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Editorial: A dos años de Fratelli tutti

By Redacción Noviembre 23, 2022

Hace dos años, el 3 de octubre del 2020, el Papa Francisco hacía pública su encíclica Fratelli tutti (Todos hermanos), un apremiante llamado a la hermandad humana en medio de un mundo herido por el odio y la división.

Se trata de su encíclica social que, luego de 24 meses, recobra una relevancia fundamental, frente a los escenarios de nuevas y viejas disputas que atraen los funestos aires de guerra y la repugnante amenaza de las armas de destrucción masiva.

¿Cuáles son los grandes ideales, pero también los caminos concretos a recorrer para quienes quieren construir un mundo más justo y fraterno en sus relaciones cotidianas, en la vida social, en la política y en las instituciones?

Esta es la pregunta a la que pretende responder Fratelli tutti, un texto inspirado en la espiritualidad franciscana, de hecho, fue firmado por el Pontífice en Asís, sobre la tumba del santo de quien tomó nombre.

El Poverello -explica en Santo Padre- “no hacía la guerra dialéctica imponiendo doctrinas, sino que comunicaba el amor de Dios” y “fue un padre fecundo que despertó el sueño de una sociedad fraterna”.

Así, la Encíclica pretende promover una aspiración mundial a la fraternidad y la amistad social. A partir de una pertenencia común a la familia humana, del hecho de reconocernos como hermanos porque somos hijos de un solo Creador, todos en la misma barca y por tanto necesitados de tomar conciencia de que en un mundo globalizado e interconectado sólo podemos salvarnos juntos.

La fraternidad, orienta el texto, debe promoverse no sólo con palabras, sino con hechos. Hechos que se concreten en la “mejor política”, aquella que no está sujeta a los intereses de las finanzas, sino al servicio del bien común, capaz de poner en el centro la dignidad de cada ser humano y asegurar el trabajo a todos, para que cada uno pueda desarrollar sus propias capacidades.

Una política que, lejos de los populismos, sepa encontrar soluciones a lo que atenta contra los derechos humanos fundamentales y que esté dirigida a eliminar definitivamente el hambre y la trata. Al mismo tiempo, el Papa Francisco subraya que un mundo más justo se logra promoviendo la paz, que no es sólo la ausencia de guerra, sino una verdadera obra “artesanal” que implica a todos.

Ligadas a la verdad, la paz y la reconciliación deben ser “proactivas”, apuntando a la justicia a través del diálogo, en nombre del desarrollo recíproco. De ahí deriva la condena del Pontífice a la guerra, “negación de todos los derechos” y que ya no es concebible, ni siquiera en una hipotética forma “justa”, porque las armas nucleares, químicas y biológicas tienen enormes repercusiones en los civiles inocentes.

También es fuerte el rechazo de la pena de muerte, definida como “inadmisible” porque “siempre será un crimen matar a un hombre”, y central es la llamada al perdón, conectada al concepto de memoria y justicia: perdonar no significa olvidar, escribe el Pontífice.

En el trasfondo de la Encíclica estuvo la pandemia de Covid-19 que como reveló Francisco- “cuando estaba redactando esta carta, irrumpió de manera inesperada”. Pero la emergencia sanitaria mundial sirvió para demostrar que “nadie se salva solo” y que ha llegado el momento de que “soñemos como una única humanidad” en la que somos “todos hermanos”.

Abierta por una breve introducción y dividida en ocho capítulos, la Encíclica recoge muchas de sus reflexiones sobre la fraternidad y la amistad social, pero colocadas “en un contexto más amplio” y complementadas por “numerosos documentos y cartas” enviados a Francisco por “tantas personas y grupos de todo el mundo”.

Tras una lectura realista de la situación humana actual, con todos sus problemas y retrocesos, el Papa propone la clave fundamental del amor que construye puentes, a ejemplo del buen samaritano. “El amor construye puentes y estamos hechos para el amor (88), añade el Papa, exhortando en particular a los cristianos reconocer a Cristo en el rostro de todos los excluidos.

El principio de la capacidad de amar según “una dimensión universal” (83) se retoma también en el tercer capítulo, “Pensar y gestar un mundo abierto”: en él, Francisco nos exhorta a “salir de nosotros mismos” para encontrar en los demás “un crecimiento de su ser”, abriéndonos al prójimo según el dinamismo de la caridad que nos hace tender a la “comunión universal”. Después de todo -concluye la Encíclica- la estatura espiritual de la vida humana está definida por el amor que es siempre “lo primero” y nos lleva a buscar lo mejor para la vida de los demás, lejos de todo egoísmo.

Que este aniversario nos mueva a una relectura lúcida y consciente de este valioso documento papal, y más allá del agradecimiento y la admiración, seamos capaces de vivir lo que se propone en la construcción de nuevas y mejores relaciones humanas, en amor, paz y libertad.

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