¿Y el cristiano? El creyente sabe que la salvación nos viene de Cristo, no de la política. Pero sabe también que los caminos de la salvación recorren este mundo, se encuentran con las formas empleadas por los seres humanos para buscar, mediante la actividad política, nuevos ajustes de la convivencia total, en base a escalas de valores o intereses propios. Más aún, la política es también una forma concreta y eficaz de abrir espacios y dar contenido al amor hacia los hermanos, especialmente los más necesitados.
Para ello quienes asumen el compromiso político han de contar con la debida competencia, constancia y capacidad de diálogo. Y, si se es cristiano, se le exige fidelidad al Evangelio. ¿En qué sentido concretamente? En la invitación a la conversión de los seres humanos y el progreso dentro de una vida de asociados sin que se pretendan ventajas de opciones temporales particulares, ya que se trata de un mensaje abierto, universal y eterno.
Y si bien es cierto que en la actividad política el cristiano vive el ejercicio de la búsqueda del bien común y, por tanto, del servicio a los demás, pero no hace de la política algo absoluto, aún reconociendo la autonomía de la realidad política. Los creyentes llamados a entrar en este campo de acción han de esforzarse por ser coherentes con sus opciones, que lo han de ser a su vez con el Evangelio y por dar al mismo tiempo, dentro de un legítimo pluralismo, un testimonio personal y colectivo de la seriedad de su fe mediante un servicio desinteresado y eficaz a los seres humanos, de cualquier índole que sean.
Sigo otro día, Dios mediante.