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El Concilio: una obra en marcha

By Redacción Noviembre 04, 2022

Hace 60 años se inauguró, en la Basílica de San Pedro un acontecimiento vital en la vida de la Iglesia. Del Concilio Vaticano II se afirma que es la “máxima gracia del siglo XX” y la “Carta Magna” de la Iglesia Católica para el presente y el futuro.

Con este Concilio Ecuménico, la Iglesia se abrió al diálogo con el mundo moderno y captó con mayor sensibilidad los nuevos signos de los tiempos, a través de los cuales también Dios se manifiesta, porque Él permanece vivo en la entraña de la existencia humana y de los dinamismos históricos.

El Concilio ha significado una verdadera primavera rica en promesas. Su visión y sus orientaciones se han transformado en valiosos impulsos evangelizadores que han revitalizado nuestra Iglesia en todos sus ámbitos.

Sin embargo, hay que reconocer que, seis décadas después, la aportación teológica, espiritual y pastoral del Concilio, densa y abundante, es necesario que siga siendo asimilada por la mayoría de los cristianos. Hay tareas pendientes, muchas, y nos corresponde asumirlas implorando la ayuda del Espíritu Santo.

San Juan XXIII habló de “abrir ventanas”, de aggiornamento (ponerse al día) de nuestra pastoral, lo cual significaba una valiente apuesta por una verdadera actualización; esta imagen invitaba al compromiso y prometía vastas iniciativas, era una indudable fuerza impulsora para soltar las amarras de la nave de la Iglesia y remar mar adentro.

Para esto había que descubrir y aceptar que los cristianos no vivíamos ya en “cristiandad” sino dispersos en una sociedad que se movía, en muchos contextos, al margen de la fe o abiertamente en contra de ella. Era necesario un nuevo proyecto pastoral para introducir la “fe en la vida”, estar “presente en el mundo” y así arraigar el mensaje de Cristo en el corazón de la nueva sociedad.

El Papa Juan (Radiomensaje 11-9-62) se preguntó: ¿Qué es un Concilio Ecuménico sino un renovado encuentro con el rostro de Jesucristo resucitado? Entonces hizo alusión al simbolismo del cirio pascual. En medio de la noche de Pascua, Jesús es proclamado “luz del mundo” y la Iglesia responde afirmativamente, tomando en sus manos la vela encendida en el Cirio Pascual: “demos gracias a Dios”, en medio de la oscuridad. En esta intuición sugerida por la liturgia reside una clave significadora de los intensos trabajos conciliares. Cristo es la luz, la Iglesia refleja esa luz al exterior en la medida en que ha sido iluminada interiormente por Cristo.

Como recordaba el querido obispo emérito Monseñor Hugo Barrantes, celebrando hace una década los 50 años del Concilio, “La Iglesia debe tener siempre esa luz que es Cristo brillando en su corazón, su identidad procede de su unión con Cristo, y la fuerza de su misión, de su servicio al mundo, procede de su arraigo en el amor de Dios. La Iglesia no tiene nada propio, todo le viene de Dios”.

“Sólo el amor es misionero”, apuntaba Monseñor. “La Iglesia está, como Cristo, para servir, no para dominar. La Iglesia es signo de la caridad de Dios, es instrumento de comunión. El ministerio de la reconciliación del que habla San Pablo está en el corazón de la misión de la Iglesia”.

De ahí que celebrar 60 años de la apertura del Concilio Vaticano II debería llevarnos a asumir compromisos:

El primero de ellos es volver a los textos auténticos del Vaticano II. Se debe entender y asumir el auténtico “espíritu” del Concilio, sólo así se llega al verdadero Vaticano II. En este tiempo, por ignorancia y por maldad, se han dado interpretaciones del Vaticano II que han hecho mal a la Iglesia y que no corresponden ni con su espíritu ni con sus conclusiones.

Una segunda tarea es llevar esos textos a la vida de la Iglesia. El Concilio Vaticano II ha encendido muchas luces renovadoras para el servicio eclesial, pero los Concilios necesitan tiempo para producir todo su fruto, es un proceso que exige un gran empeño en la labor educativa. Hay que conocer el Concilio amplia y profundamente; hay que asimilarlo internamente; hay que aceptarlo con amor y finalmente, hay que llevarlo a la vida. Sólo si se asimilan internamente y se llevan a la vida, será posible que los documentos del Concilio lleguen a ser vivos y vivificantes.

Hay que reconocer -como apuntaba entonces Monseñor Barrantes- que el Vaticano II ha sido un Concilio más bien de intenciones e intuiciones que de instituciones. Ha desarrollado importantes ideas, magníficas construcciones teológicas, ha ofrecido verdadero ambiente espiritual, misionero, ecuménico; pero no parece haberse preocupado mucho de saber cómo podrían llegar a ser operativos los textos promulgados.

Por eso sigue siendo necesario y urgente la elaboración de los instrumentos y procesos de aplicación del Concilio. Es la tarea que nos toca, actualmente, a nosotros, en la conciencia de que se trata de una obra en proceso, porque al fin de cuentas, 60 años es poco en la vida de una Iglesia bimilenaria.

Concluimos con este pensamiento de Fernando Sebastián, en su obra Evangelizar: “Pero la necesidad de fondo que condiciona todas las demás, es la conversión espiritual de todos nosotros, desde los obispos hasta los cristianos más humildes y sencillos. Si pensamos y vivimos de acuerdo con el Evangelio de Jesús, todos los cambios necesarios serán posibles e irán viniendo poco a poco… El seguimiento de Jesús y las exigencias de la misión tienen que ser las normas vivas y efectivas en el proceso de renovación. La Iglesia tiene que dejar de vivir centrada en ella misma para centrarse toda ella, en el seguimiento de Jesús y en el servicio evangelizador de los hombres reales y de la sociedad real en que vive… Si el crecimiento espiritual va por delante, los cambios funcionales y estructurales vendrán poco a poco; si la renovación espiritual y la conversión al Evangelio no van por delante, todo lo demás será insuficiente y ni siquiera será posible”.

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