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Domingo, 19 Mayo 2024
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La unción de los enfermos es quizá el sacramento que más evolución conoció en el desarrollo de la moderna teología sacramental, a partir del Vaticano II. La Iglesia vio que debía sacar urgentemente el sacramento de aquella atmósfera lúgubre que lo rodeaba, para que expresara esa esplendorosa teofanía que manifiesta la gracia de Dios a los enfermos. Esto se nota en la designación misma del sacramento. Se llamaba “De la extremaunción”, lo que implicaba un momento tétrico, la llegada de la muerte, sombra inexorable que sentenciaba al enfermo que yacía en su lecho y lo conducía al Hades y que venía acompañada por el cura. Esto cambió a “Unción de los enfermos”, indicando la nobleza del sacramento, que no es solo para preparar a la muerte cuanto para consolar al que sufre. A pesar del esfuerzo, y quizá por la desaceleración sufrida en la reflexión teológica, todavía hay fieles que buscan al cura instantes antes de que sobrevenga la muerte. La “extremaunción” recibió, en la misma “Sacrosantum concilium”, No. 73, este nuevo nombre precisamente porque “no es sólo el sacramento de quienes se encuentren en los últimos momentos de su vida”. Quiero volver a proponer estas ideas justo para que reconozcamos el momento más oportuno para administrar este sacramento y hacerlo, sobre todo, en forma solemne.

 

La naturaleza del sacramento

 

Ya el concilio de Florencia describía sus elementos esenciales. Posteriormente Trento lo declaró de institución divina, señalando los efectos que producía y reconociendo en su administración la gracia del Espíritu Santo, por cuanto es causa de purificación de los pecados, alivio y consuelo para el enfermo y suscitando en quien lo recibe confianza en la misericordia divina. Ya ungido, el enfermo sobrelleva mejor los sufrimientos y el peso de la enfermedad, resiste más fácilmente las tentaciones del demonio siendo que no poas veces incluso consigue salud para el cuerpo si conviene a la salud del alma. El Papa Pablo VI estableció una nueva fórmula para el sacramento eliminando algunas unciones que parecían innecesarias y enfatizando en la misericordia de Dios, en la ayuda que brinda el Espíritu Santo, para liberar de sus pecados al enfermo y concederle la salvación, así como consuelo en su trance.

El ritual mismo del sacramento señala que la celebración consiste primordialmente en la imposición de manos por parte de los presbíteros de la Iglesia sobre el enfermo, la oración y la unción con el óleo bendecido. Este rito en sí mismo es el que confiere la gracia del sacramento.

Si el sacramento otorga, pues, la gracia del Espíritu, si con este rito el ser humano es ayudado plenamente en su salud, es confortado con la confianza en Dios y robustecido contra las tentaciones del enemigo y la angustia de la muerte, de modo que pueda, no sólo soportar sus males con fortaleza, sino también luchar contra ellos e incluso conseguir la salud, es necesario verlo como un signo que nos mueve a construir, desplegar y hacer crecer además de consolidar la fe cristiana.

Todo esto nos lleva a pensar en lo urgente de recuperar los valores de este sacramento, así como mejorar en lo posible su administración, no solo en las visitas a los enfermos individualmente, cuanto en la celebración solemne, es decir, con la presencia de muchos fieles en algunos momentos fuertes de la vida de la Iglesia. A algunos presbíteros les gusta administrarlo en la Cuaresma, por cuanto lo unen al perdón de los pecados, y lo hacen dentro de la Semana Santa. Acaso no tenemos otra actividad digna de mejor suerte. Recuerdo alguno que, porque no se sentía atraído a participar en la celebración de la solemne misa Crismal el Jueves Santo, cuando el obispo, además de renovar las promesas al presbiterio, consagra el Santo Crisma y bendice los óleos de los enfermos y los catecúmenos, dedicaba la mañana de ese significativo día a celebrar una Eucaristía un poco apócrifa y ausente de sentido, dando masivamente el sacramento a los enfermos de su parroquia.

Estas tendencias, además de encoger la majestad del sacramento al impedirle aportar la gracia de la participación en la plenitud de Cristo, por cuanto se le niega su nexo con la vida, con la resurrección de Cristo, resulta, además, como un modo algo obvio de deshacernos del aceite viejo, el que va a quedar, “porque mañana vendrá el nuevo”.

Tengo para mí que eso no aporta mucho. Si el sentido correcto del sacramento de la Unción de los enfermos ha sido unir siempre al enfermo con Cristo, no se debe pensar solo en su pasión, sino, más todavía, en la resurrección del Señor. Sabemos que todo ser humano, enfermo o no, morirá un día. Por ello la Iglesia debe buscar acompañarlo en su dolor y hasta en su proceso de muerte, a sabiendas de que este bautizado se está preparando, en todo sentido, para participar de la resurrección de Cristo. Por ello me confieso convencido de que la Unción de los Enfermos debe darse en Pascua.

 

Un sacramento pascual

 

“Un montón de paja”

Septiembre 22, 2023

Insertado en la historia de vida de uno de los grandes santos de la Iglesia, se esconde un relato que hoy deseo compartir, pues, según narra la tradición, los últimos meses de la vida terrena de Tomás estuvieron envueltos en un clima especial, casi misterioso.

Desde aquel diciembre de 1273, en el que durante la celebración de la Santa Misa, había experimentado una revelación sobrenatural, una sensación en demasía significativa había comenzado a envolver al sabio filósofo: ardía en su interior la certeza de que debía interrumpir todo trabajo. Fue debido a aquel momento de luz divina, que se iluminó su mente y, en un destello de claridad, comprendió que todo cuanto había escrito hasta entonces, no era más que "un montón de paja".

El documento que recoge las razones por las cuales se puede impulsar un doctorado eclesial para Edith Stein o Santa Teresa Benedicta de la Cruz, OCD, establece lo siguiente:

“Dentro del Pueblo de Dios, existe hoy un amplio conocimiento de Edith Stein, sobre todo
por su experiencia como judía, filósofa y carmelita, su espiritualidad centrada en la Cruz y su martirio, elementos que también han sido señalados a menudo por los pastores de la Iglesia, en particular por los papas de las últimas décadas.

Mucho se debate entre los que defienden la vida desde la concepción y quienes apoyan el aborto por elección y a la misma, la Norma Técnica, para que los no nacidos en esta etapa de su desarrollo biológico, puedan  ser sujetos de un aborto electivo, sin que les acarree consecuencias legales a quienes lo ejecuten y lo permitan. Ya de hecho el Código Penal permite el aborto selectivo, con lo que se protege de cierto modo al no nacido pero con la mencionada Norma Técnica,  se abren “portillos”, para hacerla fácilmente “manipulable”.

La mujer puede vivir momentos de confusión emocional al enfrentarse al embarazo no deseado, pero ello se supera si recibe el apoyo que necesita.  Y si ha sufrido agresión que resultara en un embarazo, al agresor es al que se debe responsabilizar legalmente y no al inocente en gestación, quien puede tener la oportunidad de ser dado en adopción.

La tarde se desvanecía apaciblemente mientras el sol, con parsimonia, se inclinaba hacia el horizonte. Con el corazón rebosante de emoción, me dirigí hacia el Seminario Mayor, un majestuoso edificio de arquitectura gótica que se erigía altivo en medio de un exuberante jardín.

Allí, aguardaba una interesante reunión, en la cual tendría el honor de encontrarme con un hombre de virtud inquebrantable y sabiduría insondable. Al llegar, divisé al reverendo sacerdote, aguardándome junto a la imponente puerta de madera añeja, y entre fraternales saludos, nos encaminamos hacia una acogedora oficina impregnada del fragante aroma a incienso que dimanaba la capilla.

El ambiente estaba rodeado de serenidad y paz, y la conversación fluía con naturalidad acerca de temas espirituales de alta relevancia.

Previo a marcharme,  el sacerdote me condujo hacia una mesa ubicada en un rincón especial de la sala. Sobre ella reposaba una antigua escultura de madera: “un Cristo Roto”. La visión de aquel Cristo Roto me impactó de manera inmediata, provocando una profunda y conmovedora impresión en mí. Mis ojos se quedaron fijos en él, como si algo inexplicable estuviera ocurriendo en mi interior. En ese momento, mi mente resonó con las palabras del libro “Mi Cristo Roto”, escrito por el padre Ramón Cué, sacerdote jesuita, recordándome la historia de un hombre que adquirió aquella sublimidad en una tienda de antigüedades de Sevilla.

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