo a preguntar qué frutos dimos con los talentos que Él mismo nos dio. “Al atardecer de la vida, seremos juzgados en el Amor”. En efecto, amar conlleva en sí sentir y asumir la responsabilidad de dar cuenta de nuestro trato a los demás en todos los ámbitos: eso es parte de la cultura política.
Por lo tanto, trabajemos en la viña del Señor: sembremos, cuidemos y cosechemos una cultura política del servicio, de la fraternidad (sabernos hermanos de un mismo Padre), de involucrarnos en el Reino de Dios, del cuidado de la Casa Común, en la búsqueda de la justicia, la alegría y el amor al prójimo, donde estemos, en lo ordinario de nuestra vida. ¡Esta es la cultura política de la Iglesia de Cristo! ¡Así se construye el Reino! ¡Así se construye país!