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Pastoral de la Comunicación y algunas luces desde la moral cristiana

By Pbro. Glenm Gómez A. Junio 14, 2023

La comunicación humana, también en cuanto actividad social, está fundada en un conjunto de normas y principios generales que, en casos puntuales, desempeña una función reguladora que propicia la aparición de códigos éticos, por lo general, basados en la responsabilidad social y en la veracidad de lo comunicado.

Juan Pablo II decía que la verdad “es el fundamento de toda ética”. [1] Como en otros campos, desde la pastoral de la comunicación es necesario reflexionar sobre el conjunto de la moral de la Iglesia, que es un marco conceptual fundante de toda su enseñanza y que, en el contexto actual, corre el riesgo de ser distorsionado, negado o ignorado.

“En efecto, enseña Juan Pablo II, ha venido a crearse una nueva situación dentro de la misma comunidad cristiana, en la que se difunden muchas dudas y objeciones de orden humano y psicológico, social y cultural, religioso e incluso específicamente teológico, sobre las enseñanzas morales de la Iglesia (…) En la base se encuentra el influjo, más o menos velado, de corrientes de pensamiento que terminan por erradicar la libertad humana de su relación esencial y constitutiva con la verdad. Se opina que el mismo Magisterio no debe intervenir en cuestiones morales más que para «exhortar a las conciencias» y «proponer los valores» en los que cada uno basará después autónomamente sus decisiones y opciones de vida”. [2]

Mientras algunos enseñan que el “el cristiano que vive de la fe, debe fundar su conducta moral sobre su fe”, [3] en la praxis vemos cómo se afianza una dictadura del relativismo que expone como criterio último al propio yo y sus influencias.

Esta situación provoca en el creyente de hoy una seria disyuntiva, pues, por un lado, se asume que los fieles católicos, “reconociendo en la fe su nueva dignidad, son llamados a llevar en adelante una “vida digna del evangelio de Cristo” (Flp 1, 27), [4]  esto es, seguir plenamente una enseñanza moral basada en la sagrada Escritura y en la Tradición viva de la Iglesia, pero, por otro lado, la cultura en general conduce a la idea de la inexistencia de una moral objetiva y universal.

 Mientras se afianza una ética individualista, en la que cada uno posee su verdad, se abandona la posibilidad del diálogo para alcanzar una verdad común sobre la que construir la convivencia humana, el desarrollo como personas y como sociedad.

De frente a un problema que parece no tener solución, el Papa Francisco insiste en que es necesario “aceptar que hay algunos valores permanentes, aunque no siempre sea fácil reconocerlos, otorga solidez y estabilidad a una ética social. Aun cuando los hayamos reconocido y asumido gracias al diálogo y al consenso, vemos que esos valores básicos están más allá de todo consenso, los reconocemos como valores trascendentes a nuestros contextos y nunca negociables. Podrá crecer nuestra comprensión de su significado y alcance -y en ese sentido el consenso es algo dinámico-, pero en sí mismos son apreciados como estables por su sentido intrínseco”. [5]

Desde el magisterio reciente, podemos considerar un listado de valores puntuales que entran en esta categoría de lo innegociable: la defensa de la vida y el respeto del embrión humano, la tutela y promoción de la familia, la libertad de los padres en la educación de sus hijos, la tutela social de los menores y la liberación de las víctimas de las nuevas formas de esclavitud, la libertad religiosa, el desarrollo de una economía que esté al servicio de la persona y del bien común, el respeto de la justicia social, del principio de solidaridad humana y de subsidiaridad, y la promoción de la paz, como obra de la justicia y efecto de la caridad. [6]

Con el auge del “Fake news” en nuestro tiempo, la Iglesia nos recuerda que el ser humano, imagen y semejanza del Creador, es capaz de expresar y compartir la verdad, el bien, la belleza, pero, este ideal no es posible sino “desde una auténtica libertad (…) de todo lo que nos hace esclavos de grupos concretos de poder y de presión, que imponen determinadas interpretaciones de la vida y de la crónica diaria desligándola de toda dependencia de la verdad; libertad frente al "arribismo" que impulsa a esconder y confundir la verdad para cubrir degradantes vergüenzas, y a veces objetivos incluso inhumanos”. [7]

 

 

[1] Discurso de Juan Pablo II a los periodistas el 4 de junio de 2000, Año Jubilar.

[2] Veritatis Splendor, n.4.

[3] Texto de las Nueve tesis de H.U. von Balthasar, aprobado “in forma generica” por la Comisión Teológica Internacional, 1974.

[4] Catecismo de la Iglesia n. 1692.

[5] Fratelli Tutti, n.32.

[6] Cf. Congregación para la Doctrina de la Fe, NOTA DOCTRINAL sobre algunas cuestiones relativas al compromiso y la conducta de los católicos en la vida política, n.4.

[7] Pablo VI, Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, 1972, n.5.

[8] Ídem

La comunicación, en todos sus ámbitos, va perdiendo su sentido ético y se transforma en simple mercancía, donde la frivolidad suplanta el valor del contenido o se crean realidades paralelas cuyo objetivo es el control social.

Para todo agente de pastoral de la comunicación es útil recordar que existe una visión profunda de las cosas, “es la verdad inquebrantable de la cual queremos ser discípulos y testigos, ya como comunicadores, ya como receptores; y de ella brotará, poco a poco, la auténtica libertad que perseguimos”. [8]

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