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Editorial: Amar hasta el extremo

By Redacción Diciembre 09, 2022

El amor infinito que Dios tiene por cada persona constituye el corazón de la experiencia y del anuncio del Evangelio, y cuantos lo acogen se convierten a su vez en testigos de la misericordia divina en medio del mundo.

Ser cristiano es ser misionero, no son dos categorías distintas, una está implicada en la otra y no se entienden aisladamente. La misión está en la esencia constitutiva del creyente en Jesucristo, desde el bautismo, llamado a salir de sí mismo para vivir y comunicar los mismos sentimientos y actitudes del Señor hacia todas las personas y en todos los ambientes.

En primera línea en las fronteras de la evangelización están los misioneros y misioneras ad gentes, esos hombres y mujeres de Dios que, por vocación y convicción, nutridos del carisma de su propia congregación, han escogido el anuncio del Evangelio de Jesucristo entre personas y territorios en los que nunca antes ha sido proclamado.

Se trata de verdaderos héroes y heroínas que, haciendo realmente suyos los gozos y las angustias de las personas, se insertan en su cultura y tradiciones, compartiendo y proponiendo -no imponiendo- la luz de la fe en el caminar y la convivencia cotidiana.

Como es de entender y la experiencia lo confirma, se trata de una labor que no está exenta de peligros ni de necesidades, por el contrario, es aquí donde se han escrito las historias más difíciles, pero a la vez más ejemplarizantes, de martirio y persecución a causa de la fe.

Ello porque generalmente las misiones se asientan y desarrollan en países desangrados por guerras, con antiguos conflictos étnicos y territoriales, incluso genocidios, con amenazas reales desde los grupos fundamentalistas, el terrorismo y el crimen organizado.

Esta edición especial desea ser, precisamente, un homenaje a todos esos misioneros y misioneras, varios costarricenses entre ellos, que cada día se gastan y desgastan por el anuncio del Evangelio.

Nuestro respeto, oración y ayuda material nunca serán suficientes ante la magnitud del reto que les ha sido confiado, y al que se han entregado sabiendo que podrían perder la vida en cualquier momento. No hay forma más alta de amar hasta el extremo, a ejemplo del Salvador.

Quiera Dios que nunca dejemos de apoyar a los misioneros, porque servir al Evangelio no debe considerarse nunca como una aventura en solitario, sino como un compromiso compartido de toda comunidad.

Todos en la Iglesia estamos llamados a dar a conocer que Dios es amor, y la Jornada Misionera de cada año es una oportunidad excepcional para para comprender cada vez mejor que el testimonio del amor, que es el alma de la misión, nos concierne a todos.

Desde luego que no todos podríamos tener la oportunidad de estar en África, Oriente Medio, China o el Amazonas, sin embargo, ello no resta responsabilidad misionera a nuestra condición de testigos de Jesús.

Alguien podría preguntarse, ¿cómo podría entonces ser misionero?, la respuesta está de hecho más cerca de lo que podemos pensar.

La familia, el trabajo, los amigos, la comunidad, el estudio, el servicio público y la misma Iglesia son campos de misión abiertos en los que se necesitan urgentemente personas que, con sus vidas, den testimonio de la acción de Dios, que sean capaces de inspirar esperanza, de mover a la caridad, de enaltecer y defender la dignidad humana, la paz y la hermandad.

En un mundo dividido, violento e indiferente, el cristiano debe mostrar que solo en Dios, revelado por su Hijo Jesucristo, se encuentra la auténtica realización humana, la consumación de todos sus anhelos y el fin último y definitivo de todas sus búsquedas.

Como explica el Padre Jafet Peytrequín, secretario nacional de misiones en esta misma edición especial, todo espacio es lugar para ser testigos, incluso Internet, con sus redes sociales y sus inusitadas nuevas formas de comunicación. También aquí debemos de hacer lo que nos corresponde: anunciar el amor de Dios manifestado en Jesucristo para que todos tengan vida.

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