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Jueves, 11 Septiembre 2025
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Hermosa flor del Carmelo, ¡ruega por nosotros!

By Julio 16, 2024

El Carmelo, cuya hermosura ensalza la Biblia, ha sido siempre un monte sagrado. En el siglo IX antes de Cristo, Elías lo convirtió en el refugio de la fidelidad al Dios único y en el lugar de los encuentros entre el Señor y su pueblo (1R 18,39).

El recuerdo del profeta “abrasado de celo por el Dios vivo” había de perpetuarse en el Carmelo. Durante las Cruzadas, los ermitaños cristianos se recogieron en las grutas de aquel monte emblemático, hasta que en el siglo XIII, formaron una familia religiosa, a la que el patriarca Alberto de Jerusalén dio una regla en 1209, confirmada por el Papa Honorio III en 1226.

El Monte Carmelo está situado en la llanura de Galilea, cerca de Nazareth, donde vivía María “conservándolo todo en su corazón”. Por eso la Orden del Carmelo desde sus orígenes, se ha puesto bajo el patrocinio de la Madre de los contemplativos.

En ese Monte fundaron un templo en honor a la Virgen y la congregación de los Hermanos de Santa María del Monte Carmelo, la que pasó a Europa en el Siglo XIII luego de su persecución en Tierra Santa. Quisieron vivir bajo los aspectos marianos que salían reflejados en los textos evangélicos: maternidad divina, virginidad, inmaculada concepción y anunciación.

Es natural que en el siglo XVI, los dos doctores y reformadores de la Orden, Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz, convirtieran el Monte Carmelo en el signo del camino hacia Dios.

El 16 de julio de 1251, la imagen de la Virgen del Carmen se habría aparecido a San Simón Stock, Superior General de la Orden, a quien le entregó sus hábitos y el escapulario, principal signo del culto mariano carmelita.

Según la tradición, la Virgen prometió liberar del Purgatorio a todas las almas que hayan vestido el escapulario durante su vida, el sábado siguiente a la muerte de la persona y llevarlas al cielo. La iconografía principal de la Virgen la muestra portando dicho escapulario.

Desde aquellos eremitas que se establecieron en el monte Carmelo, los Carmelitas se han distinguido por su profunda devoción a la Santísima Virgen, interpretando la nube que vio el criado de Elías: “Sube del mar una nubecilla como la palma de la mano” (1 Re 18,44), como un símbolo de la Virgen María. Como los antiguos marineros, que leían las estrellas para marcar su rumbo en el océano, María como estrella del mar, nos guía por las aguas difíciles del mundo, hacia el puerto seguro que es Cristo.

Cuando Palestina fue invadida por los sarracenos, los Carmelitas tuvieron que abandonar el Monte Carmelo. Una tarde gozosa, mientras cantaban la Salve, se les apareció la Virgen y les prometió que sería su Estrella del Mar, por la analogía de la belleza del Monte Carmelo que se alza como una estrella junto al mar Mediterráneo.

La Orden se difundió por Europa, y la Estrella del Mar les acompañó en su propagación por el mundo, y el pueblo les llamaba “Hermanos de Nuestra Señora del Monte Carmelo”. En su profesión religiosa se consagraban a Dios y a María, y tomaban el hábito en su honor, como un recordatorio de que sus vidas le pertenecían a ella, y por ella a Cristo.

La devoción mariana hacia la Virgen del Carmen se extendió de Europa a América, destacando entre ellos Perú, Chile, Argentina y Costa Rica.

 

 

Oración para pedir su intercesión

 

Oh Virgen María, Madre de Dios y Madre de los pecadores, especial protectora de los que visten tu Sagrado Escapulario, por lo que su Divina Majestad te engrandeció, escogiéndote para verdadera Madre suya, te suplico me alcances de tu querido Hijo, el perdón de mis pecados, la enmienda de mi vida, la salvación de mi alma, el remedio de mis necesidades, el consuelo de mis aflicciones y la gracia especial que te pido, si conviene para su mayor honra y gloria y bien de mi alma; que yo, Señora, para conseguirlo me valgo de tu intercesión poderosa.

Quisiera tener el espíritu de todos los ángeles, santos y justos a fin de poder alabarte dignamente y uniendo mi voz con sus afectos, te saludo diciendo: (Tres Avemarías).

Virgen Santísima del Carmen, yo deseo que todos sin excepción, se cobijen bajo la sombra protectora de tu Santo Escapulario y que todos estén unidos a Ti Madre Mía, por los estrechos y amorosos lazos de ésta tu querida insignia.

¡Oh Hermosura del Carmelo! Míranos postrados reverentes ante tu sagrada imagen y concédenos benigna tu amorosa protección. Te encomiendo las necesidades de nuestro Santísimo Padre el Papa y la Iglesia Católica, nuestra Madre, así como las de mi nación y las de todo el mundo, las mías propias y las de mis parientes y amigos.

Mira con ojos de compasión a tantos pecadores. Que todos se conviertan y te amen, Madre Mía, como yo deseo amarte ahora y por toda la eternidad. Amén.

Laura Ávila Chacón

Periodista, especializada en fotoperiodismo y comunicación de masas, trabaja en el Eco Católico desde el año 2007.

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